Ignoraba qué había escuchado Pau, pero seguramente daba igual. Le había preguntado sobre Devon, y sabía que probablemente la pregunta le había inquietado, de modo que intentaba distraerla. Lo que venía a significar que Pedro era más valiente que ella.
—¿Pedro? —Pau abrió la puerta.
Él apareció frente a ella.
—Puedo mandar que traigan confitura si es lo que de verdad quieres.
—Dijiste que Ricardo Wallis te había decepcionado. ¿Qué hizo Patricia?
—¿Aparte de lo obvio? —Se la quedó mirando durante largo rato—. Patricia tenía un plan. Quería cierto número de cosas: dinero, una casa bonita, un círculo de amigos de élite, invitaciones a fiestas exclusivas. Yo hice que su plan fuera factible.
—Pero le pediste que se casara contigo.
—Pensé que ella encajaba en mis planes. —Se encogió de hombros—. Supongo que podría alegar ignorancia o algo parecido, pero no sería verdad. Los planes cambian, Pau. Tras un breve y feliz comienzo, ella dejó de ser lo que yo necesitaba, y yo no era lo que necesitaba ella. —Le acarició la mejilla—. Vamos, te prepararé un sándwich.
—Enseguida voy. —Pau se zambulló de nuevo en el baño.
Planes. Los planes cambiaban, ¿verdad? Pero ¿cuánto y por cuánto tiempo? Se paseó de un lado a otro durante algunos minutos, luego se lavó la cara con agua fría y fue a tomarse el sándwich.
* * *
El tráfico en Londres era bastante ligero, ya que era la noche de un martes en que había partido. Pedro no podía evitar su repentina impaciencia, aun cuando no creía que Meridien intentara una posible confrontación. Para ser justos, Harry no era de los que se dejaba llevar por el pánico.
A él le iba más ser brusco, motivo por el cual Pedro había guardado una pistola Glock del 30 en el bolsillo de la chaqueta.
No debería tener una pistola en Inglaterra, y si le pillaban con ella, mucho menos usándola, tendría muchos problemas. Esto, no obstante, no era una reunión de negocios al uso con un posible socio, y no estaba dispuesto a ir desprevenido.
Aparcaron al doblar la esquina de la casa de Meridien. Era un vecindario tranquilo, habitado en su mayoría por parejas jubiladas, que habían envejecido con las casas que los rodeaban.
—¿Es ésta? —preguntó Paula cuando llegaron a la esquina.
—Sí.
—¿En qué piso vive?
—Posee toda la planta baja. A Harry no le gustan las escaleras.
Ella siguió mirando fijamente la torre de pisos.
—En la planta baja y podría estar esperándote. Yo digo que entremos por la ventana de atrás.
—Yo voy a entrar por la maldita puerta principal.
—De acuerdo, tú ve por delante y yo iré por detrás. Quizá encuentre la tablilla.
—Paula, no quiero que infrinjas la ley.
—Eres tú quien infringe la ley —dijo, dándole un toquecito en el bolsillo de la chaqueta—. Yo te ayudo.
—Maldita sea, a veces me das miedo. Lo ves todo.
Ella frunció el ceño.
—No cambies de tema, inglés. Este tipo te ha robado.
—¿Qué pasa con eso de «la venganza es un plato que se sirve frío»?
—Olvídalo. Un camión ha intentado atropellarme. Ahora estoy cabreada.
Le cogió la mano cuando ella se disponía a atravesar el seto más próximo, cargada con su maletín.
—Tú también intentabas robarme, Paula.
—Sí, pero nunca fingí ser tu amiga o socia mientras lo hacía.
Y pensar que se decía que no había un código de honor entre ladrones. La siguió por el estrecho callejón hasta la parte trasera de la casa. Las luces estaban encendidas, y Pedro pudo oír a lo lejos un locutor anunciando el partido. Y el Chelsea iba ganando, lo cual mantendría la atención de Harry.
Paula probó la puerta trasera. Estaba cerrada con llave.
—Dame un par de minutos —susurró mientras sacaba un cable de cobre del bolsillo—, luego haz tanto ruido como quieras en la parte delantera.
No era así como Pedro quería jugar, pero ella tenía razón.
Seguramente Pau podría hallar más respuestas a su modo de las que él pudiera sonsacarle a Henry por la fuerza. Se inclinó para rozarle los labios con los suyos.
—Ten cuidado.
Ella sonrió abiertamente.
—Tú también.
Pedro observó hasta que ella abrió lentamente la puerta y entró, acto seguido se dirigió hacia la parte delantera de la casa. No esperó los dos minutos, porque no le agradaba la idea de que Pau estuviera sola allí dentro. Dio un paso atrás y golpeó la puerta con el pie. Ésta vibró y se abrió con un crujido, rompiéndose uno de sus goznes. La retiró a un lado, y entró al recibidor.
—¿Qué demonios pasa aquí? —vociferó la conocida voz de Harry Meridien—.¡Tengo un bate de criquet, así que más le vale salir antes de que llame a la policía!
—¡Llámales! —respondió Pedro a gritos, dando un paso adelante.
Dobló la esquina cuando Harry entró en el pasillo con el bate de criquet en alto.
—¿Pedro? ¿Qué…?
—Hola, Harry. ¿Sorprendido de verme?
—¿Qué demonios haces aquí? ¡Me has roto la puerta! —Alto y grueso, Meridien había sido todo un jugador de criquet algunos años antes, en la universidad.
