Pedro gruñó y abrió los ojos cuando alguien le dio un buen codazo en el hombro. Paula. ¿Qué?
—Son las ocho en punto —dijo, bajándose agitadamente de la cama de la habitación de invitados—. Dijiste que a las nueve y media tenías un noséqué sobre estrategia.
Pedro se fijó en que se había puesto unos vaqueros cortos y una camiseta roja de tirantes, su ropa de estar por casa. De pronto deseó cancelar su reunión y tener ése noséqué con Paula desnuda.
—Gracias. ¿Podría tomar un poco de caf... ?
—¿Café? —interrumpió, entregándole una humeante taza mientras él se incorporaba—. Y Vilseau está preparando unas tostadas.
—Después de lo de anoche creí que tal vez me lo tirarías a la cara —dijo, inhalando el aroma a vainilla y frutos secos. El té era sin duda más civilizado, pero había que dar gracias a Dios por el café.
—Fue extraño —dijo, cogiendo sus papeles y depositándolos de nuevo sobre la cama—. Se me ocurrió que normalmente soy yo la que se pilla los rebotes, y tú el que emplea la lógica para tranquilizarme o se aparta para que pueda desahogarme. —Se encogió de hombros—. Así que anoche yo fui la persona responsable y supuse que necesitabas desahogarte.
—Supongo que lo hice.
—¿Podría preguntar por qué? —Paula se dejó caer sobre la cama como si fuera una gata.
—No —respondió, tomando un trago del café gratamente caliente.
—¿No?
—Porque anoche tenía sentido, y esta mañana te echarías a reír. Y soy demasiado importante como para ser el hazmerreír de nadie.
Pau le brindó su impredecible sonrisa.
—Entonces deberías contármelo, porque mi historia no es tan graciosa.
Pedro tomó aire. Después de la noche pasada, supuso que le debía algún tipo de explicación.
—Está bien. Poseo muchas cosas. Tengo a mucha gente empleada. Hacen lo que pido y todo va como la seda. Una de las razones de mi éxito es que normalmente sé qué pasará a continuación, cuál va a ser el próximo paso, de modo que puedo contrarrestarlo oportunamente. Y cuando antes de ayer en la cafetería me dijiste que ibas a tomar parte en un gran golpe y que tenías que cometer un robo menor para diversión de algún tipejo, me di cuenta de que no tenía la menor idea de qué hacer a continuación. Y en la fiesta de Locke, sabía que estabas buscando víctimas.
—Pedro...
—Y luego me largué de cena mientras tú tuviste que esperar la llamada telefónica y la visita de alguien que, supongo, es un hombre extremadamente peligroso.
—Negociar una venta por ochenta y siete millones de dólares no es largarse de cena, y tampoco sabía qué se suponía que tenía que hacer con Veittsreig. No pienso volver a ser Mamá Baker a tiempo completo. Estaba haciendo lo menos malo que se me ocurrió hasta que podamos, los dos, idear algo.
—Sí, pero durante la cena comencé a intentar imaginarme a Miazaki Hoshido entrando en casa de alguien y utilizando mantequilla de cacahuete para reducir al perro. Y traté de imaginarme a Patricia haciendo eso. La habrían liado parda. De entre todas las personas que conozco en este mundo, tú eres la única a quien puedo imaginar haciendo lo que haces. Y me enfadé conmigo mismo porque estaba orgulloso de ti.
—¿Comenzaste a beber antes o después de que te dieras cuenta que estabas orgulloso de mí?
—Después. Por eso me puse a beber.
Paula se inclinó y le besó en la mejilla.
—Así que tienes un punto débil. Si eso hace que te sientas mejor, yo tampoco soy siempre tan estable emocional y mentalmente como dejo entrever.
Pedro casi se atragantó con el café cuando se echó a reír.
—A propósito, ¿qué noticias tienes? ¿Te llamó Veittsreig?
—Sí, pero no es más que una parte de mi historia.
Pedro tomó otro sorbito de café con mayor cuidado, recordándose que Pau no estaba siendo terca de manera intencionada. Estaba siendo Paula, buscando perspectivas y oportunidades, el mejor modo de abordar... cualquier cosa.
Todo.
—¿Y? —le insistió finalmente.
—De acuerdo. —Se agachó a olisquear su café—. Si eso supiera tan bien como huele, no echaría pestes de él. Pero yo prefiero la CocaCola Light. Supongo que por eso el detective Garcia me trajo una cuando anoche se pasó por aquí.
