viernes, 30 de enero de 2015
CAPITULO 143
Domingo, 1.40 p.m.
«Paula vio a Pedro sentado en la sala de conferencias de paredes de cristal en cuanto salió del ascensor y puso el pie en la planta cincuenta de Alfonso. Dejando la mochila en una butaca al pasar, mantuvo la mirada clavada en su objetivo.
Ataviada con unos vaqueros y una camiseta de tirantes, distaba mucho de presentar, siquiera, una imagen informal, pero hoy no estaba allí para mezclarse. De hecho, esperaba que Pedro se fijara bien en ella.
La mayoría de las personas de allí ya la conocían, al menos de vista, y nadie le impidió el paso. Cuando llegó a las puertas dobles de la sala de conferencias, las abrió de golpe.
—Hola, Pedro —dijo con su tono de voz más glacial.
Este se volvió hacia ella al tiempo que se ponía en pie.
—Paula, ¿qué... ?
—¿Podría hablar contigo un momentito, cariño? —le interrumpió, ignorando los murmullos de sorpresa de la otra docena de personas que había en la sala.
La mandíbula de Pedro se tensó.
—Por supuesto. ¿Podrías esperarme en mi despacho un momento?
Estaba claro que no podía gritarle en público. Asintiendo bruscamente, giró sobre los talones y se encaminó con paso decidido hacia su despacho. A mitad de camino, enganchó su mochila y se la llevó consigo.
Se pasó los siguientes cinco minutos echando chispas, paseándose igual que un basilisco de acá para allá y sintiendo la tentación de ponerse a romper cosas, si es que hubiera habido algo que romper. Teniendo en cuenta el lujo de todas sus casas, el despacho de Pedro le daba un nuevo significado al término «espartano». Por fin Pedro abrió la puerta y la cerró después de entrar.
—Como quizá hayas notado —espetó—, estaba ocupado.
—¡Vete a la mierda! ¿Qué cojones te crees que haces saliendo en la tele para que Martin viniera a verte? ¿Crees que puedes salir en antena para quedar con la gente?
—Contigo funcionó —dijo, su voz era grave y controlada.
—¿Así que se te ocurrió intentarlo de nuevo con Martin? Saliste a la calle para llamar específicamente su atención.
—Sí, así fue. Tú saliste en plena madrugada para reunirte con él.
—Es mi padre.
—Así es. Y quería hablar con él.
—¿Para qué, para poder pedirle permiso para cortejarme o lo que sea? ¡Cómo te atreves a meterte así en mi vida sin ni siquiera preguntarme primero! Por no mencionar que Nicholas y su banda podrían haber estado vigilando. ¿Qué demonios crees que pensarían si te vieran hablando con Martin?
Pedro se paseó hasta su mesa y desanduvo de nuevo el camino. A juzgar por la rectitud de su espalda, estaba igual de furioso que ella. Bien. Paula detestaba mantener una discusión ella sola.
—Dentro de tres días vas a robar un museo, ¿no? —preguntó, su refinado acento de Devonshire se hizo más marcado.
—Sí, eso voy a hacer. Y no necesito tu permiso para ello, y tampoco...
—¡Vete a la porra! Quería conocer al hombre que regresa a tu vida como si tal cosa después de tres años, sólo para meterte en sabe Dios qué —la interrumpió—. Me reservo el derecho de meterme en tu maldita vida porque me preocupa.
—Tú...
—No le pedí a tu padre que me contara secretos o me diera una perspectiva para comprender tu carácter, ni que me concediera permiso para estar contigo. Le pregunté por qué escogió este trabajo para hacer que volvieras al redil. Y no he recibido una respuesta que me parezca satisfactoria.
—Te parece satisfac...
—¿Le has preguntado si tiene un plan de fuga para ti después de que intervenga la INTERPOL? Porque me da la sensación de que no lo tiene. No tiene un plan, Paula. No va a actuar de forma desinteresada y heroica para cerciorarse de que se recompensa tu ayuda o que se proteja tu libertad.
Paula intentó atizarle, pero Pedro bloqueó el golpe con el antebrazo y la agarró de la muñeca.
—¡Suéltame! —gritó.
—Nunca —le respondió, gruñendo y con la voz entrecortada.
Con un grito se liberó y se abalanzó sobre él. Ambos cayeron por encima de la mesa y aterrizaron en el suelo delante de la ventana. En su cabeza no surgía nada coherente. Nada salvo una ardiente y negra cólera. Y entonces, de pronto comenzó a sollozar, y debajo de ella, Pedro la rodeó con sus brazos, abrazándola contra su pecho.
—No estoy teniendo una... crisis nerviosa —dijo entre sollozos.
—Lo sé.
—Estoy muy cabreada contigo.
—Lo sé.
—¿Por qué has hablado con él?
—Porque me tienes preocupado —aflojó levemente su abrazo, y comenzó a mecerla. Maldita sea, la estaba meciendo.
Paula se incorporó, sentándose sobre sus piernas.
—Déjalo ya. No soy ninguna niñita.
