martes, 13 de enero de 2015
CAPITULO 87
Lunes, 10:48 a.m.
—Espero que no tengas pensado firmar esto —dijo Tomas Gonzales, hojeando el contrato de treinta páginas—. Este tipo tiene pelotas. Me sorprende que se haya visto obligado a vender de este modo.
—Casi podría pensarse que intenta que sobrevalore Kingdom Fittings. Prepara nuestra versión del acuerdo y veremos si logramos que Leedmont entre en razón. —Pedro se recostó contra el respaldo de su silla, de espaldas a la mesa de conferencias y de frente al estanque de carpas que había en la parte delantera de su finca—. Ha venido a Palm Beach, de modo que está impaciente por entrar en razón. Excluye la cláusula indefinida, incluye un programa escalonado para empleados a largo plazo y presentemos a la junta directiva una contraoferta razonable que no me obligue a mantenerlos durante el resto de sus vidas.
—Entendido.
Durante largo rato Pedro no escuchó nada a excepción del susurro de papeles. En alguna parte, más allá del estanque y de los conjuntos de palmeras, oculta entre paredes de vidrio y acero, Paula Chaves estaba de caza. Debería haber mantenido la maldita boca cerrada. En cambio, al intentar demostrarle que podría vivir sin recurrir a sus viejas costumbres, la había forzado a hacer uso de ellas.
Hablando de tirar piedras a su propio tejado, ahora debía asegurarse de que ella perdía la apuesta… por el bien de ambos.
—¿Has traído el informe de la policía? —preguntó al fin.
—Lo he traído. Al capitán no le hizo gracia entregarlo.
Empiezo a deber favores a la gente, Pedro. Y eso significa que tú eres el que realmente los debe.
—Me ocuparé de ello. —Pedro se dio la vuelta, cogiendo la carpeta que Tomas le pasó—. ¿Algo interesante?
—No solíamos trabajar de este modo.
—Las cosas cambian.
—Tío, me pregunto por qué. —Tomas exhaló sonoramente—. El informe no está completo, ya que la investigación está en curso.
—Han realizado muchos progresos.
—El homicidio tuvo lugar hace sólo un par de días. Deduzco por qué a Chaves le interesa; además, todo el asunto del robo, ella siente…
—¿Qué quieres decir con «todo el asunto del robo»?
—Bueno, ella era la mejor ladrona de por aquí, y ahora alguien ha realizado un trabajito delante de sus narices.
Apuesto a que eso la cabrea.
—Las cosas no son así —dijo Pedro con tirantez.
—De acuerdo. Entonces es que se siente culpable por fallarle a Kunz. Algo completamente egoísta.
—¿Y qué es lo que quieres decir?
—¿Por qué eres tú, en vez de ella, quien me pide que consiga informes policiales?
De haber sido otra persona, Pedro no hubiera respondido. Tomas, sin embargo, era su mejor amigo desde hacía diez años. Y Tomas le aportaba cierto equilibrio de juicio en lo que a Paula se refería… un equilibrio que de otro modo no existiría.
—Hice una apuesta con Paula —dijo con hosquedad, acomodándose en su asiento para hojear con más atención el informe de la policía. Tomas estaba en lo cierto; ahí no había demasiado.
—¿Qué clase de apuesta?
—Cien dólares a que la policía puede resolver el asesinato mediante procedimientos legítimos con más rapidez de lo que podría hacerlo ella a través de cualquier medio que se le ocurra.
—Cien pavos es una bagatela para vosotros.
—Lo importante no es la suma. Podría haber sido un penique y llevaríamos el asunto del mismo modo.
—Así que te expones a que viole la ley —apostilló Tomas.
—No. Iba a violar la ley de todos modos. Le dije que las autoridades podrían llevar a cabo la investigación mejor.
—De ahí el débito de favores para hacerte con informes policiales confidenciales cuya existencia es desconocida incluso para la familia de Kunz.
Pedro levantó la vista hacia el abogado.
—Tan sólo sigo la pista a mi equipo. Y continuaré haciéndolo.
—De acuerdo. ¿Quieres que te consiga alguna otra cosa? ¿El dibujo de la porcelana de la despensa de Kunz? ¿O debería limitarme a trabajar en este acuerdo internacional de doce millones de dólares con la compañía de accesorios de fontanería?
—De hecho —replicó Pedro, manteniendo un férreo control sobre su explosivo temperamento—, ¿puedes ocuparte de que tu secretaria concierte una comida con el gobernador? Para hoy, si es posible. Mañana también sería aceptable.
—Pedro…
—Jamás trates de superar a un inglés en sarcasmo, Tom. Y voy a ganar la apuesta. Consígueme ya la nueva propuesta.
Pedro se puso en pie, llevándose consigo la carpeta cuando salió de la sala de conferencias. Puede que Gonzales tuviera razón sobre su enfoque, pero en su obsesión no había espacio para la lógica. Paula andaba por ahí y, si él ignoraba dónde, al menos podría saber qué estaba haciendo. Y para saber eso tenía que pensar igual que ella. Por fortuna, el informe le proporcionaría algunas pistas. Cierto era que había bordeado la ley. Sin embargo, eso no significaba que tuviera que limitarse a cruzarse de brazos a observar.
—Pedro.
El se dio la vuelta cuando Tomas le alcanzó por el pasillo.
