sábado, 3 de enero de 2015
CAPITULO 55
Lunes, 6:25 p.m.
Castillo hizo que acudieran tres agentes y un transportista para ayudar a cargar las falsificaciones. Tras una pequeña discusión, accedió a interrogar a Partino y a su abogado acerca de las imitaciones a la mañana siguiente, y a no contactar con el FBI hasta no haber llamado a Gonzales para ponerle al corriente de la información que el hombre pudiera divulgar. Paula sabía que no estaba siguiendo precisamente el reglamento, y para gran sorpresa suya resultó que el hombre le caía bien.
Esta aventurilla se estaba volviendo cada vez más rara.
Primero había trabado amistad con alguien a quien previamente había descartado como víctima, luego había llegado a un entendimiento, como mínimo respetuoso, con un abogado, y ahora a una situación similar con un policía. ¿Qué sería lo próximo, un cura?
—Más te vale que merezca la pena —dijo Pedro, reuniéndose con ella en el vestíbulo—. No suelo llevar pantalones cortos a menos que se trate de circunstancias
extremas.
—Son bonitos —dijo, sonriendo mientras él se acercaba.
Los llevaba holgados, grises y con clase. También se había puesto una camiseta negra que hacía que deseara abalanzarse sobre él y olvidarse de la cena. Y pensar que se le había ocurrido aquel atuendo para colocarle en una posición de desventaja. Había intentado convencerse de que aquello había sido una prueba inteligente para comprobar en qué medida podía adaptarse a su petición, como si fuera proclive al autoengaño. Se trataba de si ella podía ser normal, olvidarse de su mundo durante una noche.
—Si ésta es tu idea de una broma, vas a lamentarlo de verdad.
Paula hizo un ligero movimiento con los hombros. «Vuelve a entrar en el juego.»
—¿No tienes un coche normalito?
—Voy a suponer que con «normalito» te refieres a barato, en cuyo caso la respuesta es no.
Ella dejó escapar un exagerado suspiro, disfrutando de una expresión de creciente turbación de su rostro.
—De acuerdo, supongo que podemos llevarnos el Benz.
—¿Cuál? —preguntó sin rodeos.
—El SLK. Es un modelo blanco pequeño.
—¡Caramba! —farfulló—. Conduzco yo, por si acaso tengo que salir pitando.
A Pau le sorprendería que aquélla fuera la máxima exigencia que él realizaba en toda la velada.
—Me parece bien. Vamos.
Cuando llegaron al centro de Palm Beach al fin le dijo adonde se dirigían.
—Chuck & Harold's —repitió él—. Me suena de algo.
—Los Fabulosos Baker Boys solían tocar allí. Tienen un marisco delicioso. Y baile.
—Baile. ¿Nos gusta bailar?
Ella asintió.
—Claro que nos gusta.
—¿En pantalones cortos?
—Tenemos que parecer turistas.
Pedro tomó la vía Royal Poinciana y aparcó el Mercedes junto al bordillo con una precisión que no puedo evitar admirar, sobre todo teniendo en cuenta que había crecido en un país donde conducían por el lado equivocado de la calle.
—¿Por qué tenemos que parecer turistas? —preguntó, echando de nuevo la capota.
—Porque aquí vienen en su mayoría turistas.
Pedro le acarició la mejilla.
—Como señalaste antes, mezclarme no se me da demasiado bien —murmuró, retirando un mechón de su cabello de detrás de la oreja—, pero lo intentaré.
Mezclarse se le daba fatal; pero si hubiera ido vestido con su camisa y sus pantalones de pinzas de chico rico, les hubiera sido imposible cruzar la puerta sin que algún paparazzi les hiciera una foto. De este modo, cualquier grupo interesado tendría que mirar al menos dos veces.
Además, tenía unas piernas estupendas.
—¿Terraza o cenador? —preguntó la anfitriona cuando entraron. Pedro, naturalmente, la llevaba de la mano, y mientras el tropel de turistas femeninas del interior se volvía a echar un vistazo al dios moreno de profundos ojos grises, Pau no pudo evitar sentir cierta vanidad.
—Tú eres el invitado —le dijo—. Elijes tú.
—Cenador —decidió.
Ella hubiera preterido asientos en la terraza para poder tener vigilada la calle.
Eso, sin embargo, no haría nada por propulsar su experiencia de la normalidad.
Siguió a la anfitriona, permitiendo que Pedro le sujetara la silla cuando llegaron a sus asientos.
—Muy bien, lo reconozco —dijo, echándose hacia delante para poder oír por encima del ruido de la música jazz que el grupo tocaba a su espalda—, casi todo el mundo lleva pantalones cortos.
—Ya te lo dije.
—Ahora, querida, ya que me has invitado a salir, ¿puedo dar por supuesto que pagarás tú?
—Sí, puedes. —La cuenta para su retiro en Milán no iba a verse en la bancarrota por una noche—. Date el capricho.
Su sonrisa se hizo más amplia, mientras el gris de sus ojos tomaba un matiz más cálido. El corazón de Pau dio un extraño vuelco como respuesta, y rápidamente echó
mano de su copa de agua y la apuró de un trago.
—¿Algo para beber, amigos? —preguntó la camarera, cuya placa la identificaba como CANDY. No cabía duda de que lo era.
—¿Tienen carta de vinos? —preguntó Pedro con suavidad, enarcando una ceja en dirección a Pau, sin duda esperando hacer que lamentara su comentario de «date un
capricho».
