jueves, 8 de enero de 2015
CAPITULO 70
Sabía lo que él pretendía: intentar controlarla a ella y la situación. Así era como ganaba sus millones. Pero era su obra, su experimento, y si continuaban con ese tira y afloja, que iba a más, tal y como habían hecho durante las últimas semanas, uno o los dos iban a acabar en el hospital o muertos.
—¡Pau! —gritó Pedro, bajando las escaleras a toda prisa tras ella.
Había sido una ladrona toda su vida a excepción de los tres últimos meses, y algunas costumbres eran más difíciles de abandonar que otras. Entrando precipitadamente en el dormitorio, se sumergió en el vestidor y sacó su mochila. Por muchas cosas que hubiera adquirido últimamente, en aquella mochilla llevaba todo cuanto necesitaba para sobrevivir.
Prácticamente se chocó con Pedro en la entrada del dormitorio y Pau lo esquivó. Cada vez se le daba mejor seguirle la pista. Después de todo, estaba en muy buena forma incluso para tratarse de un tipo rico, y no estaba del todo convencida de ser capaz de superarle en una pelea, sobre todo habida cuenta de que sabía como pelear sucio.
Pedro le había regalado un Mini Cooper negro, en gran medida por el solo hecho de que ella lo consideraba increíblemente guay, y la noche anterior lo había dejado aparcado a un kilómetro de la casa. Pedro tenía al menos media docena de coches en Devonshire, todos, salvo uno, estacionados en el enorme antiguo establo que había transformado en garaje.
Se hizo con sus tijeras de podar de camino al exterior, desviándose por el garaje y cortando los cables de la puerta cuando salió a toda carrera por las puertas giratorias del frente. Detrás de ella Pedro se detuvo en seco justo a tiempo de evitar golpearse la cabeza, gritándole que se detuviera y dejara de hacer el capullo. «¡Ja!» No había hecho más que empezar. Ahora él tendría que salir por la entrada delantera, de modo que disponía de al menos tres minutos de ventaja sobre él. Y sabía dónde estaba estacionado su coche, y él no.
Su reluciente BMW azul estilo James Bond estaba aparcado en el camino, sin duda aguardando para llevarla de improviso a algún picnic, una elegante comida u otra cosa, como parecía hacer con alarmante regularidad. A primera vista, tres meses atrás, no le había considerado un romántico, pero parecía tener un innato sentido de lo que a ella le gustaba y de lo que siempre había deseado hacer.
Pero, a la mierda con eso. Se negaba a darle ningún punto por tratar de ser simpático ese día. Sosteniendo la tijeras de podar a modo de navaja, las clavó en el neumático delantero derecho del BMW. Las extrajo cuando escuchó el aire escapar y se afanó con los otros tres restantes. Era una verdadera lástima inutilizar un coche tan precioso como aquel, pero no iba a permitir que tuviera ocasión de perseguirla. Le había dicho que se marchaba, y lo había dicho en serio, maldita sea.
Dejó clavadas las tijeras en el último neumático, luego echó a correr por el largo y empinado camino de entrada. Su propiedad tenía una obscena extensión de acres, pero los paparazzis y el público le habían forzado a erigir un muro alrededor de la propia mansión. Era ahí dónde había mayor seguridad, y el punto en que se había concentrado para proteger a Pedro y la colección de obras de arte que había estadoreubicando, anticipándose a la apertura del ala de la galería. Sin embargo, esa mañana le traía más bien sin cuidado disparar las alarmas o ser sigilosa. Las cerraduras de la verja principal estarían conectadas, de modo que se limitó a escalarlas, saltando al suelo adoquinado del camino de entrada del otro lado. Hecho aquello, ascendió a pie la angosta carretera hasta el desvío del lago.
Pau no pudo evitar echar un vistazo por encima del hombro mientras abría el coche y arrojaba la mochila al asiento del pasajero. No había señal de Pedro, pero no podía estar lejos. Y no estaría contento.
Aunque puso el coche en marcha y bajó el camino como una exhalación hacia la carretera principal, parte de ella disfrutaba del momento. Un pequeño chute de adrenalina, por el motivo que fuera, todavía ayudaba a satisfacer la profunda ansia que había en su interior, el ansia que últimamente no había satisfecho con la suficiente frecuencia. Aquella ansia que él quería aprisionar detrás de un escritorio, probablemente en un despacho que no contara siquiera con una ventana.
Abrió la capota de su móvil y telefoneó a British Airways.
Haciendo uso del número que había memorizado de una de las tarjetas de crédito de Pedro, reservó asiento en el siguiente vuelo abierto para Miami, y luego concertó otra conexión hasta Palm Beach. ¡Las tarjetas de crédito eran la leche! Debería hacerse con una a no tardar. En cuanto a devolverle el dinero a Pedro, le enviaría un giro con el maldito efectivo tan pronto llegara a Florida. No quería deberle nada.
Pau miró por la diminuta ventanilla mientras el avión despegaba. No había señal de Pedro en la terminal. Por primera vez se preguntó si tal vez hubiera decidido no ir tras ella.
Se recostó y se encogió de hombros. ¿Y qué si no volvía a verle nunca más? No era mucho mejor que ella, pero sí muchísimo más arrogante. Definitivamente, aquello no era algo que necesitara en ese momento.
Al abrir la revista People que había cogido en el aeropuerto, se encontró con él, con los dos, en el estreno de una película a la que habían asistido el mes pasado. Él estaba magnífico con su traje negro, mientras que daba la sensación de estar intentando evitar encogerse de vergüenza ante la marea de flashes de las cámaras y escandalosos adoradores de famosos. A buen seguro que no echaría de menos aquello. Y no le echaría de menos a él. De acuerdo. Tal vez sí le echaría de menos, pero daba igual. Después de pasar tres meses seguidos en Inglaterra, partía hacia un lugar que durante los tres últimos años casi había comenzado a considerar su hogar. Salvo que en ese mismo instante, para su mente «hogar» tenía la alarmante tendencia a estar allá dondequiera que estuviera Pedro.
Se sacudió mentalmente. No le necesitaba; simplemente le gustaba estar cerca de él. Y le gustaba el sexo. Mucho. Aun así, la promesa que había realizado de enmendarse no había sido tanto por él como por sí misma. Pedro no tenía que llevarse el mérito, y no iba a realizar parte del esfuerzo. Era asunto suyo. Su vida y el rumbo que ésta tomase habían sido asunto suyo en todo momento.
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