Viernes, 8:03 p.m.
Alfonso tenía razón en una cosa. Sabía cómo hacer un buen filete a la parrilla.
El alumbrado de la piscina se encendió mientras el crepúsculo les envolvía,seguido por una estela de luces que bordeaban los lechos de flores y se internaban entre las palmeras en torno a la zona de la piscina. Reinaldo emergió de la casa con unas velas para las mesas que colocó con experta precisión.
—Esto empieza a parecer una cita —murmuró Paula, mirando a Alfonso— Salvo que se trate de una cita con Harvard.
—No es por mí —dijo Gonzales desde su mesa, situada al otro lado de la zona de la piscina. Desperezándose, se puso en pie—. Así que ya que no tiene nada que ver conmigo, me largo.
—Pues adiós.
Miró a Paula con el ceño fruncido y luego le echó el brazo sobre los hombros a Alfonso mientras se dirigían hacia la casa.
—Tendré listo parte del papeleo del seguro para mañana. Imagino que quieres que te lo traiga aquí.
—Sí.
Cuando ellos doblaron la esquina de la casa, Pau se arrellanó para tomar otra profunda bocanada del aire perfumado con el aroma de flores. En ese momento tenía
que pensar si había tomado la decisión correcta al decidirse a encontrarse con el multimillonario. De lo contrario, hubiera estado escondida en aquella lúgubre casa vieja en Clewiston, escudriñando las noticias y esperando no tener que correr hasta que los de seguridad del aeropuerto se cansaran de buscarla con tanto ahínco.
—¿Lista para ver la galería? —preguntó Alfonso cuando reapareció. Para cocinar en la barbacoa se había puesto vaqueros, una holgada camiseta verde que le llegaba hasta las caderas y una camisa gris abierta encima. También él se había calzado unas chanclas, y la ligera brisa alborotaba su cabello con dedos suaves. A ella no le importaría entrelazar los suyos en aquella ondulada masa.
Pau tragó saliva.
—Primero, la sala de vigilancia.
Pau pudo ver en su rostro que él seguía teniendo sus dudas en cuanto a proporcionarle acceso, y por eso le habría presionado. Estaban haciendo un examen de confianza y bien podría sudar él también un poco.
Alfonso la instó a dirigirse hacia el camino de la entrada principal.
—Por aquí.
Él accedió a la entrada de la casa a través de la puerta de cristal del jardín recién reparada.
—Impresionante —dijo ella, mirándola—. ¿Tiene puertas de reserva o es que la compañía de reparaciones es suya?
—Ni lo uno ni lo otro. Resulta que soy encantador.
Claro que lo era.
—¿Qué le pasó a la otra cristalera? —preguntó Pau.
—La tiene la policía —respondió—. Me imagino que estarán buscando huellas.
—No encontrarán ninguna mía.
—Espero que no. Si se le ocurre algo que pudiera vincularle con la otra noche, sería mejor que me lo dijera ahora.
—No se me ocurre nada —declaró—. Le dije que soy buena en lo que hago.
—No lo dudo. Sólo intento atajar cualquier problema. —Alfonso se internó en las entrañas de la casa más allá de la cocina. Un tramo de escaleras conducía a la zona subterránea, que albergaba un cuarto de contadores, el de las calderas y la bomba de agua y, a continuación, la sala de seguridad y vigilancia.
—Señor Alfonso—Un hombre vestido con el uniforme color teja de Myerson-Schmidt se puso en pie tan aceleradamente que la silla salió rodando despedida hacia
atrás. Pau la detuvo hábilmente con un solo pie y la empujó de nuevo hacia él.
—Louie, únicamente estamos de visita. —Con un gesto, Alfonso le mostró la habitación.
Veinte monitores dominaban el cuarto, apilados de cuatro en cuatro, con un ordenador principal en medio y otras dos unidades a un lado con el propósito de ser utilizadas para la reproducción.
—¿Suele haber sólo un tipo aquí? —preguntó.