Pedro también se sentó, apoyando los brazos a la espalda para mantenerse erguido.
—¿He dicho yo que lo seas? —dijo y guardó silencio durante un instante—. Cuando mis padres murieron, Pau —prosiguió de pronto—, me encontraba en un internado a más de tres mil doscientos kilómetros de distancia. Fue muy... duro. Si mi padre apareciera de pronto y me obligara a... a volver al colegio mientras aún estuviera tratando de asimilar que en realidad no está muerto... ni siquiera puedo imaginarlo.
—No es eso —dijo, sorbiendo por la nariz y secándose los ojos con la mano. Odiaba llorar estúpidamente. No era algo que hiciera con frecuencia. Al parecer, tan sólo Pedro podía hacerla llorar.
—¿Pues qué es?
Pau se agarró las manos, retorciéndose los dedos.
—No quería que le conocieras —dijo finalmente, su voz le pareció débil y trémula incluso a sus propios oídos.
Pedro se movió, rodeándola con un brazo.
—Por dios, Pau. No eres como él, si eso es lo que crees.
Volviendo la vista, su mirada se encontró con los preocupados ojos azul oscuro de Pedro.
—Pero podría serlo. Odio atracar museos, y... y a pesar de eso estoy tan emocionada que apenas veo con claridad. Y sé que hay muchas posibilidades de que me pillen. Y te oculto cosas y salgo a hurtadillas por la noche para... para hacerlo, y mi negocio comienza a despegar, y cada vez que veo a uno de mis «clientes», pienso que puedo despojarle de todo salvo de su ropa interior sin que sepa qué le ha pasado. Y ahora Boyden Locke me está siguiendo, así que desconfía de mí, como seguramente también hacen el resto de mis clientes. Y tienen todo el derecho. Y me ha llamado Patty, que cree que le estoy tendiendo una trampa para fastidiarla de nuevo. Le dije que necesitaba un exorcismo, pero puede que sea yo quien lo necesite.
—¿Sales a hurtadillas por la noche?
—Para poder entrar de nuevo sin que me vean. —Se golpeó los muslos con los puños—. Soy un maldito desastre. ¿Por qué narices quieres estar conmigo?
Lentamente comenzó a enroscar los dedos en su cabello.
—Porque continúas entrando en mi casa —le susurró al oído—. Y porque me salvaste la vida cuando nos conocimos. Y porque pareces tener la costumbre de arriesgar tu vida para ayudar a otros.
Pau suspiró, tratando de recobrar de nuevo la compostura.
—De acuerdo, está bien. Soy estupenda. Estoy jodida, pero soy la caña.
—Exactamente. —Y depositó un beso en su cabeza, y acto seguido le alzó la barbilla y la besó suavemente en la boca.
Paula se apoyó en él, y Pedro cerró los ojos, aliviado.
También se encontraba sumamente alarmado, pero eso tendría que esperar hasta que dispusiera de un momento o dos para pensar. No era la primera pelea que tenían, pero sí la primera vez que Pau había estado cerca de golpearle. Y ni siquiera era eso lo que le preocupaba. Tras dejar escapar un último suspiro contra su boca, Paula se puso en pie y le tendió la mano para ayudarle a levantarse. A pesar del moratón que ahora tendría en la cadera, Pedro rechazó su ayuda y se puso en pie por sí solo.
—Dame unos minutos y podremos irnos de aquí —dijo.
—No, estoy bien. Y tengo que encontrarme con Sanchez para recoger el resto de mi equipo.
—Creía que os habíais ido juntos de compras.
—Así era, hasta que los polis nos alcanzaron y tuve que chocar contra su coche, deshacerme del vehículo de alquiler y separarnos. —En sus labios floreció nerviosamente un asomo de sonrisa, parecida a la que solía lucir cuando creía estar siendo graciosa.
—Al menos el día no ha sido una completa pérdida de tiempo —dijo suavemente, pasándole un brazo por encima mientras se encaminaban hacia la puerta.
—Supongo que no. Lo más probable es que Veittsreig me llame antes de que llegues a casa. Si tengo que marcharme para reunirme con él cara a cara antes de que regreses, te dejaré una nota en la mesilla de noche.
Precisó de una buena dosis de su consumada fuerza de voluntad para dejar que saliera por la puerta de su despacho. Pero intentar impedírselo erigiría un muro entre ellos que ninguno de los dos podría traspasar.
—Por el amor de Dios, ten cuidado —le dijo, esperando no estar extralimitándose al darle consejos verbales—. Como tú misma dijiste, estos tipos son unos asesinos.
—Me pregunto cómo es el hombre que les contrató —farfulló sombríamente.
—Procuremos no averiguarlo.
Paula se volvió hacia él, posándole las manos sobre los hombros y poniéndose de puntillas para darle un suave beso en la boca. Tras acariciarle fugazmente la mejilla, salió en dirección a los ascensores.
Pedro se apoyó contra el marco de la puerta, se recolocó su desaliñada camisa y trató de ponerse derecha la chaqueta. Armani era una buena marca, pero no estaba hecha para los placajes al estilo del fútbol americano.
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