viernes, 23 de enero de 2015
CAPITULO 120
El detective Garcia rodeó la mesa gris metálica, y acto seguido, sin previo aviso, estrelló la palma de la mano sobre la arañada superficie.
Reprimiendo un fingido bostezo, Paula levantó la mirada hacia él.
—¿Eres el poli malo o el poli bueno?
—No soy más que el tipo que quiere darle un respiro, si me dice dónde estuvo anoche.
Ahora que le habían quitado las esposas y había superado su pánico inicial al ser arrestada y arrastrada hasta la comisaría, esto se estaba volviendo... bueno, no divertido, pero sin duda sabía cómo juzgar a las personas, y pretendía divertirse con este tipo. Ni siquiera tenía que ser simpática, porque él ya le había puesto las esposas... y porque sabían que Pedro reflotaría el Titanic si era necesario para sacarla de allí. En realidad, la peor parte de aquello estaba resultando ser el que le hubieran tomado las huellas y fichado. Averiguar cómo iba a desaparecer del sistema... ya se preocuparía de eso más tarde.
—Me inclinaría más a creer en tu sinceridad —dijo lánguidamente—, si me trajeras una CocaCola Light y me dejaras hacer una llamada.
El hombre cogió el teléfono del fondo de la mesa y lo dejó bruscamente delante de ella.
—Yo no se lo impido.
—Y tampoco vas a marcharte, ¿no?
—Me marcharé.
—Y te quedarás al otro lado del espejo, ¿verdad?
Su palillo se movió nerviosamente.
—Sí.
Pau exhaló una bocanada de aire.
—De acuerdo. —Si le hubiera concedido un minuto de privacidad hubiera llamado a Sanchez; sabía que Pedro estaba trabajando para que la liberaran, y necesitaba a alguien que le ayudara con el problema de Martin... sobre todo ahora que sabía que el Hogarth había desaparecido en el mismo espacio de tiempo en que le había dicho a su padre que estaría ausente de la casa.
Percibiendo que Garcia la observaba, marcó el número del móvil de Pedro. Éste sonó una única vez antes de que él descolgara.
—Alfonso.
Por el momento fingió que no le habían quitado un peso de encima tan sólo con escuchar su voz.
—Hola, guapetón.
—Paula. ¿Te encuentras bien?
—Me han colocado un foco en toda la cara y me obligan a escuchar a Manilow —declaró. Silencio.
—Me alegro de que te estés divirtiendo —dijo al fin—, considerando que yo estoy al borde de un ataque de apoplejía.
—No se lo cuentes a mamá —respondió con serenidad.
—¿Están escuchando? —preguntó inmediatamente, agudizando la voz.
—Claro.
—Dame diez minutos más, cariño. Procura comportarte.
—Pan comido. ¿Cómo... ?
—Vale —la interrumpió Garcia—. Se acabó el tiempo.
Paula le lanzó un beso cuando colgó el teléfono. Sabía que Pedro iba de camino, pero oírselo decir le hacia sentir prácticamente mareada de alivio.
—Tal vez crea que es muy gracioso —prosiguió el detective, apoyando la cadera en la mesa—, pero yo trato de encontrar un cuadro que vale doce millones de dólares.
—Pues no deberías estar perdiendo tu tiempo conmigo, colega. Porque si es así cómo investigas, yo encontraré ese cuadro antes que tú.
—¿Por qué no me dice por dónde empezar a buscar?
Tenía una buena idea al respecto, en realidad... si no sabía dónde, sí sabía quién.
—Oye, mi negocio consiste en proteger los objetos de valor de la gente, no en robarlos.
—Entonces tampoco estaba usted haciendo su trabajo, ¿no?
—Que te den. —No, así era. En realidad, era probable que su ausencia hubiera hecho posible que el ladr... vale, que Martin, entrara. Maldita sea, detestaba que le tomaran el pelo. Máxime cuando no debería haber sido tan estúpida como para permitir que lo hicieran.
—He puesto el dedo en la llaga, ¿verdad?
Pau levantó la mirada hacia él.
—¿Y qué te dice eso?
—Que o bien dice la verdad, o que es tan escurridiza como pensaba. En otras palabras, no me dice nada.
—Bueno, dado que sigo esperando a un abogado y mi refresco, tendrás que apañarte con lo que hay.
Garcia rumió su palillo. Seguramente llevaba algunos más consigo.