—Sólo es necesario uno —dijo Louie, tomando asiento de nuevo—, a menos que haya una gran fiesta.
—¿Cómo es que te sorprendimos al entrar? —insistió—. ¿No nos viste venir?
El guarda se aclaró la garganta.
—Estaba observando las cámaras del perímetro exterior —repuso, su expresión se tornó defensiva—. Con el debido respeto, señora, no habría conseguido entrar aquí si el señor Alfonso no le hubiera acompañado.
Pau tenía varias respuestas a eso, ninguna de las cuales iban a gustarle, pero se limitó a asentir.
—De acuerdo. Los policías tienen las cintas de la otra noche, imagino.
—Sí —respondió Alfonso—. ¿Algo más?
—La galería.
Volvieron a cruzar el espacio hasta la parte delantera de la casa y se dispusieron a subir la escalera principal. El Picasso coleaba aún en el descansillo, al haberse salvado de los estragos del fuego, el humo y el agua. Aquello había sido una afortunada obra de varios millones de dólares para Alfonso.
—¿Le pasan a menudo este tipo de cosas? —preguntó ella.
Él redujo el paso.
—He tenido amenazas de muerte antes, pero ésta es la primera vez que alguien ha estado tan cerca de matarme.
—Qué trabajo más agradable.
—Mira quién habla. —Alfonso se encogió de hombros—. El hecho de que alguien invadiera mi casa para hacerlo me cabrea mucho.
—Pero ¿y si la bomba no debía matarle?
—Su propósito era matar a alguien que vivía bajo mi techo, lo que significa que estaba bajo mi protección.
—¿Bajo su protección? —repitió con una leve sonrisa—. Parece un señor feudal.
Alfonso asintió.
—Algo parecido. Tenga cuidado aquí arriba. Todavía quedan escombros por ahí, y el suelo tiene algunos puntos poco seguros.
Una cinta policial amarilla se extendía a lo largo de la parte derecha del pasillo hasta lo alto de las escaleras, pero él la soltó como si no fuera más que una insignificante telaraña. El modo en que Alfonso estaba allí de pie, el modo en que
contemplaba la destrucción de la galería con una profunda y fría cólera, le indicó que se tomaba lo sucedido de un modo muy personal.
—¿No tenía más piezas la armadura? —comentó, al pasar por su lado.
—Mi agente inmobiliario envió algunas de las piezas en mejor estado a un especialista para ver lo que podría hacer con ellas.
—Eran preciosas. —Paula llegó hasta la puerta que había protegido la tablilla por primera vez y la encontró colgando de sus retorcidas bisagras ennegrecida por el hollín.
Pedro se quedó atrás y la observó. Él ya había estado en el piso, pero le fascinaba que ella lo mirase de un modo distinto, que viera cosas que él jamás hubiera concebido. Ella realmente le fascinaba.
—Ésta es su habitación protegida, ¿verdad? ¿Cerradura doble con el suelo surcado de infrarrojos?
Él asintió, teniendo presente que le preguntaría más tarde cómo sabía todo eso.
—Sí. Con cámara de vídeo en la pared del fondo, enfocada hacia la puerta.
—Y no salió nada en la cinta, imagino.
—Nada hasta ahora, según el detective Castillo.
—Si tanto le preocupa que la gente invada su privacidad, puede que debiera considerar la opción de poner más cámaras dentro de la casa —le sugirió.
—Eso protegería mis cosas, no mi privacidad. —Acercándose más para poder mantenerla en su campo visual, vio que se agachaba frente a la puerta rota y recorría
con el dedo la cerradura secundaria—. ¿Qué ve?
Ella se enderezó, limpiándose las manos en los pantalones cortos prestados, dejando manchas de hollín negro sobre la tela amarilla.
—Yo iba a forzar la cerradura secundaria y a cortar la primera —dijo un momento después—. Quien hizo esto pensó lo mismo. Pueden verse las muescas que hicieron las herramientas.
—Un profesional.