Pedro le brindó una lúgubre sonrisa, la sangre le bullía.
Casi esperaba que Harry fuera con el bate a por él, así tendría una excusa para darle una paliza.
—Me has robado la tablilla —respondió.
—¿Que yo, qué?
—Querías que me quedara un día más en Stuttgart —continuó Pedro, alargando la mano rápidamente para atrapar el bate de criquet. Lo arrojó a un rincón—. ¿Fue para protegerme o para asegurarte de que construías aquello por lo que habías pagado?
—No tengo ni idea de lo que…
—Han muerto tres personas, Harry. Te sugiero que consideres cuidadosamente cuál va a ser tu historia.
—Pedro, te has vuelto loco. —La cara de Harry se ensombreció—. ¡No sé qué demonios está pasando, pero no tienes derecho a entrar por la fuerza en mi casa y a
amenazarme! Yo…
—¡Pedro!
Pedro se dio la vuelta y echó a correr por el pasillo al oír el grito de Paula.
—¿Paula?
—Aquí. Tienes que ver esto.
La encontró en el despacho de Harry. Todos los cajones del escritorio estaban abiertos y, a juzgar por el aspecto doblado del abrecartas que sostenía en la mano, no había sido demasiado cuidadosa con la madera. Paula sostenía en alto una foto.
—¡Le pillamos! —dijo con una sonrisa torva.
La tablilla. Parecía ser un duplicado de una de las fotografías del seguro.
Durante un breve instante quiso alzarla en sus brazos y gritar. Habían estado en lo cierto. Y eso significaba que Harry sabría quién era el hombre, el Doctor Maligno.
Meridien entró corriendo en su despacho con el rostro rojo y brillante de sudor.
—Largo de mi casa, Pedro. Tú y quienquiera que sea ésa. Ahora.
—Se me ocurre una idea mejor —bramó Pedro—. ¿Por qué no te sientas y me cuentas una historia? —Agarró la foto y la agitó ante Harry—. Una muy buena historia. Con nombres y todo.
—Tú… ella… podrías haberla puesto ahí. No significa nada.
—Tal vez no para la policía, pero sí para mí. Siéntate, Harry, o lo haré yo.
Durante un momento el hombre grande se quejó a voces de no poder confiar en nadie. Luego se hundió en la mullida silla junto a la puerta.
—Yo no he hecho nada malo.
—Cabe la posibilidad de que no presente cargos si me cuentas quién más está involucrado en esto. —Pedro se sentó en el borde del escritorio—. Y podría prestarte el dinero suficiente para que tu banco tenga liquidez. Puede.
—¿El banco? —Sus ojos se ensancharon con una patética esperanza que hizo que su grueso mentón temblara—. Esto… Partino sólo dijo que iba a sacar algo al mercado y que si estaría interesado en intentarlo. Eso es todo.
—Dante te llamó. Por línea directa —insistió Pedro, conteniendo su propia furia. Respuestas primero. Aquello no le concernía sólo a él. Paula seguía de pie detrás del escritorio, revisando archivos como si estuviera completamente sola en la habitación.
—Sí. Y ahora voy a llamar a mi abogado y a la policía.
—Además de Partino, ¿quién más te ofreció la tablilla? —interrumpió Paula, sin levantar la vista.
—¿Quién eres tú? —exigió Harry.
—Soy quien se suponía que debía ser el ladrón cuando el otro tipo que contactó contigo envió a otro a robar en casa de Alfonso y a matar a Partino.
La cara del hombre se tono macilenta.
—¿Qué?
—Así es —secundó Pedro, adoptando el lenguaje franco de Paula. Dios, a ella le funcionaba asombrosamente bien—. ¿No lo sabías? ¿O fuiste lo bastante estúpido como para dejar que te cargasen con la culpa de todo? El tipo que robó la tablilla está muerto, el tipo que contrató a mi amiga para que entrara al mismo tiempo está muerto, y esta tarde alguien intentó arrojar mi coche al Támesis conmigo dentro. —Se inclinó hacia delante—. Por lo que puedes suponer que no estoy muy contento. Quiero nombres.
—Parece que también tiene el Remington —dijo Paula, todavía revisando los archivos—. Tal vez más. —Levantó la vista para clavarla en Harry—. Empiezo a pensar que quizá él sea el tipo que lo ha montado todo.
—Soy coleccionista —dijo Harry, el rubicundo color de su piel se oscureció al punto de que Pedro comenzó a preguntarse si tenía un historial de problemas cardiacos—. No tengo nada que ver con la muerte de nadie.
—¡Demuéstralo! ¿Quién es el otro tipo? ¡Dímelo, joder!
La cara redonda de Harry se tornó ceñuda.
—Oh, por el amor de Dios, Pedro, ¿todavía no lo has descubierto?
Eso hizo que se detuviera por un minuto. Había algo de lo que ya debería haberse percatado o algo que debería haber sospechado, pero no era así.
—Finge que soy retrasado y dímelo, Harry. Contaré hasta tres y luego iré a por el bate. No más juegos. ¡Quiero el jodido nombre!
—Dios —farfulló Meridien, el sudor comenzaba a chorrearle por la cara.
—¿Qué te parece mi nombre? —En la habitación entró un hombre alto de pelo claro con el bate en una mano y una pistola en la otra.
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