lunes, 19 de enero de 2015

CAPITULO 105




Sábado, 7:15 p.m.


Pedro estaba sentado en una de las elegantes sillas de hierro forjado de la zona de la piscina y observaba a Paula, junto con Mateo y Laura Gonzales, tirarse en bomba en el extremo que más cubría de la piscina. Por lo que había dicho Paula, no había tenido una buena infancia, pero se compensaba cuando estaba con los hijos de los Gonzales. 


Reparó en que Christian Gonzales, el mayor de los hermanos, había de pronto decidido que no era tan maduro y digno como para no darse un chapuzón en la piscina… y sabía que eso había tenido lugar en cuanto el estudiante de derecho de Yale había visto a Paula con su biquini rojo.


Esa noche formaban un variopinto grupo: la ladrona, el detective de policía, el abogado y el aristócrata inglés. Pedro tomó un trago de cerveza. Era sumamente extraño y, sin embargo, durante los tres últimos meses todo se había vuelto bastante… normal.


—Oye —dijo Paula, subiendo rápidamente para echarle agua en el hombro—, ¿es que vas a quedarte toda la noche ahí, sentado, a darle vueltas a la cabeza?


—Estoy cocinando.


Sus fríos labios le besaron la oreja.


—Que sólo se trata de un asesinato y algo de jaleo —susurró—. Se está convirtiendo en mi especialidad.


Pedro torció la cabeza para alzar la vista hacia ella.


—Tendrás que perdonarme si no estoy alegre como unas castañuelas por el modo en que te pones en peligro.


—Tranquilo. Ni siquiera me ha llamado. Podría no hacerlo.


—¿Y si no lo hace? —Durante un breve momento tuvo la esperanza de que Laura y Daniel hubieran decidido huir del país en vez de acercarse a Paula Chaves. Si la conocieran tan bien como él, podrían pensárselo dos veces.


—He estado pensando en eso —dijo, bajando la voz un poco más—. Lo apropiado sería un simple allanamiento por una buena causa.


Se le quedaron las manos frías.


—Pau, promet…


Ella le puso un dedo sobre los labios.


—Ya no se trata sólo de Charles. Se trata de salvar a Sanchez. Y nunca lo prometí. Dije que lo intentaría.


«¡Joder, maldita sea!»


—No…


—Te lo diré antes. —Se enderezó de nuevo—. Al menos consigue un bañador para Francisco. Seguís siendo compañeros, ¿no?


Pedro lanzó una fugaz mirada al detective, que tomaba té helado en una de las mesas de madera y reía con los niños en la piscina. Se había hecho cargo del teléfono móvil de Paula, y éste estaba junto a su codo, cargado y listo para sonar si alguien llamaba.


—Cierto. Seguramente se irá directo al fondo, pero le preguntaré si le apetece.


Paula lo besó de nuevo, esta vez en la boca.


—Gracias, cielo. Llamará. Entonces sólo tendrás que preocuparte por mi seguridad. Y dale la vuelta a los perritos.


Mierda. Se puso en pie y fue a ver cómo iba la barbacoa. 

Mateo y Laura habían pedido perritos calientes en lugar de bistecs, y después de un mero segundo de caos instigado por Paula, la cena se había transformado en perritos y hamburguesas, dejando a Hans ocupado en la cocina preparando algo llamado ensalada de macarrones.


Pedro dio la vuelta a las hamburguesas y a los perritos, luego se fue hacia Francisco.


—Tengo montones de bañadores de más, si quieres darte un chapuzón.


—Gracias, pero técnicamente estoy de servicio.


Con un gesto de asentimiento, Pedro regresó a su asiento con Cata y Tomas y tomó otro trago de cerveza. Paula había vuelto a la piscina y estaba jugando a la gallinita ciega con los tres hijos de los Gonzales.


—¿De quién fue la idea de invitar al policía? —murmuró Tomas, dando cuenta de su propia cerveza.


—De Paula. Estamos esperando una llamada telefónica.


—Eso suponía. ¿De alguien en particular?


—Sí.