—¿Que él qué? —La taza se bamboleó en su mano, y la dejó sobre la mesilla de noche.
—Por lo visto me han descartado, y alguien le llamó sugiriéndole que si se mostraba un poco más educado, yo podría prestarle algo de mi desorbitada perspicacia.
—Hum. —La estrechez de miras de Garcia no había sido tan inquebrantable como él había temido—. Entonces, ¿hablaste con él?
—Después de esconder los diamantes debajo de un cojín. Creo que él ya había llegado prácticamente a las mismas conclusiones, pero al menos pude señalar que tenía coartada para ayer por la mañana. Y me preguntó por el hotel, así que sin duda están pendientes de dónde estuve el viernes por la noche.
Pedro se detuvo poco antes de llegar al borde de la cama.
—¿Ayer por la mañana?
—A Boyden Locke le ha desaparecido un Picasso. Por suerte estábamos liquidando la cuenta en el Manhattan y regresando aquí con la poli siguiéndonos, pero ambos sabemos que podría haberme escabullido y perpetrado otro robo sin que ellos se enterasen de nada.
Obviamente su historia iba a ponerse peor. Ni siquiera había mencionado aún a Veittsreig. Alzando una mano para detenerla, tomó el teléfono del cuarto de invitados y se comunicó con la planta baja.
—Wilder, ten la bondad de decirle a Ruben que retraso mi horario. No lo necesitaré hasta las nueve y media.
—Muy bien, señor.
—No, mejor a las diez.
—Le informaré.
Pedro tomó la mano de Paula, entrelazando los dedos con los de ella. —¿Qué más?
Tras dejar escapar un suspiro, Pau apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Veittsreig llamó mientras Garcia estaba aquí. Quería saber por qué la policía estaba en la casa. Fingí que eras tú y le dije que me llamara más tarde.
Por el contrario, me dijo que estaría aquí en cinco minutos, y que me deshiciera de Garcia o si no...
—Ya veo. —Sus músculos se tensaron, aun cuando era evidente que había llegado demasiado tarde para servir de algo. De haber llegado a tiempo, borracho, podría haber conseguido que les mataran a uno de los dos o a ambos.
«Menuda forma de solucionar las cosas, Pedro»
—Conseguí que Garcia se marchara a tiempo. ¿A que no te imaginas cuál es el objetivo?
—Pau.
—De acuerdo, está bien. Vamos a atracar el Metropolitano, el martes. Tal vez quieras despejar tu agenda.
***
Para cuando terminó, ambos estaban tumbados bocabajo, atravesados en la cama, y mirando los planos del museo que había sacado de uno de sus libros de arte. Esperaba que Nicholas o Martin tuvieran los planos de la alarma, o no iban a llegar muy lejos.
—Una cosa que para mí no tienen sentido —dijo Pedro, haciendo a un lado una fotografía de Venus y Adonis—, es que si la panda conoce...
—Se dice banda —le corrigió.
—Si la banda conoce tu reputación, también sabe que no robas en museos.
—No creo que les preocupe mucho mis preferencias personales.
Pedro frunció el ceño, tenía un aspecto tremendamente atractivo con la barba incipiente, su negro pelo revuelto y el albornoz azul que había llevado puesto toda la noche.
—¿Qué piensa Walter de todo esto?
—Aún no se lo he contado. Esto nos afecta a nosotros, a ti y a mí, más que a Sanchez y a mí. Pensé que primero debías saberlo tú.
Los ojos azul oscuro de Pedro miraron fijamente a los suyos.
—Me disculpo de nuevo por ser tan cabrón anoche. Sabes que normalmente no soy así.
—Lo sé. —Lo que le había dicho escocía, sobre todo porque era cierto—. Y lo intento —dijo serenamente, bajando la mirada a sus manos. Dedos largos de ladrona, le decía siempre Martin, como si sus dedos de algún modo demostraran que había nacido para hacer lo que hacía—. Ser buena es difícil.
—Sólo es difícil cuando lo intentas de verdad —susurró, retirándole suavemente el pelo de la cara—. Sería sencillo si estuvieras fingiendo.
Pau levantó la mirada, sonriéndole, preguntándose si su expresión resultaba tan ñoña como a ella le parecía.
—Eres un hombre muy bueno.
