Sábado, 12:13 p.m.
Ella estaba por todas partes. Una fila de pedestales, cuatro de ellos, estaban de pie en medio de la habitación, cada uno coronado con una rara pieza de antigüedades japonesas.
Pero todo lo demás era ella. Paula Chaves. Por todas partes.
—Jesús —dijo ella con la voz entrecortada y la cara pálida.
Pedro apartó la mirada de ella para dirigirla hacia la pared en medio círculo que se unía al semicírculo externo de ventanas con persianas. Un interruptor de luz se ubicaba justo detrás de ella en la pared, él estiró la mano hacia éste y lo pulsó.
Las luces indirectas iluminaron los objetos y suavemente iluminaron las ordenadas fotos enmarcadas, artículos de periódicos, capturas de sitios web y páginas de revista. Él se
acercó, aún aturdido por la primera vista de las imágenes… y la segunda vista de tantas de ellas. Algunas revistas ni siquiera estaban en inglés.
—Tiene que haber unas cien —refunfuñó Paula, todavía sin moverse de donde se había detenido en el umbral de la puerta de la habitación circular.
—Muchas más —respondió él con prontitud, moviéndose a lo largo de la pared.
Esto lo asqueó. Por lo visto, Gabriel Toombs era un auténtico admirador de Paula. Algunos artículos de periódicos trataban sobre robos, en Australia, Marruecos,
Vancouver, Tokio, París, Munich…
—¿Todos son trabajos que tú has realizado? —preguntó él.
—¿Qué?
—Estos artículos. ¿Son trabajos tuyos?
—¿Eso es lo que ha llamado tu atención? ¿Y qué pasa con la foto en la que estamos comiendo helados la semana pasada? ¿O de la mía haciendo jogging? O…
—Son solo robos —le interrumpió él bruscamente—, ¿o son tus robos? Porque me gustaría saber si sabe con certeza quién eres, cuánto sabe de ti y desde cuándo ha rastreado
tu carrera.
Sus ojos verdes se abrieron de par en par.
—Dios —susurró ella—. Él sabe. Sabía sobre mí cuando almorzamos en el Club Sailfish y cuando me mostró esta casa. —Temblando visiblemente, ella se le unió al lado de
la pared.
Pedro quería abrazarla, pero necesitaban respuestas. Y las necesitaban ya.
—Mira.
Inhalando profundamente, ella estudió los artículos enmarcados.
—No todos son míos —dijo ella finalmente—, pero más de la mitad lo son.
—Entonces, es muy bueno sacando conjeturas. —Manteniendo a raya sus emociones, Pedro apartó su mirada de las fotos para mirar los objetos en los pedestales.
Un antiguo juego de té de apariencia delicada, un asombroso e intrincado abanico, una brida decorada de plata…—. ¿Y éstos? —preguntó él, intentando aún con todas sus malditas fuerzas mantenerse centrado. Si ambos se derrumbaban sólo serviría a los propósitos de Toombs—. ¿Son trabajos tuyos?
Paula se aclaró la garganta.
—Sí. Los cuatro lo son. Cuando los robé, no sabía que eran para Toombs, a excepción de la brida de gue…
—La brida de guerra —terminó él, volviendo a la pared con las fotografías enmarcadas. Él estaba en algunas, en la periferia, aparte, claramente fuera del foco del fotógrafo.
—No lo entiendo, Pedro —dijo ella con voz temblorosa—. La armadura y las espadas no están aquí. Pero esto… esto es una locura.
Pedro había olvidado que habían venido por los artículos de Yoritomo. Tan pronto como había visto esto, todo lo demás había dejado de importar.
—Algunos de estos artículos tienen casi una década de antigüedad —dijo él quedamente, intentando reunir las piezas mientras su sorpresa comenzaba a girar hacia algo
más—. Todas las fotos son desde cuando nos conocimos. Sólo desde el año pasado.
—Puede haber tenido sospechas o haberse dado cuenta de algo, algún error que cometí, y me rastreó desde allí. Los viejos periódicos no son difíciles de conseguir.
—La policía no ha sido capaz de rastrear tu pasado o adelantarte.