—Sí. —Se encogió de hombros, y entró en el cuarto—. Y… algunos ladrones llevan armas, incluso granadas, en caso de que les arrinconen o les atrapen.
—No es su caso.
Paula esbozó una sonrisa.
—A mí no me atrapan. Sólo intento descubrir qué fue… un robo o un intento de asesinato.
—¿Y puede determinar eso mirando las marcas de las herramientas?
Pau asintió pausadamente.
—Comentó que no había más signos de que hubieran forzado la entrada en ninguna parte de la propiedad, a excepción de los que yo dejé, pero esto es muy evidente.
—¿Y?
—Y por eso no tuvo que ser cuidadoso aquí, porque sabía que iba a hacer volar cualquier evidencia.
Recorrió el margen del cuarto de vuelta al punto en que se encontraba la cámara de vídeo, pero Pedro se quedó donde estaba. Ningún signo de que hubieran forzado la entrada, a excepción de una cerradura obviamente cortada aquí, en mitad de la casa. Nada en el vídeo de acuerdo con la policía, aunque se había encargado de que hicieran copia de la cinta y la había visionado él mismo.
El número de personas con acceso a la propiedad en su ausencia era casi infinito; jardineros, seguridad, personal de servicio, mantenimiento de la piscina, el agente inmobiliario, además de un selecto número de amigos a quienes se les
permitía utilizar la casa siempre que quisieran. Aunque difíciles de conseguir, las llaves a las áreas protegidas existían… aunque, al parecer, no para el ladrón.
Finalmente, se detuvo junto al pedestal caído sobre el que se había erigido la tablilla.
—Esto cayó con mucha fuerza. La losa podría haberse roto.
—Entonces se inclina a pensar que la bomba fue colocada para ocultar el robo,¿no es verdad?
Paula levantó la vista hacia él.
—Quizá. Como mínimo alguien conocía el valor de lo que había en esta habitación y no quería que se estropeara mientras él hacía lo que estuviera haciendo.
Aquélla era la tercera vez que se refería al ladrón en masculino. Normalmente, Pedro no habría encontrado extraña la masculinización… salvo que ella era una ladrona y, sin lugar a dudas, una auténtica mujer.
—¿Un asesino se esfuerza por preservar antigüedades? —insistió.
—No lo sé… no soy una asesina. —Con una rápida sonrisa, volvió a entrar en la galería—. Por otro lado, todo lo que había colocado por aquí le importaba un pimiento, incluso el resto de cosas de la casa, en el caso de que los aspersores
antiincendios no hubieran funcionado. —Paula frunció el ceño, a continuación alivió su expresión cuando volvió a mirarle—. ¿Cuál es el valor actual de una buena armadura del siglo XVI?
—Medio millón, más o menos
—¡Uf!
—¿Cómo lo supiste? Me refiero a lo de la bomba.
Ella volvió al gran agujero en la pared de la galeria, y se puso en cuclillas para mirarlo con mayor atención.
—No lo sabía. Quiero decir que casi me llevé el cable por delante, pero lo vi en el último segundo. En realidad, me cabreó.
—¿Por qué? —Pedro estudió su expresión, tratando de ignorar la brusca tensión en su pecho ante la idea de que ella se hubiera tropezado con aquella bomba.
Había forzado la entrada a su casa, violado su santuario. Pero no cabía duda de que ahora se preocupaba por ella.
—La casa estaba provista de una seguridad bastante buena por todas partes, a pesar de lo ineficaz que resultan la mayoría de los sistemas, y de pronto un maldito cable aparecía cruzando el pasillo. Era una estupidez. Guardias e invitados se tropezarían con ello a todas horas y dispararían la alarma, o se harían daño. Y entonces reparé en que no estaba del todo paralelo al suelo, y eso… me molestó.
Pedro se agachó junto a ella.
—La asimetría le molestó. En medio de un robo.