Tomas frunció el ceño.


—Ya lo sabes, si interferimos durante tu divertido rodeo de crimen y robo, podemos marcharnos.


Cata le puso la mano en el brazo a su marido.


—No seas tan arisco. Estoy segura de que Pedro nos avisaría si estuviera pasando algo peligroso.


Pedro apreció el tono admonitorio en su voz; una madre protegiendo a su prole.


—Nada más peligroso que una llamada de teléfono, Catalina.


Ella sonrió.


—Gracias por tu generosa aportación a SPERM, por cierto. Fue el punto culminante del almuerzo.


Tomas parpadeó.


—¿De qué narices estás hablando?


—De la sociedad de manatíes, zopenco —respondió entre carcajadas—. Pedro y Pau han donado cinco mil dólares.


El abogado estaba sacudiendo la cabeza.


—De veras, necesitáis un acrónimo mejor.


—Éste les proporciona emoción a las mujeres mayores de cabellos canos —dijo Cata—. Y atrae la atención para la causa. Así que, funciona.


—Salvo por los maridos como yo que tienen que decir que sus esposas buscan contribuciones para SPERM.


—Sí, es verdad. —Tomas enganchó su cerveza y fue a sentarse en el extremo del trampolín.


—¿De qué hablamos? —preguntó Pedro, arrellanándose en su silla.


—¿De veras le estás buscando casa a Patricia?


—¿Te lo ha contado Paula?3


—En realidad, lo hizo tu agente inmobiliaria. Charlamos antes del almuerzo.


—¿Conoces a Laura Kunz?


Ella se acercó un poco.


—No cambies de tema, Pedro.


El esbozó una sonrisa forzada, aunque no consideraba su pregunta carente de importancia. La opinión de Cata sobre Laura podría ser útil. Tenía buen instinto. Estaba, además, fulminándole con la mirada, y Pedro salió de sus cavilaciones.


—¿Cuál era el tema?


—Patricia.


—Me pidió ayuda. Pero no creo que eso sea asunto tuyo.


—Ya sabes que consideré que Paula estuvo fuera de lugar al dar un paseo en coche con Patricia. Luego, aparece en SPERM con Pa…


—¿Podrías contarlo de otro modo?


—De acuerdo. Laura dice que estás ayudando a la querida Patricia a encontrar un lugar en el que vivir en Palm Beach. Entonces Pau aparece en la sociedad de los manatíes con Patricia y dice que sabes que trabajan juntas.


—¿Adonde quieres ir a parar?


—Lo que quiero decir es: ¿Estáis los dos locos? —Cuando Francisco les lanzó una mirada, ella echó un tímido vistazo al resto de los ocupantes de la piscina, luego bajó la voz—. Sé que no te gusta que Paula se relacione con Patricia, porque te conozco. ¿Y tú vas y le buscas un lugar, a cuánto, a kilómetro y medio de donde vivís Pau y tú?


—Me pidió ayuda —repitió, apretando los dientes. No necesitaba consejo sobre sus malditas relaciones.


—Si no puedes reprimir tus impulsos caballerosos, de acuerdo, búscale un lugar en el que vivir. Cómprale una bonita casa. Pero, por el amor de Dios, no dejes suelta a esa víbora en tu jardín trasero. No está aquí para hacerte ningún bien. Está aquí para ayudarse a sí misma. Y se interpondrá entre Paula y tú de modo tan sutil que ni siquiera te darás cuenta hasta que Paula decida que está harta y desaparezca.


—Nadie va a desaparecer, Cata.


—Confía en mí, Pedro. Sé cómo funciona la mente de una mujer. ¿Cuánto tiempo lleva aquí Patricia, dos semanas? Y ya le ha echado la zarpa al trabajo de Paula, y a tu tiempo.


Pedro tuvo que admitir a regañadientes que Cata tenía razón. Mucha razón. Observó de nuevo a Paula, manteniéndose suspendida en el agua a un metro de Mateo y eludiendo sin dificultades al muchacho de catorce años mientras buscaba a los otros bañistas.


