viernes, 30 de enero de 2015

CAPITULO 144




A pesar de sus sentimientos al respecto, era capaz de comprender la emoción e ilusión de Paula ante la expectativa de llevar a cabo un golpe, aunque se tratara de un robo en el que le habían obligado a participar. Él mismo la había acompañado durante algunos hurtos menores antes incluso de la última semana, todos por el bien de los buenos, y era lo más excitante que jamás había experimentado. La emoción, el desafío, formaban parte de su atractivo, al igual que el considerable dinero que Pau solía ganar.


No, ahora tenía otra cosa de qué preocuparse. Por mucho que se hubiera esforzado en ser paciente, en dejar que Pau se dedicara a su empresa a su ritmo y a su modo, había pensado que, cuanto mayor éxito tuviera, menos probable sería que se alejara de él y regresara a su antigua y excitante vida. Nunca se le había pasado por la cabeza que a Paula no le gustara absolutamente nada su nuevo trabajo.


¿A qué otra cosa podría dedicarse un ladrón de guante blanco retirado, que todavía estuviera en lo más alto? 


Sentarse de brazos cruzados a hacer crucigramas no bastaba, y Paula no sería Paula si se conformara con eso. 


¿Guardaespaldas? A Paula no le gustaban las armas, y Pedro no quería que se separase de él durante tanto tiempo. ¿Luchadora profesional de Wrestling?
Demasiada atención mediática y un pobre desafío intelectual, pero le hizo gracia que se le hubiera ocurrido aquello.


Cerró los ojos durante un momento. Los dos tenían que pensar. Ninguno sería feliz si ella continuaba con un trabajo que detestaba, sobre todo si únicamente se mantenía ocupada para tranquilizarle a él, o para permitirse tener un pie metido en su antiguo trabajo. Ni tampoco quería que los clientes de Pau la abandonaran porque su padre hubiera logrado vincularla con un robo. Dejar el negocio de la seguridad debería ser decisión de Paula, no de su recelosa clientela.


Apretando los dientes, Pedro se dirigió de nuevo a su reunión. Su primera tarea en todo esto sería cerciorarse de que Paula continuaba libre y viva después del martes. 


Lo cual significaba que no podía involucrarse poniéndose en contacto con la INTERPOL, la policía o con ningún otro.


Se detuvo. ¿O sí? Girando sobre los talones, regresó a su despacho, cerró la puerta y se sentó a su mesa. Luego, inspirando profundamente, cogió el teléfono y marcó.


—Tomas Gonzales.


—Hola, Tomas.


—Hola, Pedro. Estoy en el partido de béisbol de Mateo. ¿Adivinas quién acaba de marcar un doble?


Pedro sonrió. Tomas adoraba su vida doméstica. Por un instante se permitió preguntarse si algún día se sentaría en las gradas y animaría a su propio hijo o hija. «El martes, Pedro, céntrate.»


—Diría que ha sido Mateo —respondió—. Felicítale de mi parte.


—Lo haré. —Tomas hizo una pausa—. ¿Qué sucede?


—¿Estás en nómina, verdad? Así que cualquier cosa que te cuente, en cualquier momento y lugar, se considera bajo secreto abogado-cliente, ¿verdad?


—Sí. ¿Por qué, han arrestado otra vez a Chaves?


—Aún no.


—¿Aún no? Eso no parece demasiado prometedor. Espera. Deja que me meta detrás de la barra de los aperitivos para que podamos hablar.


—No te pierdas el partido de Mateo.


—Todavía no ha vuelto a salir al campo. Espera. Está bien. ¿Qué sucede?


—Alguien va a robar el Museo Metropolitano de Arte el martes.


—¿Qué? ¿Te lo ha dicho ella? Llama a la poli, Pedro.


—Es una trampa de la INTERPOL. Paula está ayudando a... a un amigo suyo a tenderla. El problema es que ella no tiene ningún trato con las autoridades.


—Pues debería retirarse.


—No puede. Es complicado. Amenazan con matarnos a ambos si no coopera.


—¿Os amenaza la INTERPOL? Es una locura.


—La INTERPOL, no. Los otros ladrones. Solamente quería saber si podemos tomar algunas medidas para minimizar el peligro que corre.


—Soy abogado corporativo, Pedro. —Tomas pronunció entre dientes algunos improperios muy originales—. ¿Y qué hay del riesgo que corres tú? Puede que haya convencido al Departamento de Policía de Nueva York de que no robó el Hogarth, pero si la pillan en el museo, la cosa va a cambiar. Y tú te verás arrastrado al centro del huracán, por ser cómplice o por ser el pringado de turno que dejó que sucediera delante de sus propias narices.


Pedro se quedó sentado muy callado durante un momento, recordándose a sí mismo primero que Tomas no tenía la menor idea de que él había estado presente en el robo de los Hodges, y luego que el abogado miraba por él y que en realidad nadie había llamado pringado a nadie.