—Me preocupó que el resto de las cosas de esta casa fueran refinadas, meticulosas y cuidadas. No encajaba, y sin duda aquello no había sido aprobado por un hombre como usted. Para empezar, no habría estado allí, y por otro lado, no habría estado torcido. Pero no estuve segura del todo hasta que vi a Prentiss que se dirigía hacia mí sin tan siquiera bajar la vista.
Y él que se había creído un observador razonable.
—Yo me lo habría comido —farfulló. En la oscuridad, distraído y enfadado por la estúpida llamada del fax, pensando en dos reuniones, un contrato y el viaje a Pekín
previsto para la semana siguiente, no lo habría visto hasta que se lo hubiera llevado por delante. Y entonces habría estado muerto—. Gracias —dijo en voz queda.
Una sonrisa hizo aparecer sendos hoyuelos en las mejillas de Pau.
—Sí, bueno, mire lo que he conseguido.
Pedro comenzaba a pensar que definitivamente hasta el momento había salido airoso en esta asociación. Se puso en pie y, debido a que deseaba tocarla, le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Ella le agarró los dedos y se puso en pie, y le miró fijamente bajo sus largas pestañas.
¡Dios! Pedro sabía que estaba jugando con él, que probablemente mirara del mismo modo provocativo a otros hombres, sabiendo que le darían todo lo que ella quisiera. Pero seguía sin poder evitar reaccionar ante ello. A ella. Le devolvió la sonrisa pausadamente. Mientras supiera qué estaba sucediendo, bien podría disfrutar de ello.
—¿Tiene alguna teoría, entonces? —preguntó, soltándola después de un momento y retrocediendo otra vez para darle espacio mientras ella se encaminaba al fondo de la galería.
—Únicamente hay cable en este lado —apuntó—, lo que me indica que quien lo hizo se marchó en esta dirección. A menos que no lo hiciera.
—Eso no es demasiado útil.
—Lo sé. Lo que sucede es que…
—¿Qué? —la urgió.
—Que no estoy acostumbrada a considerar un robo desde esta perspectiva.Quiero decir que sé lo que yo haría en tales circunstancias, pero esto no tiene nada que ver con mi estilo.
—Aparte de la bomba, ¿qué otras cosas lo diferencian de su estilo? No estoy buscando problemas, Paula. Yo también intento comprender esto.
Ella dejó escapar el aire.
—De acuerdo, está bien. Bueno, a mí me gusta entrar y salir rápidamente. Miro planos, fotografías, o cualquier cosa, encuentro el modo más fácil y rápido de conseguir lo que quiero y lo llevo a cabo. Dejar alguna evidencia de allanamiento no me preocupa en realidad, siempre y cuando nada de ello apunte específicamente en mi dirección.
—Una vez que un objeto desaparece es que ha sido robado —comentó, y la vio asentir—. Tiene sentido.
—Pero este tipo no quería que nadie supiera que había estado aquí. Así que, a mí me parece que hay sólo una conclusión plausible. —Se acercó lentamente hacia él
y, al hacerlo, pisó sin querer una figurita aplastada y decapitada de un caballero—. Conocía la distribución muy bien y entró para robar la tablilla y volar en pedazos la
galería.
—De modo que no le importó matar.
—O pretendía matar. Pero no a usted. Se suponía que usted no debía estar allí.
—Ni usted.
—De acuerdo, partamos desde aquí —repuso, sus hermosas cejas se fruncieron debido a la concentración—. Quien estuvo aquí…
—Partamos desde aquí a la planta de abajo —la interrumpió—. ¿Le gusta el sorbete de frambuesa?
—Vaya, mire que es amable —dijo, lanzándole una mirada valorativa—.Recuerde que intentaba robarle.
—Sí, pero ¿le gusta el sorbete de frambuesa? —repitió, permitiéndose sonreír ante su expresión. Esta mujer era demasiado atractiva para su tranquilidad mental, pero al menos también él se le estaba metiendo un poquito bajo la piel. Aunque donde realmente quería estar era bajo sus ropas.
—Claro.
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