—No, no es así. —Tiró de su brazo, tumbándola de espaldas.
La besó antes de que ella pudiera estirarse, su boca sabía a café y a restos de pasta dentífrica. Lenta y suavemente, saboreó con sus labios los de Pau, su lengua se unía y luego cesaba en su empeño. Pau gimió, rodeándole con los brazos cuando él se tendió sobre su cuerpo. Su incipiente barba le arañaba levemente la mejilla, pero a Paula le gustó la sensación.
Esto era lo que nadie de su antiguo círculo comprendía.
Que no rondaba a Pedro en busca de la menor oportunidad de robarle cuando éste se diera media vuelta. Le gustaba estar en su presencia, conversar con él, saber que le excitaba tanto como él a ella. Aun besándola suavemente, le subió lentamente la camiseta hasta los hombros. Deslizando sus ágiles dedos debajo del sostén, se lo levantó igualmente, y luego se inclinó para rozarle primero uno de los pechos y después el otro con los labios.
Paula dejó escapar un gemido, alzando su cuerpo hacia el de él. No tuvo dificultades para despojarle del albornoz, pero Pedro le sujetó las manos cuando se disponía a desabrocharse los pantalones cortos.
—Es domingo —murmuró, besando de nuevo su boca—. Nuestro día de descanso. —Pedro le recorrió la espalda con la mano libre, asiéndola con firmeza al rodar y colocándola a ella encima.
—No parece que esto sea descansar —dijo con un hilillo de voz, riendo entre dientes—. Y tienes una reunión. —Soterrado bajo la excitación de su cuerpo, sintió alivio.
Después del monumental enfado que Pedro había pillado con ella por decidir robar a los Hodges, y tras lo que había percibido en él como decepción la noche anterior, era maravilloso, y seguro, estar de nuevo en sus brazos, apreciar el deseo que sentía por ella.
—Imagino que me esperarán.
Paula se deslizó hacia abajo, besándole el pecho y los pezones, sintiendo sus duros músculos temblar bajo su piel.
Así que había dicho que estaba orgulloso de ella —por ser buena en la profesión que había elegido, supuso—, pero no estaba convencida. Nadie llegaba a casa borracho y dando voces cuando se es feliz.
—¿Y si sucede de nuevo? —susurró, alzándose para recorrerle la mandíbula con los labios.
—¿Y si sucede el qué de nuevo?
—¿Y si las circunstancias me obligan a elegir otra vez entre robar o la muerte y la mutilación?
—Nos aseguraremos de que eso no pase —rugió, sus manos le agarraron el trasero y bajaron por sus muslos.
—Eso no podemos hacerlo.
—Ahora no, Pau. —Antes de que ella pudiera objetar, Pedro la hizo inclinarse sobre él y la besó hasta que a ella le fue imposible respirar—. Eres la persona más inteligente que conozco —dijo finalmente, volcando su atención en desabrocharle los pantalones cortos—. Eres honrada, buena e irresistiblemente guapa, y te quiero. Todo lo demás es secundario.
Pau sonrió mientras él rodaba de nuevo.
—¿Soy buena?
Pedro se incorporó para despojarla de los pantalones y del tanga azul. A él parecían gustarle los tangas aún más que las braguitas con adornos; si lograba superar la incomodidad de tener algo metido permanentemente en la raja del culo, cambiaría de ropa interior.
—Le diste de comer mantequilla de cacahuete a Puffy. No sé por qué, pero no puedo imaginarme a ninguno de tus ex colegas tomándose la molestia de trabar amistad con el perro de la víctima.
Eso era cierto; por Dios, si ni siquiera le gustaba matar a las arañas.
—Era una monada —respondió, luego jadeó cuando él introdujo una mano entre sus muslos.
Pedro levantó sus ojos azul celeste hacia ella. —Estás húmeda.
Ella se estremeció con el movimiento de sus dedos. —Te deseo, inglés.
—Te quiero, yanqui. —Se colocó encima de ella otra vez, retirándole el cabello para dejar su garganta al descubierto y lamerle y mordisquearle la sensible piel. La acarició nuevamente con la mano y ella gimió.
Cuando no pudo soportar la intensidad por más tiempo, Paula arqueó las caderas, introduciéndole en su interior.
—Por favor —murmuró.
—Como desees —susurró, y se hundió lenta y profundamente dentro de Paula.