—Nunca pensé que Patricia fuera así de hábil —dijo pausadamente.


—Venga ya. Es una profesional en conseguir lo que desea, y está desesperada. Eres su único fracaso, y no creo que haya renunciado todavía a ti.


Pedro se enderezó.


—No va a recuperarme, querida. Eso es ridículo. Aunque no estuviera Pau, jamás volvería a confiar en ella.


—No le hace falta recuperarte para destrozaros a Pau y a ti. Pero actúa como quieras. Yo sólo te digo que deberías ser un poco más cauto. Me refiero a que, cuando los pillaste a Ricardo y a ella, esperaba que comprendieras que podría no haber sido la primera vez que te engañaba.


Consideró aquello durante el divorcio, y probablemente era lo más cerca que jamás había estado de causarle daño físico a Patricia. Que le recordaran aquello no servía para mejorar su estado de humor.


—Me has advertido, Cata. Confío en que me dejes el resto a mí.


Reinaldo y otro empleado, Valez, aparecieron en el área de la piscina justo entonces con una fuente de ensalada de pasta y una bandeja con diferentes aliños. Pedro exhaló una bocanada de aire.


—Qué bien, se queman las hamburguesas —gritó, poniéndose en pie.


Se reunieron en torno a tres mesas, muy próximas unas a otras, pasándose salsas de tomate y tarros de mostaza. 


Siempre había disfrutado recibiendo la visita de los Gonzales, pero con Paula presente, y aun teniendo en cuenta la inesperada asistencia de Francisco Castillo, no encontraba una palabra para describir la profunda sensación de satisfacción que la velada suscitaba en él. 


Probablemente era la primera vez que Solano Dorado parecía realmente un… hogar.


—¿Por qué sonríes? —preguntó Paula, sirviéndose una cantidad de ensalada de pasta en su plato—. Creí que esta noche estabas cabreado.


—Lo dejaré para después —respondió—. ¿Alguna otra idea de cómo vas a remodelar el paisaje de aquí?


—Estoy pensando en gnomos de jardín. Podrían echarles un vistazo a todos los helechos y demás.


Gracias a Dios que ya iba por la segunda cerveza. El efecto del alcohol le permitió gesticular sosegadamente con la cabeza.


—Tal vez los Siete Enanitos y Blanca Nieves.


—Oye, eso está genial. Yo pensaba más en leprechauns, pero me gusta todo ese rollo del bosque encantado.


Al lado de Paula, la niña Laura de ocho años, con bañador rosa y un par de coletas rubias, se estaba riendo.


—Estáis chalados.


—Deberías crear una especie de jardín japonés —contribuyó Mateo.


—Genial, chavalín —dijo Christian desde la mesa contigua—. Eso encajaría bien con el estilo español de la casa.


—Ah, y el jardín de gnomos va con todo.


—Paula estaba bromeando. —El mayor de los Gonzales miró a Paula—. ¿Verdad que sí, Pau?


Ella se encogió de hombros, sonriendo todavía de oreja a oreja.


—¿Quién sabe? Estoy segurísima de que los gnomos van con todo.


—Mateo podría prestarte sus figuras de acción de La guerra de las galaxias —ofreció Laura.


—No puedo. Tú puedes prestarle tu colección de muñecas.


—Yo tengo una tortuga de piedra que me hizo mi tío —medió Castillo inesperadamente—. Estaría encantado de donarla. Es azul fosforito.


—¿Una tortuga azul? —exclamó Laura con unas risillas.


Francisco asintió.


—Creo que mi tío era un tipo muy divertido.


—Pues encajaría bien aquí. —Con una carcajada, Cata pasó la salsa de tomate.


El teléfono de Paula no sonó. Nada los interrumpió mientras cenaban, tomaban helado de chocolate de postre, sentados junto a la piscina, y Paula y los niños se remojaban en el jacuzzi.


Finalmente los Gonzales recogieron sus ropas y el calzado.


—Ha sido divertido, tío Pedro —dijo Laura, dándole un beso en la mejilla.