—¿Qué?
—No te cabrees conmigo, pero si quieres el trato con Kingdom Fittings, va a requerir más que el que mi equipo reescriba la propuesta. Todavía tienes que convencer a Leedmont para que venda. Él es el voto clave.
—Estoy en ello.
—No, no lo estás. Estás ocupado en ganar una apuesta de cien pavos, no una empresa de doce millones de dólares.
—Me ocupo de ambas cosas. Y coordino ese programa de ayuda humanitaria en el este de África, presido un comité sobre usos de la energía solar, examino una declaración preliminar de beneficios, renuevo una propues…
—Está bien. Lo capto.
—Así que, si vas a empezar con esa mierda sobre que Paula es un riesgo demasiado grande y nada beneficiosa para mi fortuna o con lo que intentaras la última vez que estuve en Florida, ahórrate el esfuerzo. Haz tu trabajo.
—Lo hago.
Pedro dio un paso hacia Gonzales.
—Paula no va a marcharse a ninguna parte si yo puedo evitarlo. Si no puedes con eso, estás en tu derecho de mandarme tu carta de renuncia por fax o por correo electrónico.
—Por Dios, Pedro. Que no voy tras Chaves. —Tomas se aclaró la garganta—. Tan sólo digo que jamás te había visto perder la concentración durante una negociación. Ni siquiera cuando estabas librándote de Patricia. Esto es difere…
—Es diferente. —Respirando profundamente, Pedro se obligó a retroceder—. No estoy perdiendo la concentración. La estoy expandiendo. Pau lleva limpia tres meses, pero tengo la sensación de que está… buscando una excusa para cometer un desliz.
—Tiene que ser duro para ella, lo reconozco. Es como ser una especialista en tu campo y verte obligada a trabajar en fiestas infantiles como payaso.
—Gracias por la comparación.
—Sí, bueno, no he acabado. ¿Y si le ofrecen trabajar en la nueva película de Vin Diesel o algo parecido? ¿Piensas que seguiría haciendo figuras de animales con globos?
—Más le vale.
—Aja. Las amenazas funcionarán.
—Bueno, por suerte soy más importante para ella que su antigua vida —repuso Pedro, harto de situaciones hipotéticas—. Si nos separamos, no será por algo que haya o no haya hecho. No pienso cometer un error con Paula. Llegado el caso, todo puede irse a la mierda. La amo.
—De acuerdo. Eso es lo que necesitaba saber. —Tomas le asió del hombro, luego pasó por su lado, continuando su camino hacia la puerta principal—. Me aseguraré de que nada se vaya a la mierda. Si necesitas algo, estaré en el despacho.
Pedro lo vio dirigirse escaleras abajo.
—Gracias, Tomas.
—Está bien así, si quieres darme las gracias, deja de despedirme.
—Nada de promesas.
El teléfono móvil que llevaba enganchado del cinturón se puso a sonar con el familiar tono que significaba que Paula estaba llamado. Saliendo de sus pensamientos, descolgó.
—¿Estás ya en la cárcel? —preguntó.
—He estado y he salido, bombón. Yo…
—¿Qué? —La interrumpió, dando media vuelta de nuevo hacia su despacho y cerrando la puerta mientras uno de los guardias de seguridad recorría el pasillo durante una patrulla—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
—Dios mío. Y yo que pensaba que estarías cabreado por llamarte «bombón» —respondió con voz relajada y divertida.
Entonces, no se encontraba en peligro inminente. Por bien que se le diera seguir el juego, él todavía podía descifrar el tono de su voz. Haciendo rotar los hombros, se sentó tras su escritorio.
—Me lo estaba reservando para después.
—De acuerdo, entonces. Solamente me he pasado por el despacho de Castillo. Que no te dé un infarto.
Pedro se tomó un momento para asimilar eso. Era significativo que visitara de modo voluntario una comisaría y que le hablara de ello.
—Muy bien. Nada de infartos.
—Bien. Tan sólo quería avisarte de que voy a asistir al funeral de Charles Kunz con Francisco en el caso de que tú no vayas. ¿Vas a asistir?
—La invitación me llegó esta mañana por mensajero —respondió—. Pensé que querrías ir.
—Genial. Llamaré a Francisco y lo anularé. Y puede que tenga algo más en marcha que te contaré, pero antes debo averiguar un par de cosas.
Cada vez se le daba mejor volverle loco.
—Me parece bien —dijo fríamente, negándose a morder el anzuelo. Confianza. Tanto si confiaba en que no se metiera en líos como si no, ella tenía que creer que así era.
—De acuerdo —guardó silencio durante un momento—. ¿Pedro?
—¿Sí, mi amor?
—Me alegro de que no te quedases en Inglaterra.
—Yo también.
Pedro sonrió, hundiendo los hombros cuando puso fin a la llamada. Viniendo de ella, una admisión así era tan reveladora como un beso o una caricia. Responder a la pregunta de Tomas era simple: mientras Paula continuara probando su modo de vida, sí, él se arriesgaría a perder uno o dos negocios. Llamó a su oficina de Nueva York con una leve sonrisa y luego abrió su ordenador para realizar la revisión de una declaración conjunta
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buenísimos los capítulos!!!
ResponderEliminarAyyyyyyyyyy, cada vez más interesante esta historia. Me encanta.
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