jueves, 29 de enero de 2015

CAPITULO 141





Domingo, 10.18 a.m.


—Es un buen trabajo —dijo Pedro, hojeando los tres informes mientras la limusina se dirigía a su oficina en el centro.


Joaquin Stillwell todavía jugueteaba con la corbata que Paula le había devuelto.


—Gracias, señor —dijo aclarándose la garganta—. Me disculpo por mis acciones de antes. Yo no...


—Wilder te pidió que esperases en el despacho. Y no has hecho nada inapropiado. —De hecho, no había hecho nada de nada, pero Paula podía ser difícil de tratar, en el mejor de los casos. Al menos Stillwell no se había meado encima al ser asaltado por una mujer vestida con una camiseta de tirantes y un tanga.


—No era ésa la primera impresión que deseaba causar.


Pedro sacudió los informes.


—Consideraré esto como tu primera impresión. —Echó un vistazo al hombre de menor edad que tenía sentado frente a él. En realidad, habían coincidido en varias ocasiones, y aunque trabajaban en campos diferentes de Alfonso, había visto el trabajo del tipo y no había recibido más que elogios por parte de los superiores de Stillwell—. Sea como sea, ¿cuándo llegaste a Nueva York?


—El vuelo aterrizó a las siete de la mañana, señor.


—Llámame Pedro, por favor. ¿Te ha buscado Sara un lugar donde quedarte?


—No estaba segura de cuánto tiempo estaría usted en la ciudad. Le dejé mi equipaje a su mayordomo hasta que pudiera...


—Te quedarás en el cuarto de invitados —decidió Pedro—. Nos quedaremos en Nueva York otra semana más, en principio. —Salvo que sucediera una catástrofe, claro estaba—. Dispondrás de un espacio considerablemente mayor en Palm Beach.


—Si me permite que lo pregunte, la dama, la señorita Chaves, ¿ella es...? Quiero decir, ¿hay algo que deba saber a fin de realizar mi labor?


—Es poco probable que Paula te haga otro placaje de nuevo. —Pedro se contuvo de sonreír—. Robaron en casa hace unos días, como seguramente debes de haber oído. Hemos estado un poco nerviosos. —Técnicamente, habían entrado tres veces, al parecer el mismo tipo todas ellas, pero eso no era para divulgarlo de forma pública.


—Entiendo, señor... Pedro. Naturalmente, debería haber anunciado mi presencia, pero... supuse que estaba ocupado.


Sí, en la habitación contigua. Pedro volvió con el papeleo. 


Si Stillwell había escuchado parte de su conversación con Paula, eso podría explicar la prisa del tipo por tratar de salir del despacho, y su manifiesto nerviosismo de esos momentos. Por otra parte, podría ser que Joaquin hubiera escuchado mientras mantenían relaciones sexuales, o tal vez se trataba de los nervios del primer día de trabajo. 


Aunque Pedro no había sido nunca paranoico en exceso, con Pau en su vida, sería una locura no ser un tanto cauto y prudente.


—Hoy debería ponerte en antecedentes —prosiguió. Se ganaba la vida midiendo a los oponentes; evaluaría a Stillwell del mismo modo—. Tengo un precio: ochenta y siete millones. Lo que no tengo es un plazo límite para cerrar la operación, o un acuerdo final por parte del ayuntamiento respecto a la revalorización del impuesto sobre la propiedad e incentivos fiscales.


—Durante el vuelo me documenté acerca de la titularidad comercial de propiedades en Nueva York —dijo Stillwell.


—Excelente —respondió Pedro—, porque vas a presidir la reunión. Yo tengo otro asunto del que ocuparme esta mañana.


Su nuevo ayudante lo miró sin dejar de parpadear.


—Le ruego me disculpe, Pedro, pero me leí un libro. Estoy más que dispuesto a ayudar, pero, francamente, me preocupa que pueda liarlo todo más que otra cosa.


—Deja que nuestros abogados se ocupen de las leyes estadounidenses y las inglesas, y estarán allí para aconsejarte. Haz uso de ellos. En estos momentos quiero ver qué puedes negociar en mi lugar. Conozco tu trabajo, y necesito saber si puedo o no contar contigo, Joaquin. Mejor averiguarlo cuanto antes.


—Yo... muy bien. No lo decepcionaré, Pedro.


Pedro le miró directamente a los ojos.


—Eso espero —dijo serenamente.


Le entregó el sobre a Stillwell y le hizo algunas sugerencias, a continuación, pidió a Ruben que detuviera la limusina delante de la entrada del edificio.


—Tienes mi número de móvil por si necesitas contactar conmigo —dijo cuando Joaquin se apeaba del vehículo—. Regresaré dentro de una o dos horas.


—Gracias por la oportunidad, Pedro.


Tan pronto como Stillwell hubo desaparecido por la puerta giratoria de cristal, Pedro se recostó de nuevo.