—Sí, gracias, Pedro—agregó Mateo cuando su madre le daba un codazo para que no se detuviera.


Christian le tendió la mano.


—Qué tengas suerte este semestre —dijo Pedro, estrechándosela.


—Gracias. La necesitaré. —Después de dudar, el veinteañero tomó la mano de Paula—. Ha sido estupendo conocerte, Pau.


Ella sonrió ampliamente.


—Lo mismo digo, Chris. Molas mucho más que tu padre.


El se echó a reír, sonrojándose.


—Gracias.


—Sí, muchas gracias —medió Tomas —. Te veré el lunes en el despacho a primera hora, ¿no?


—Correcto —convino Pedro. Sería para la reunión sobre Walter, y sobre cómo asegurarse de que saliera de la cárcel bajo fianza—. Paula y yo estaremos allí a las ocho.
El abogado asintió.


—Tráete el talonario.


—Lo haré.


—Será mejor que yo también me vaya —dijo Castillo, estrechándoles la mano.


—Gracias por quedarte —le dijo Paula, asiendo el brazo de Pedro con la mano, seguramente para no tener que estrecharle la mano al detective. Pau había recorrido un largo camino, pero no tanto.


—Llámame en cuanto te enteres de algo —dijo Francisco—. No estoy de broma.


—Lo capto —asintió ella.


No es que hubiera dicho que llamaría, pero Pedro dejó pasar aquello. Estaba feliz de disfrutar del resto de la noche a solas con ella.


Paula comprobó su móvil una vez más y se lo guardó en el bolsillo de la fina chaqueta que se había puesto.


—Técnicamente, tiene de margen hasta primera hora de la tarde de mañana para devolverme la llamada, si es que lo hace.


—He echado un vistazo a la guía de televisión para esta noche —dijo, acompañándola por las escaleras de la zona de la piscina hasta la terraza de su dormitorio—. Dan King Kong contra Godzilla dentro de quince minutos.


—No engañarías a una chica sobre algo así, ¿verdad?


—Nunca.


Sí, ésa era su Pau; la mejor ladrona de guante blanco del mundo, ahora casi retirada, y fanática de Godzilla. Y encargada de conseguir que se hiciera justicia por el asesinato de un millonario al que no había conocido más que durante unos minutos, a pesar del coste que suponía para ella y su reducido círculo de amigos. Aun teniendo en cuenta lo que había sucedido, Charles era afortunado de tenerla de su lado.


Pedro frunció el ceño. Paula había dicho que Charles se mostraba inquieto aquella noche. ¿Estaba al tanto de que alguien iba a matarle? ¿Había sido ésa la causa de que se aproximara a Paula? Eso la convertía en una especie de ángel vengador, supuso. Le iba bien y, a decir verdad, no lograba imaginarla ocupándose sólo de plantar jardines de gnomos. ¿Qué haría, pues, si su próximo cliente no necesitara más que un simple sistema de seguridad?


—Voy a comprobar si tengo algún correo electrónico —dijo Pedro cuando entraron en el dormitorio principal de la suite. Agachándose a coger el mando de la televisión, se lo lanzó a ella—. Enseguida vuelvo.


—De todos modos, necesito darme una ducha para quitarme el cloro.


En su despacho, Pedro encendió el ordenador y a continuación abrió el cajón superior de su escritorio. Había pasado toda la velada sopesando si abandonar la fiesta en favor de los documentos Kunz. Si no les echaba un vistazo antes de que llamara Laura, podría estar permitiendo que Paula corriera más peligro del que pensaba. 


Naturalmente, podría simplemente haberle contado que estaba en posesión de los documentos, pero si resultaba que no contenían información importante, perdería la ventaja sobre ella… y no podía permitirse hacer eso. Ni se arriesgaría a avisar a Castillo de que tenía los documentos; se suponía que estaba ayudando al bando legal de la apuesta, y estaba seguro de que conseguir esos documentos sin una orden de algún tipo no podía suponer nada bueno para el caso del Departamento de Policía.