—Repito —dijo con lentitud—, ¿hay algo que podamos hacer para minimizar los riesgos?


—Déjame pensar. Fui al colegio con un par de tipos del Departamento de Estado. Veré qué puedo averiguar. Pero es domingo, así que no esperes un milagro.


—Llegados a este punto, Tomas, un milagro sería muy bien recibido.


—Te llamaré.


—Estaré esperando. —Y repasando algunas posibilidades por sí mismo.



***


Paula pagó al taxista y se bajó de un brinco del vehículo delante de la casa de la ciudad. Sanchez le había encontrado un divisor de tecnología punta y había conseguido tres ligeros alicates para cable a fin de que ella pudiera escoger el que más le gustara. Le había dado las gracias y se había marchado... y no le dijo ni una sola palabra acerca de la aparición pública por sorpresa de Pedro, ni de que hubiera solicitado una reunión con Martin, ni siquiera que Locke intentaba seguirla, tratando seguramente de recuperar su Picasso.


Ignoraba por qué no le había dicho nada. Desde que tenía uso de razón, siempre había podido hablar con Sanchez sobre cualquier cosa. Incluso había sido él quien había salido a comprarle su primera caja de tampones, aunque Pau había tenido la sensación de que de ahí no pasaba.


Pero cuando Pedro le dijo por qué quería encontrarse con Martin, y le dijo que era probable que éste no tuviera un plan de escape para ella... aquello le había resultado tan nuevo, que no había sabido cómo tomárselo. Siempre había cuidado de sí misma. No debería haber importado que tuviera que hacer lo mismo el martes. Si había una lección que Martin le hubiera repetido hasta la saciedad, era que todo el mundo miraba primero por uno mismo. Incluso Sanchez actuaba de ese modo hasta cierto punto, dado que había sido ella quien asumía los riesgos y él quien vendía los objetos obtenidos, y ambos habían amasado un buen montón de pasta al hacerlo.


Pero Pedro obraba de forma diferente. Le había visto conduciendo sus negocios, y podría transformarse sin previo aviso en un Gran Tiburón Blanco, haciendo trizas a cada oponente que tenía a mano. Pero también sacaba la cara por ella, y bien que la defendía, y lo había hecho en más de una ocasión. Normalmente la cosa acababa bien para los dos, o hasta el momento así había sido, pero eso parecía ser una cuestión de suerte, igual que todo lo demás.


Un coche estacionó detrás de ella cuando recogía su mochila y se encaminaba hacia la escalera principal. No miró, pero sí varió su forma de agarrar la pesada mochila. 


Ésta le haría un buen chichón en la cabeza a cualquiera si resultaba necesario.


—Pau.


Le bastó con aquella sílaba para reconocer la voz. Veittsreig. 


¡Para qué iba a molestarse en llamar para concertar una cita cuando podía acercarse en coche y echarle el guante! Era demasiado esperar poder dejarle una nota a Pedro. ¡Maldita sea!


Se dio media vuelta.


—¿Te has perdido?


Él sacudió la cabeza en el asiento delantero del pasajero del Ford Explorer negro. —Sube.


—Seguramente la poli esté vigilando la casa.


—Pues date prisa en subir.


Pau así lo hizo, adoptando una expresión enfadada.


—Ha sido una estupidez, ¿no te parece? —dijo, ocupando el asiento del medio cuando los otros dos hombres se movieron para hacerle un hueco.


—Tal vez quiera que la poli te vea con nosotros —respondió Nicholas—. Sólo para asegurarme de que estás comprometida con el proyecto al cien por cien.


—Ah, ¿con que ahora se trata de un proyecto? Creía que era un robo. Debería haber traído barritas de helado y limpiapipas en lugar de cortadores de vidrio.


—¿Quieres que te registre de nuevo en busca de micrófonos, Pau?


—No, ¿quiénes son tus amigos? Reconozco a Bono, por supuesto.


El tipo que tenía sentado a su lado con pelo largo y grasiento, nariz aguileña y gafas de sol frunció el ceño.


—Bono. Esa sí que es buena —bufó Nicholas—. Es Eric. El que está junto a la ventana es Dolph. Nuestro conductor es Wulf.


—¿Quién falta, aparte de Martin? Dijiste que haríamos siete partes.


—Correcto. Dos son para mí. A fin de cuentas, lo he organizado todo.


—Supongo que hasta el martes no sabré si te lo mereces o no. Nicholas se giró desde el asiento delantero para mirarla a la cara.


—No es de mí de quien habrá que preocuparse.


Otra vez con amenazas. En su oficio eran tan comunes como los alicates de corte.


—Si se trata de la gran reunión, ¿dónde está Martin?


—Vamos a reunimos con él. Decidí ahorrarte el taxi y que tuvieras que despistar a los polis que te siguen.