—Los polis necesitan pruebas. Algunos de estos golpes no son míos, así que él no lo sabe todo. —Ella hizo un círculo lento—. Casi todo, cierto. Sabe que me gusta el helado
de menta.
Pedro inhaló lentamente.
—Todas las imágenes son de aquí en Palm Beach. No nos ha seguido alrededor del mundo, el petulante bastardo.
—¿Pedro?
Había momentos cuando estaba con Paula en los que no sabía cómo describir sus sentimientos. Le faltaban las palabras. Hoy sin embargo, viendo esto, sabía exactamente
como llamar a la abrasadora emoción que se propagaba en sus músculos y huesos. Rabia.
Pura y simple rabia teñida de rojo.
Toombs la había violado… su intimidad, su pasado, su libertad, algo que ella guardaba con más celo que todo lo demás. Y Toombs había sonreído y la había invitado a su casa. Creían que él había robado algo y que él lo tenía. Pero no se habían esperado esto.
—¿Pedro?
Paula le tocó el brazo y él brincó.
—¿Cuándo se supone que estará de regreso? —luchó por preguntar, apretaba la mandíbula con tanta fuerza que dolía.
—Vinimos por la armadura y no está aquí. Vámonos.
—No voy a ninguna parte. —Salvo ir al Jáguar para conseguir la Glock de la guantera. Por mucho que Toombs afirmara ser muy competente con una espada de samurái, una bala entre los ojos era aún más eficiente.
—Pedro, tenemos que irnos.
—No. Lo siento, pero me juego tu armadura perdida. No me iré…
—Quiero marcharme —dijo ella en voz alta, su voz le llamó la atención.
Él parpadeó.
—Paula…
—Estoy fuera de mí y quiero irme. Ya.
Esto iba en contra de cada instinto primitivo que tenía, pero Pedro asintió.
—Me llevo todo esto conmigo.
—No puedes.
—¿Por qué mierda no? No quiero que ponga sus ojos en ti nunca más. Incluso en fotos.
—Joder, sabrá que yo estuve aquí. Si él no tiene la armadura, entonces los Picault la tienen. No dejaré que lo sepa.
—Esto no trata sobre…
—Esto trata sobre lo que yo digo que trata, maldita sea.
El ruido de la aspiradora al otro lado del pasillo cesó. De inmediato, Paula fue hacia la puerta y apagó las luces.
—No es solo la armadura —dijo ella con voz baja—. No nos pueden atrapar aquí.
Por la tensa preocupación de su rostro, él se dio cuenta que ella tenía razón, tenían que irse y sin dejar la más mínima pista de que hubieran estado alguna vez allí. Si la criada
llamaba a la policía, si la policía entraba en esta habitación buscando un intruso, verían todo esto. Y existieran pruebas o no, la policía uniría los artículos con las fotos y comenzarían a perseguirla como nunca antes lo habían hecho. A perseguirlos. Si la policía los encontraba en la habitación…
—De acuerdo. —Pedro le tomó de la mano y ella apretó sus dedos con fuerza—. Salgamos de aquí. Te sigo.
La expresión de Paula se calmó mientras le soltaba la mano y apoyaba la oreja contra la puerta. Bien. Esto era lo que ella sabía, en lo que era mejor que nadie más de quien él hubiera escuchado jamás. Ambos tenían que calmarse, al menos hasta que estuvieran fuera de esta maldita casa.
La aspiradora comenzó a sonar otra vez, más cerca.
—Ella está en el otro cuarto circular —susurró Paula—. Cuando te lo diga, dirígete por el pasillo y quédate en el extremo opuesto. Hará que le sea más difícil verte.
—¿Y tú?
—Esto estaba cerrado a cal y canto. Tendré que volver a echar la llave desde fuera.Espérame en lo alto de la escalera, bajo la cubierta.
—Paula…
Ella lentamente apretó el pestillo, luego abrió la puerta un centímetro. Observando a través de la estrecha apertura, ella estiró hacia atrás la mano libre para tocar su pecho.
—¿Listo? —preguntó—. Ve.