—Básicamente tenemos dos colores. Tinto y blanco.
Pedro dibujó su célebre sonrisa y Candy a punto estuvo de tragarse el chicle.
—Entonces, ¿cuál es el mejor tinto que tienen?
Ella nombró un Merlot francés y Pedro pidió una botella.
—Claro. Vuelvo en un minuto y les tomo nota.
—Hum. Ni siquiera me ha preguntado qué quiero de beber —advirtió Pau.
—Bueno, seguramente da por supuesto que tú eres mi cita y que yo pedía para ambos. ¿Quieres que le llame y le pida que vuelva?
—Cierra el pico, inglés. El Merlot me parece bien.
Con otra risilla, Pedro abrió el menú.
—Tú ya has comido aquí, ¿no? ¿Qué me recomiendas?
—Las ensaladas son buenas. Y los colines.
—Discúlpeme —anunció una voz emocionada que llegaba desde detrás de Pau, y ésta levantó la cabeza. Junto a la mesa había una despampanante rubia con un vestido cuyo escote le llegaba al ombligo y el bajo subía hasta la entrepierna.
—¿Sí? —preguntó, sin estar segura de si ponerse a gritar o a reír.
—¿Eres Pedro Alfonso? —preguntó la mujer, ignorando a Pau.
Pedro parpadeó.
—Ah, es a mí. Pensé que estaba hablando con ella. Sí, lo soy.
—¿Podrías firmarme un autógrafo?
—Por supuesto. ¿Tiene un bolígrafo? —La mujer le tendió una servilleta y un bolígrafo y Pedro le firmó—. Ahí tiene.
—¿Qué me dices de tu número de teléfono? —La rubia se rio como una tonta, pero volvió a colocar la servilleta en la mano de Pedro.
Pau se habría puesto en pie de no ser porque Pedro le dio una patada por debajo de la mesa.
—¡Ay! —se quejó, fulminándole con la mirada.
—Lo siento, pero no doy mi número de teléfono.
—¿Estás seguro? —La chica del ombligo se relamió los labios.
—Permítame que le diga —prosiguió Pedro, brindándole una cálida sonrisa, aunque Pau advirtió que sus ojos permanecieron fríos e imperturbables—, que en este preciso instante estoy ocupado disfrutando de la compañía de una preciosa dama con la que me encanta pasar cada momento libre del que dispongo. —Se irguió un poco más, bajando la voz prácticamente a un murmullo—. De modo que le
agradezco su interés, pero jamás, ni en un millón de años, voy a darle mi número de teléfono. Buenas noches.
Con la cara roja como un tomate por debajo de los dos centímetros de maquillaje, la mujer se dio media vuelta, y se marchó mientras contoneaba sus perfectas caderas.
—Pero qué guay eres. —Susurró Pau.
—Al menos podrías fingir estar celosa —dijo, tirando de su mano por encima de la mesa para besarle los nudillos.
Claro que había estado celosa, pero de ningún modo iba a decírselo. No hasta que pudiera descifrar por sí misma qué demonios significaba eso. Al menos no le había entrado el pánico y tratado de pegar a una mujer casi desnuda por acercársele sigilosamente por la espalda.
—No es tu tipo.
—¿Y cuál es exactamente mi tipo? —preguntó.
—Una que pudiera haberte dado una contestación en vez de largarse echa una furia.
Con un poco habitual bufido se bebió su copa de agua.
—Probablemente, tengas razón. ¿Qué debo pedir?
—¿No te apetece una ensalada? —sonrió ampliamente ante su expresión afligida. Cierto fastidio no le estaría mal empleado por ser tan guapo—. De acuerdo, está bien. El cangrejo gigante de Alaska es delicioso. Yo voy a pedirme el filete de corvina con costra de nuez de Macadamia.
Pedro confiaba lo suficiente en ella como para pedir cangrejo y Pau tuvo que reconocer que el pescado iba mucho mejor con el Merlot que con la cerveza que a
punto había estado de pedirse. Retiraron la lona de falso techo que cubría el espacio, y en el jardín la luna y la luz de las estrellas iluminaban la pista de baile. No se había
percatado de que el interior del cenador fuera tan… romántico, con el grupo de jazz tocando y las parejas comenzando a girar por la pista.
Finalmente Pedro dejó su tenedor y las tenacillas en su plato.
—Tenías razón. Estaba magnífico.
Pau comprendió que estaba divagando y retiró su servilleta.
—Me alegra que te haya gustado.
—¿Quieres bailar, querida?
Él se puso en pie, tendiéndole la mano. Bueno, había sido ella quien primero lo sugiriera. Suspirando, aceptó su mano y dejó que la ayudara a levantarse.
—Tengo que hacerte una confesión —dijo en voz baja, deslizando ambas manos en torno a su cintura.
—¿Cuál?
—Esa mujer podría haber estar desnuda y aun así me hubiera sido imposible apartar los ojos de ti.
Se mecieron al unísono, con el cuerpo pegado uno al del otro.
—Estaba prácticamente desnuda.
—¿Lo estaba? Supongo que eso demuestra lo dicho.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ayyyyyyy, me encantaron los 3 caps!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Muy buena la actitud de pedro con esa rubia! jaja sigue sumando puntos!
ResponderEliminarbuenísimo,me encanto!!!
ResponderEliminar