Tomas se las había arreglado para conseguir casi todo lo que le había pedido: expedientes financieros de la inmobiliaria Paradise, el testamento de Charles Kunz y algunos de los documentos fiduciarios de la familia Kunz. 


Comenzó a hojearlos detenidamente, buscando cualquier cosa que pudiera apuntar un motivo para el robo y el asesinato. Los informes inmobiliarios probablemente hubieran resultado indescifrables para cualquiera sin una experiencia sólida en negocios y finanzas, pero para él indicaban éxito marginal, con un neto lo bastante amplio como para mantener la compañía en el negocio, y lo bastante pequeño como para evitar ser algo de lo que regodearse. Mmm. De acuerdo con los rumores, la niñita de Charles era un auténtico genio inmobiliario. A él no le parecía tal el caso. Pero ¿bastaba aquello como indicio para un robo con homicidio?


—King Kong está en Tokio —llegó la suave voz de Paula, y Pedro se sobresaltó.


—¡Por Dios! Creí que habías dicho que siempre llamabas —espetó, alzando rápidamente la mirada para verla apoyarse en la entrada. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba allí.


—Estaba abierta.


Tenía el cabello caoba empapado y suelto alrededor de los hombros, su cuerpo enfundado en una delgada bata de algodón y, estaba seguro, no llevaba nada más. Tomó aire con lentitud.


—Ven a echarle un vistazo a esto —dijo con desgana. Por mucho que deseara que Pau perdiera la apuesta, a juzgar por su expresión, ya había comprendido que algo se cocía. O bien hablaba o ella forzaría su maldito escritorio más tarde.


Se desplazó para echar un vistazo a los documentos por encima del hombro de Pedro.


—¿Expedientes financieros? —preguntó tras un momento.


—De la inmobiliaria Paradise.


—Oh, chico malo. ¿Te los ha conseguido Gonzales? —Apoyando las manos sobre sus hombros, le besó en la oreja—. Y yo que pensé que era todo un boy scout.


—No le hizo ninguna gracia. —Pedro frunció el ceño—. No es tan boyante como ella dice, pero eso sólo la convierte en una mala ejecutiva… no en una asesina.


—Creía que sospechabas de ella.


Él se movió.


—Ahora podría inclinarme de tu lado. Tenía razón en que los ingresos de Daniel están siendo restringidos —prosiguió, volviéndose hacia el documento fiduciario—. No lo tengo todo aquí, pero sin duda hay algo que debe hacer para recibir su estipendio mensual.


—¿Como, quizá, ingresar en un programa de rehabilitación para drogadictos?


—Probablemente. Pero el fideicomiso no se viene abajo por la muerte de Charles. Matarle no libera los fondos de Daniel.


—No de inmediato. ¿Qué hay del testamento?


—Es complicado, pero, en resumen, a la muerte de Charles el fideicomiso se vuelve global. El efectivo mensual es mayor, pero las condiciones y restricciones son las mismas.


—Mmm. Seguramente Daniel se imaginaba que el dinero y las joyas bastarían hasta que pudiera convencer con su encanto al tribunal para que modificaran el fideicomiso.


—Podría ser —convino Pedro—. Laura mencionó dejar el negocio inmobiliario para hacerse cargo de la presidencia de su padre.


—Así que podría ser que fuera detrás de la posición, en vez del dinero.


Pedro levantó la mirada hacia ella por encima del hombro.


—Creía que eras tú quien sospechabas de Daniel.


—Yo sospecho en igualdad de oportunidades. —Deslizó lentamente las manos por su pecho para abrazarle—. Has hecho lo imposible para conseguir esto, ¿verdad?


—No quería que te metieras en nada a ciegas. —Aquello sonaba bien, en cualquier caso.


La sintió sonreír contra su mejilla.


—Eres un jodido mentiroso. ¿Qué, acaso ibas a encontrar la clave de todas las pruebas y a pasársela a Francisco para poder ganar tú la apuesta?


Pedro comenzaba a pensar que podría existir algo semejante a un compañero que es demasiado brillante.


—Tal vez —admitió.


—Vas a perder.






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