jueves, 18 de diciembre de 2014
CAPITULO 16
Cuando llegaron al comedor, Pedro dejó que ella fuera delante. Bajó la mirada para admirar su trasero, y de pronto reparó en que había un hilillo de sangre que descendía por su muslo izquierdo.
—Paula, está herida —exclamó, y la cogió del hombro para hacer que se detuviera.
—No, no lo estoy.
—Le sangra la pierna.
Ella se zafó de él.
—Me estaba mirando las piernas, ¿verdad? —preguntó fríamente mientras miraba a Reinaldo y a Jose, el otro asistente, en el comedor—. No se preocupes por eso. No es más que un corte. ¿Tiene un pegamento potente?
—¿Un qué?
—No importa. Tengo uno arriba, en el bolso. —Se dio la vuelta para salir.
Pedro le bloqueó la salida.
—Enviaré a Jose a buscarlo. —Antes de que ella pudiera protestar, Pedro le hizo una señal con la mano al joven latino, quién asintió y salió por la puerta—. Siéntese… no, inclínese y lo echaré un vistazo.
—Me parece que no, su señoría. No antes del postre. Y no arme tanto alboroto. Estoy bien. Mi colega lo remendó. Lo que pasa es que me imagino que al ponerme en cuclillas he hecho que se abriera.
—Tráeme un paño limpio —gruñó, y Reinaldo reapareció un momento más tarde con una toalla de mano. El mayordomo abandonó el comedor con una medio sonrisa, y cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué cree que está…?
—Quítese los pantalones.
Ella trató de darse la vuelta para mirarlo a la cara, pero él la empujó hacia delante sobre la mesa.
—Esto no es nada romántico. ¿Ni siquiera vas a ofrecerme una copa de vino primero? —dijo Pau por encima del hombro.
—Te lo hiciste al salvarme la vida —gruñó, sujetándola con una mano sobre la columna—. ¿Por qué no dijiste que estabas herida?
—No es nada.
—Sí que lo es. Ahora, deja de hacer el tonto y quítate los malditos pantalones. No te estoy seduciendo. Quiero asegurarme de que estás bien. —Jose apareció en ese preciso momento, con el bolso de ella en las manos—. Déjalo y sal —ordenó Pedro.
Paula se quedó inmóvil por un momento hasta que la puerta se cerró de nuevo, luego, con un suspiro nada sereno, se desabotonó los pantalones cortos y amarillos, y se los bajó.
Fijándose en su coqueta ropa interior de color rosa y en su suave y cálida piel, Pedro se arrodilló detrás de ella.
Mientras intentaba reprimir el poco práctico y nada caballeroso impulso de deslizar las manos por la parte interna de sus muslos, cogió el bolso de Pau y hurgó en él. Por supuesto que había estado fantaseando con tener a Paula inclinada de ese modo sobre una mesa desde que ella había descendido a través de la claraboya, pero no en tales circunstancias.
—¿Súper pegamento? —preguntó mientras sostenía un tubo frente a ella.
Pau le arrebató el bolso al tiempo que dejaba escapar un suspiro tenso.
—Esto es propiedad personal.
—Sí, pero ¿de quién?
Pau resopló.
—Que te jodan.
—Supongo que me lo merezco —repuso—. ¿De verdad quieres que lo haga? Puedo llamar a un médico. Será muy discreto. Lo prometo.
—No. Tú sólo une los bordes, aplica el pegamento a lo largo de éstos y sujétalo durante un minuto. Y no te pringues los dedos o se te quedarán pegados.
—Ah. Y no queremos que pase eso.
Pedro creyó oírla soltar una risita, lo que consideró una buena señal.
—No. No quiero tu mano pegada a mi culo. Sobre todo con Gonzales ya pegado al tuyo.
Era un culo realmente precioso, firme, musculoso e ideal para sus largas piernas. Despegó con cautela el esparadrapo y retiró el vendaje que llevaba en la parte alta anterior del muslo, y tomó aire con brusquedad al ver la herida.
—Esto es más que un corte —farfulló mientras limpiaba con cuidado la sangre de su pierna—. Tienes que ir a urgencias.
Ella se quedó en silencio y, un momento más tarde, él notó lo apretados que tenía los puños sobre la mesa. Dios, debía de doler. Limpió la herida de nuevo, apretó con cuidado los dos extremos y aplicó el adhesivo.
En su honor, prácticamente ni siquiera emitió un grito ahogado, pero debía de estar matándola.
—Ya casi está —murmuró—. Luego tomaremos vino y sorbete.
—¿Alfonso?
—De acuerdo, terminado —dijo, y resopló suavemente para cerciorarse de que el pegamento se hubiera fijado y aprovechó para mover los dedos con cuidado y, al hacerlo, acariciarle la pierna con la palma de la mano. Nadie poseía tanto autocontrol. El pegamento aguantó—. ¿Cómo…?
Él no pudo terminar la frase porque de repente ella se desmayó y se desplomó lánguidamente en sus brazos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Wowwwwwwwww, qué caps intensos!!!!!!!!!!
ResponderEliminarwow buenísimo,seguí subiendo!!!
ResponderEliminar