Paula se corrió de inmediato, violentamente, aferrándose a él cuando Pedro comenzó a mover las caderas de manera enérgica.
Clavándole las yemas de los dedos en la espalda, Paula echó la cabeza hacia atrás, jadeando. Le encantaba tenerle dentro; por mucho que se estuviera liando su relación, esto lo decía todo. Encajaban. Sus corazones encajaban. Pedro bajó la mirada hacia ella.
—Me asombras, lo sabes —dijo entre jadeos, besándola de nuevo.
—Lo sé.
Tras dejar escapar una risita, envistió, gruñendo, luego se desplomó lentamente encima de ella.
—Ojalá no tuviera esa maldita reunión —dijo cuando recobró en parte el aliento—, porque creo que hoy podría acabar con los dos a fuerza de sexo.
Riendo y sintiéndole aún en su interior, le dio una palmadita en la cabeza.
—La próxima vez será, cariño.
—Ven conmigo.—dijo de pronto, levantando la cara para mirarla.
—Acabo de hacerlo.
—Listilla. Me refería a mi reunión. —La besó de nuevo, esta vez con mayor ternura incluso—. Estoy un poco preocupado por ti en estos momentos.
—No puedo ir. Tengo que encontrar el modo de perder a los polis y a los cacos, reunirme con Sanchez e ir de compras. Dado que no me he traído mi equipo de trabajo a Nueva York, voy a necesitar algunas cosas. Más de las que Dario tiene a mano.
Eso no era del todo cierto; sí que tenía sus ganzúas y otro par de herramientas, de aspecto más inofensivo, del oficio, pero nada que se adecuara a las exigencias requeridas por el Museo Metropolitano de Arte. Y deseaba intentar localizar a Veittsreig y a su banda. Saber desde dónde operaban podría facilitar las cosas, máxime si podía utilizarlos para descubrir quién deseaba el Hogarth y el Picasso... y seguramente todos o la mayoría de los objetos ubicados actualmente en el museo. Y encontrar los dos cuadros desaparecidos —así como recuperar los diamantes de los Hodges— era de suma importancia.
—¿ Me permites que te diga que me preocupa que tu padre parezca querer que te involucres en esto habiendo hecho ya un trato para entregar a Veittsreig y a su banda a la INTERPOL? ¿Cómo encajas tú en eso?
—Tengo una corazonada, pero pase lo que pase, debería ser capaz de representar mi papel hasta ese punto. —Le dio un rápido y fuerte abrazo, inhalando el familiar y aún embriagador aroma de su piel—. Bájate de encima de mí y vete a tu reunión.
Con manifiesto desgano reflejado en su rostro, Pedro hizo lo que ella le pedía.
—Algunas veces deseo poder tenerte aquí conmigo para siempre, Paula Chaves.
Para siempre era un tiempo aterradoramente largo, aunque la idea ya no la asustaba tanto como solía hacerlo.
—Nos entraría hambre —dijo con una rápida sonrisa, y se fue a buscar su tanga.
Poniéndoselo junto con su camiseta, y colocándose de nuevo el sostén en su sitio, se dirigió nuevamente hacia el dormitorio principal para buscar un par de vaqueros.
Cuando cruzó la siguiente puerta, la que se abría al despacho de Pedro, una sombra se movió hacia ella.
Chillando, agarró la puerta medio abierta y la cerró de golpe. Estaba harta. Demasiada gente había irrumpido ya en esa casa.
—¡Pedro!
Quienquiera que estuviera al otro lado tenía fuerza. El pomo giró en sus manos y Pau tiró hacia atrás con todas sus fuerzas cuando la puerta se abrió un par de centímetros.
Cuando Pedro entró como loco en el pasillo tras ella, Paula cambió el peso de pie y empujó violentamente.
La puerta se abrió de golpe, quienquiera que había estado tirando de ella cayó hacia atrás sobre una de las sillas de la mesa de conferencias. Con Pedro siguiéndole los pasos, se abalanzó sobre el hombre, agarrándole de uno de los talones y tirándole al suelo. El hombre chilló cuando Pau le colocó la rodilla sobre la garganta.
—¿Para quién demonios trabajas? —bramó, quitándole la corbata y rodeándole con ella sus manos agitadas.
—En realidad, trabaja para mí —dijo Pedro con tono firme, su voz destilaba humor—. Paula, ten la bondad de bajarte de encima de mi nuevo ayudante.
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