Suavemente ella retrocedió y abrió la puerta al mismo tiempo. Pedro se deslizó a través de ésta tan rápida y silenciosamente como pudo y se dirigió al lugar encubierto más cercano, entre dos quimonos en vitrinas de cristal.
Cuando miró hacia atrás, ella ya había cerrado la puerta otra vez. Estaba allí con toda esa… mierda, absolutamente sola.
Y todo lo que él podía hacer era esperar. Y observar. Porque él estaba mirando, vio la puerta volver a abrirse un centímetro. Ella se escabulló, cerró la puerta otra vez y se
agachó delante de esta. Paula tenía sus ganzúas entre sus dientes, y un pequeño espejo asegurado a su antebrazo con lo que parecía una banda.
Ajustando el espejo, empezó a trabajar con la cerradura. Él se había preguntado cómo ella cerraría la puerta sin que la criada lo notara, todo al mismo tiempo. Cristo. No le
extrañaba que nadie la hubiera atrapado jamás. A excepción de él esa única noche, y más que nunca fue consciente de que aquello había sido pura suerte… buena para él y mala para ella.
De repente ella se movió, permaneció agazapada y se dirigió directamente hacia él.
Mierda. Se suponía que él debía esperarla en la escalera.
—Vamos —articuló ella, fulminándolo con la mirada, y él se fue.
En el piso de abajo, por el viejo pasillo de la servidumbre y la puerta trasera. Ella lo empujó contra la pared mientras cerraba de nuevo esa puerta, luego le mostró el camino hacia el muro lateral. Con un pequeño y audible suspiro Paula llegó a la pared y la trepó como Jackie Chan, mientras él la seguía más bien como un lento y pesado rinoceronte.
Ella le agarró de los pies para ayudarlo a bajar, luego lo soltó y cambió su apretón a sus manos mientras se dirigían a la esquina donde habían dejado los coches. Los movimientos de Paula eran precisos y correctos, demasiado abruptos para la fluidez que él estaba acostumbrado a ver en su andar. Pedro desbloqueó el Jag y abrió de un tirón la puerta
de pasajeros, deslizándose en ese lado y tirando de ella tras él. Paula se sentó allí, quieta durante un momento, mientras él se inclinaba a través de ella y cerraba la puerta otra vez.
Allí detrás de las ventanas ligeramente tintadas estaban cerca de ser invisibles, a menos que alguien caminara hasta el coche y presionara la cara contra el cristal. Paula siguió agarrándole la mano con fuerza y lentamente Pedro la atrajo contra él, hasta que pudo rodearla con el brazo derecho y abrazarla.
—Se supone que la gente no debe notarme —dijo ella repentinamente.
—Te notó debido a mí —comentó él, preparado para aceptar toda la responsabilidad si esto le ayudaba a recuperar su habitual ánimo.
—No, no lo hizo. —Ella se libró de su agarre y golpeó sus dos puños cerrados en los muslos—. Puede que me haya visto porque estoy contigo, pero ya sabía sobre mí.
—Qué te hace…
—Robé ese abanico en París hace casi tres años, el juego de té tres meses más tarde y el león de jade un año después. Y la brida…
—La brida hace un año y medio —terminó él—. Sabe sobre ti durante al menos los últimos treinta y seis meses. Pero no te hizo una foto hasta después que me conociste.
—En cualquier caso, no de las que hemos visto. No comprobé su cajón de ropa interior o su jodida mesita de noche. —Ella se estremeció—. ¿Por qué no lo supe?
Paula tembló, Pedro le quitó la gorra y la atrajo en un estrecho y fuerte abrazo.
El protegerla se había convertido en su cruzada, en la cosa más importante en su vida.
Claramente había fallado. Miserablemente. Por la forma en que las manos de Paula se aferraron en la espalda de su camisa mientras ella emitía un único sollozo entrecortado.
¿Por qué Paula no supo que alguien la había estado siguiendo cada vez que se quedaban en Palm Beach? Las veces en que estaban juntos en público, ella se acostumbró a esperar que alguien les tomara una foto. Esto podía explicar algunas fotos. Pero el resto…
Ella había sido acechada, aún lo estaba siendo, y no lo sabía.