—Ruben, ¿cuál es el mejor lugar de Manhattan para que te vean?


—¿Para que le vea, quién, señor?


—Todo el mundo.


—Times Square.


—Bien. Llévame allí.


No podía decirse que fuera un buen plan, pero tan sólo había dispuesto de esa mañana para ocurrírsele. Y ya había funcionado en otra ocasión, la primera vez que había intentado localizar a Paula. Esperaba que su padre fuera la mitad de listo que ella.


Ruben aparcó la limusina en doble fila, a poca distancia del Planet Hollywood.


—Señor, ¿está seguro de que quiere que le deje aquí? Está muy concurrido.


—Eso es lo que quiero.


—Pero le van a acosar. ¿Quiere que le acompañe?


—No. Regresa a la oficina. —E hizo una mueca—. Pero estáte disponible para una misión de rescate, por si acaso.


—Sí, señor. Buena suerte.


Pedro respiró hondo y se apeó de la limusina. Le gustaba la privacidad. Teniendo en cuenta cuánta gente le conocía, estaba sumamente agradecido por tener sus altos muros y su seguridad de alto nivel. La privacidad en Manhattan no era un problema, a menos que una celebridad apareciera en algún lugar frecuentado por turistas.


Con su traje azul de Armani, camisa oscura de color burdeos y corbata negra, tenía un aspecto de lo más reconocible. Y con eso era con lo que contaba.


Tardó un minuto y medio. Abriéndose paso como pudo por entre la marea de taxis, que no cesaban de tocar los cláxones, vendedores ambulantes, y lo que parecían medio millón de viandantes, paseó por delante del ABC Televisión Center, imaginando que sería un buen lugar para que le vieran. Un grupo de jóvenes, dos o tres años menores que Paula, todas ellas vestidas de animadoras con «Texas Tech» bordado en las camisetas, se apiñaron alrededor de él.


—Usted es Pedro Alfonso, ¿verdad? —trinó una de ellas.


Pedro les brindó su sonrisa fotográfica.


—Así es.


—¡Os lo dije!


—Oh, ¿podemos hacernos una foto con usted?


—Por supuesto.


—¿Qué hace en Nueva York?


—Busco propiedades inmobilia...


—¿Conoce a Donald Trump?


La sonrisa de Pedro se tambaleó, y volvió a afianzarla de nuevo cuando algunos turistas más se unieron a las animadoras.


—Sí, le conozco.


—¿Le llama «Donald»?


—N...


—¿A quién le interesa Trump? —dijo alguien—. Alfonso tiene más pasta.


—Es más mono; eso es cierto.


Durante diez minutos hizo las cosas que menos le gustaba hacer: posó para fotografías y firmó autógrafos. La multitud continuó haciéndose mayor y más bulliciosa, pero al menos nadie le había robado la cartera o pisoteado aún.


Un agente de policía se abrió paso a codazos entre la multitud. Ahora estaba llegando a alguna parte.


—¿Va todo bien, señor Alfonso?


Ensanchó la sonrisa y más flashes se dispararon.


—Sí, muy bien. Lo que sucede es que se me ocurrió que a pesar de todo el tiempo que he pasado en Nueva York, nunca había paseado por Times Square.


—Bien. —El agente dijo algo por la radio que llevaba prendida al hombro. Al otro lado, en Broadway, dos policías montados se encaminaron estrepitosamente en su dirección. 


¡Ya era hora! Y finalmente uno de los equipos de noticias que escuchaban la radio de la policía salió del estudio que se encontraba detrás de él.


Pedro Alfonso —dijo el reportero, abriéndose paso a codazos por entre el gentío—, ¿qué le trae por Times Square?


Repitió para la cámara la versión que le había contado al policía.


—La semana pasada le fue robado un valioso cuadro. ¿Ha descubierto nuevas pistas la policía?


—No. Tengo una reunión con Martin, mi abogado, al mediodía. Imagino que vendrá a mi oficina.


La reportera cuyo nombre no lograba recordar se le quedó mirando por un momento, acto seguido, adoptó de nuevo su sonrisa profesional.


—¿Y qué puede decirnos de su novia, Paula Chaves? 
¿Continúa la policía considerándola persona de interés?


Con el deber cumplido, Pedro permitió que su sonrisa se tornara fría.


—Yo estoy personalmente interesado en ella, sin duda. En cuanto a la policía, eso tendrá que preguntárselo a ellos.


—¿Sonarán campanas de boda para usted este año, pues?


Pedro la miró.


—Sin comentarios.


Estaba hecho. La entrevista sería emitida en las noticias matinales de las once en punto. Lo único que tenía que hacer a continuación era regresar a la oficina y esperar a que Martin viera las noticias con tanta diligencia como Paula, y que Veittsreig no, o que no estableciera una relación. Con respecto a lo extraño que pudiera parecer en el reportaje, era británico, y eso lo disculpaba casi todo.




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