—Gracias, siempre que no te estén siguiendo a ti. Ya has aparecido cuatro veces por mi casa.


—¿Wulf? —preguntó Veittsreig.


—Nadie nos sigue —respondió el conductor con un acento más marcado que el de Veittsreig.


A pesar de la aparente seguridad de Wulf, el Explorer pasó la siguiente media hora dando vueltas por todo Manhattan. 


Paula aplaudía la cautela, aunque la atención por los detalles no les auguraba nada bueno a Martin o a ella. 


Cuando la INTERPOL fuera a por estos tipos, no les cabría duda de quién se había ido de la lengua. Si lo que Pedro había dicho acerca de su conversación con Martin era cierto, y no tenía motivos para creer lo contrario, tenía que idear un plan de fuga. Y que fuera bueno.


—¿Te has perdido? —preguntó finalmente—. Si no es así, me encantaría conocer el plan de acción antes del martes. Y los planos del sistema de alarma.


—Cinco minutos. Y dale tu mochila a Bono.


Bono, alias Eric, dijo algo en alemán sobre lo poco gracioso que era Veittsreig. Paula fingió no entender, y en su lugar arrojó la mochilla al regazo de Eric.


—No te cargues nada. Todo es nuevo.


Eric cogió el divisor.


—GPS —farfulló.


—Es un divisor de frecuencia electrónico, so lerdo —replicó Paula—. Sirve para desactivar partes de un sistema de alarma.


—¿Por qué es nuevo? ¿Es que no tenías uno, Chaves?


—Sí, lo tengo. Está en Palm Beach. Vine a Nueva York de vacaciones. Fuisteis vosotros los que montasteis todo esto. Yo solamente intento estar preparada.


Lo siguiente que Eric farfulló en alemán confirmó que el resto del material de la mochila era legal. Volvió a meterlo todo y se la devolvió.


—Gracias. ¿Significa que he aprobado? ¿He conseguido que me aceptéis en el club?


—Sí. Avanza hasta el almacén, Wulf.


Las pandas —o mejor dicho, bandas— de ladrones siempre alquilaban almacenes. Dado que trabajaba normalmente sola, Paula no estaba muy segura del porqué, a menos que todos hubieran visto las mismas películas y no desearan que las otras bandas de ladrones se rieran de ellos. Para ella resultaba altamente sospechoso que un grupo de tipos alquilara de repente un local y no lo llenara de material de almacenaje, pero ella era una infractora, no una representante de la ley.


Aparcaron delante de un anodino almacén a la orilla del río frente a Nueva Jersey. Dolph se apeó, introdujo un código de entrada —que Pau memorizó de inmediato—, en el teclado numérico de la puerta y a continuación empujó la puerta metálica hacia arriba. El Explorer pasó por debajo y Dolph bajó la puerta otra vez.


—Con que este es el cuartel general súper secreto —dijo Paula, apeándose del todoterreno—. Es... espacioso.


Martin rodeó un conjunto de cajas y se aproximó hasta ella.


—Chaves y Chaves, juntos de nuevo.


—Hola, Martin.


—Ya estabas harta de tu breve retiro, ¿verdad? Siempre dije que un verdadero campeón no puede retirarse en la cumbre. No lo lleva en la sangre. Tiene que seguir luchando hasta el final.


—Y ambos sabemos en qué lado de esa colina te encuentras tú, ¿eh, Martin? —Veittsreig rio entre dientes, dándole una palmada en la espalda a su padre—. Echemos un vistazo a esos planos, ¿quieres?


—Antes de empezar —dijo Paula, arrojando su mochila en otra omnipresente caja y reparando en que la furgoneta de UPS a sus espaldas ahora era negra y llevaba «SWAT» pintado encima del logotipo de la compañía de repartos—. Tengo una pregunta.


—¿Y de qué se trata?


—Supongo que lleváis semanas preparando esto. ¿Por qué me habéis incluido sólo tres días antes del golpe?


—En primer lugar —dijo Nicholas, lanzándole una cerveza—, no sabíamos que estarías en Nueva York en tan oportuno momento, pero dado que lo estás, tontos seríamos de no aprovecharlo. En segundo lugar, recibimos la solicitud del Stradivarius la semana pasada, y no podíamos decidir cómo ocuparnos junto con todo lo demás.


—Necesitas más personal.


—Personal femenino —dijo Dolph, clavando la mirada en la zona del pecho de su camiseta de tirantes.


¡Genial! Un tipo con las hormonas revolucionadas.


—Y en tercer lugar, algunos cacos, como nos llamas tú —prosiguió Nicholas—, no podrían ponerse al día y estar listos en tres días. Apuesto a que tú sí puedes.


—Eso demuestra que eres listo —dijo Paula, brindándole una sonrisa a Veittsreig—. ¿Pero qué tal se te da robar?
Nicholas desplegó los planos.


—Echa un vistazo y compruébalo.




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