—Sabes cómo reconocer a policías encubiertos, al FBI, a la Interpol —dijo él lentamente, hablando contra su alborotado cabello—. Siguen ciertos patrones. No podías esperar encontrar algo rastreable en una persona demente.
—¿Él está loco? —Paula levantó la cabeza y alzó la vista hacia Pedro—. Porque he pasado un par de horas en su compañía en dos ocasiones diferentes, creía que era del tipo
raro, pero por otro lado amigable. Cuando llegó para el almuerzo, Andres no le había dicho que yo era la invitada que estaría allí, pero él no comenzó a echar espuma por la boca o algo así cuando me vio.
—Él sabe que Andres trabaja para ti.
—Andres trabaja para muchas mujeres.
—No lo sé, Paula, pero pienso averiguarlo. Y pienso detenerlo. Si no escucho las respuestas que quiero, quemaré esa casa desde los cimientos con él dentro.
—No si te gano por la mano.
Poco a poco, ella se relajó en sus brazos, mientras Pedro intentaba empujar su furia en un rincón donde pudiera tratar con ella. Donde pudiera sonreír y estrechar la mano de Gabriel Toombs esa noche en la cena de los Mallorey y mañana en la casa de los aparentes y auténticos ladrones. Si bien estaba preocupado de que los Picault pudieran robar cada pieza exhibida en el Met… Toombs había intentado robarle algo a Paula, y eso nunca
sería perdonado u olvidado. Incluso sin el anillo que en esos momentos le pesaba en el bolsillo, nadie se interpondría entre él y Paula. Nadie.
* * *
caminar cinco pasos sola se la proporcionó. Ella sacó las llaves y abrió la puerta.
—¿Debes trabajar en lo que seas que estabas haciendo en Miami? —preguntó ella.
—No. Eso está resuelto. Creo que debemos ir a casa y discutir esto.
Sinceramente, Paula deseaba olvidar todo el asunto, pero sabía que tendría pesadillas con esa fotografía de ella haciendo jogging en el cuarto privado de la torreta cerrada a cal y canto de Wild Bill Toombs. No había sospechado nada de esa clase. Tanto como le gustaba poner excusas, pero Pedro tenía un punto… ella no tenía razón alguna para esperar que algo así estuviera pasando. No obstante, podía pensar en una persona que quizás sabía que había trabajado para Toombs en cuatro ocasiones diferentes. Y estaba desaparecido.
—Debo encontrar a Sanchez —rezongó ella, apretando las llaves en su puño.
—¿Walter? Sé que le echas de menos, pero creo que tenemos… —su voz se apagó—. Crees que sabe algo —dijo Pedro en tono grave, con esa voz tensa que usaba desde que habían entrado en el cuarto de la torreta.
—Sé que sabe algo. Solo que no estoy segura de qué. Pero debe tener una maldita buena explicación para haberme abandonado si sospechaba que Toombs era un bicho raro
de narices.
—Entonces me gustaría ver a Walter en persona.
—Retrocede, King Kong. Sanchez es mío para aporrear, no tuyo.
—Eso es un punto más que podemos discutir de regreso a casa.
—No, eso es…
Su móvil sonó con la música de Somewhere Over The Rainbow. Frunciendo el ceño e incapaz de cubrir otro temblor, ella lo abrió.
—Andres.
—Lo siento, mi bollito de azúcar. Él se ha saltado el almuerzo. Así que odio sonar como una de esas estereotipadas películas de terror, pero debes salir de la casa.
—Estoy fuera. —Ella miró a Pedro—. ¿A dónde te diriges ahora, Andres?
—A casa para una siesta. Tengo una fiesta a las que asistir esta noche.
—En casa de los Mallorey. Cierto. Yo también. ¿Te detendrías por un rato en Solano Dorado de camino a casa? Necesito hablar contigo durante un minuto.
—Será un honor para mí.
Ella colgó.
—Bien, vamos.
—¿Por qué viene Andres? —preguntó Pedro, sin moverse, una mano todavía sostenía abierta la puerta del SLK.
—Porque él conoce mejor a Wild Bill que nosotros y porque es un tipo bastante observador. Y porque nos acompañará mañana a casa de los Picault, y ahora estamos bastante seguros que ellos tienen mi armadura y espadas. ¿Alguna otra pregunta?
—No te me eches encima —dijo él más llanamente—. Y perdóname si me siento un poco protector en este momento.
Ella se inclinó y lo besó.
—Gracias.
—Hum mmm. Te seguiré. Y será mejor que Toombs no conduzca su Miata negro en esta dirección en estos momentos.
Paula casi le dijo que se calmara y controlara, pero él sabía el resultado. Ambos lo sabían. La única diferencia era que él parecía tener su toda su atención alimentada por la
testosterona en matar a palos Toombs, y ella todavía deseaba recuperar las cosas de Yoritomo antes de tomar cualquier otra decisión.
—Sólo quédate cerca —dijo ella, medio para impedirle atropellar a personas sospechosas, y medio porque nunca se había alegrado tanto de tener un compañero como cuando había entrado en esa habitación.
—Lo haré. —Él la besó otra vez y cerró la puerta por ella, luego volvió al Jáguar.
Ella respiró hondo, encendió el coche y se dirigió a casa. A pesar de lo asqueada que se sintió al ver ese… santuario de Paula o lo que sea que fuera, habría sido peor si hubiera hecho caso del consejo inicial de Pedro y no hubiera entrado. ¿Durante cuánto tiempo habría continuado usando el Miata negro o cualquier otro coche que hubiera conducido para seguirla y tomar sus inmundas fotos?
Su teléfono volvió a sonar con… el tema de James Bond.
—Estoy bien —dijo ella, intentando sonar irritada y no se sintió segura de haberlo conseguido.
—Yo sé que tú lo estás, pero ¿y yo qué? —contestó con su culto acento británico—. Fue algo bastante sobrecogedor.
—No tienes que ir de Monty Python por mí —devolvió ella con una media sonrisa—. Estoy bien. Realmente. Sin embargo, necesitamos revisar una estrategia. Tienes razón sobre eso. Quiero un plan antes de que tenga que mirarle a la cara de nuevo.
—¿Cómo comprobarás si Walter ha intentado ponerse en contacto contigo?
—Primero comprobaré sus llamadas telefónicas. Si no en mi móvil, entonces en el teléfono de la oficina y el contestador de casa. Después de eso, una pregunta en el periódico, pero eso no sucederá hasta el lunes.
Después de eso no lo sabía, pero por suerte él no preguntó.
—Se pondrá en contacto contigo —dijo Pedro después de un momento.
Sonaba tranquilizador en la superficie, pero ella tenía la sensación de que él deseaba avisar a Sanchez de cuán irritante era ser tomado por sorpresa con algo así. Sus dos chicos peleando. Genial. Salvo que no se sentía muy contenta con su padre sustituto en esos precisos momentos.
Él tenía su propia agenda, cierto, pero nunca la había dejado colgada antes.
—¿Te quedarás al teléfono conmigo durante todo el trayecto de regreso a la finca?
—Ese es el plan.
—No. Debo concentrarme en conducir. Me siento demasiado inquieta sin añadir tu vena posesiva a la mezcla. Ahorra tus fuerzas, inglés.
—De acuerdo. Solo mueve las manos frenéticamente si me necesitas.
Ella echó un vistazo al retrovisor para ver al Jáguar justo detrás de ella.
—Lo haré —dijo ella, y colgó.
Ninguna de las fotos eran de ella en la propiedad; aparentemente Toombs solo husmeaba cuando ella estaba en público. Eso o él no creía que pudiera superar la seguridad de la finca. Fuera como fuera, nunca se había sentido más… segura que cuando esas puertas se abrieron y el SLK y el Jáguar las atravesaron y entraron en el paseo de palmeras.
Pedro tenía toda la razón; Toombs debía ser advertido sobre las consecuencias de tomarle otra foto. Sin embargo, hacerlo sin exponerse a ser chantajeada, arrestada o algo así, podría ser algo más complicado.
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