—Si no la hubiera arrestado, ¿estaríamos manteniendo una conversación diferente?
Paula estaba casi tentada de darle una respuesta sincera.
Este tipo era muy escurridizo, y no podía olvidarse de eso.
—Seguramente no —reflexionó—, a menos que me dieras cierta información y me trajeras un refresco para que pudiéramos repasar los hechos juntos.
—Así que, me ayudaría.
Ella sonrió sin diversión.
—Si no me hubieras arrestado. Ese tipo de cosas pueden echar a perder una relación.
—Es usted una Chaves. A mis ojos, es motivo suficiente para muchas cosas.
Garcia miró hacia el espejo que ocupaba la pared.
—Tráele un refresco, ¿quieres?
—Una CocaCola Light, que esté fría —intervino, mirando en la misma dirección.
—Puede creerse que es usted una monada —farfulló, levantándose para pasearse alrededor de ella una vez más—, pero voy a cotejar sus huellas. Si tiene aunque sólo sea una multa de tráfico pendiente, la retendré.
No hacía más que tres semanas que tenía el carné de conducir, de modo que las posibilidades de que tuviera una multa eran muy escasas. En cuanto al resto, no creía haber dejado ninguna huella a su paso. Pero esto sería una prueba.
—Ya que te pones, ¿por qué no llamas al detective Francisco Castillo de Palm Beach? Es de Homicidios, pero no te pongas celoso. Le ayudo de cuando en cuando.
El hombre se erizó, pareciendo incluso más alto físicamente.
—Escuche, Chaves, yo no hago esto...
—He puesto el dedo en la llaga, ¿verdad?
Garcia entrecerró los ojos.
—No habla como alguien que vive en una casa en el East Side.
—Puedo ponerme en plan pijo si quieres, pero sigo sin haberme llevado el cuadro.
—¿Qué me dice de una coartada? ¿Puede al menos darme eso?
Posiblemente podría, en realidad, si deseara confirmar que había estado paseando en un taxi a la 1.35 y luego a las 3.10. Pero Balto quedaba demasiado cerca de la casa como para que mereciera la pena citar a los taxistas; podría haberse apeado, vuelto a pie, robado el Hogarth, regresar de nuevo al parque caminando y retornar a casa en coche.
—¿Y si comienza a investigar a la gente que pudiera querer robar un cuadro en lugar de a alguien que prácticamente vive en un museo de arte?
Gruñendo, volvió a colocar de golpe la silla junto a la mesa.
—Si fuera sincera conmigo y respondiera a una maldita pregunta, tal vez podría.
Paula le miró con la cabeza ladeada.
—Lo siento, detective, ¿me estás diciendo que no crees que en realidad lo hiciera yo? Me estás confundiendo. ¿Te estoy ayudando a buscar al ladrón o soy el ladrón?
—¿ Lo que usted es... ?
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió y entró un tipo de más edad con blancos mechones rebeldes sobresaliendo por encima de sus orejas.
—Suéltela, detective.
Garcia se enderezó.
—¿Qué?
—Esta charla ha concluido —espetó un hombre alto y calvo vestido con un traje de Armani, pasando por al lado de «Pelo tieso»—. Eso es lo que pasa. A menos que quiera enfrentarse a una demanda por arresto improcedente.
Paula ni siquiera trató de ocultar su sonrisa cuando Pedro pasó por delante de los otros dos hombres.
—Sir Galahad —murmuró, poniéndose en pie.
Llevaba unos vaqueros y una camiseta negra con una camisa gris de franela encima, y seguía pareciendo el tipo más poderoso de la sala.
—¿Estás bien? —La atrajo lentamente a sus brazos.
«Ahora lo estoy.»
—Muy bien —dijo, comenzando a darse cuenta de lo tensa que había estado durante la última hora, más o menos.
Pese a todo, no pensaba admitir tal cosa delante de los polis, y ambos lo sabían—. Lo has logrado para la hora del desayuno.
—Dije que lo haría.
—Vamos, capitán —gruñía Garcia—, esto es ridículo. No tiene coartada, y su padre era...
—Antes de que vaya de nuevo a por ella —dijo «Traje caro»—, más le vale que tenga otro motivo que no sea la ocupación de su padre. Que tenga un buen día.
Con el brazo de Pedro rodeándole los hombros, abandonaron la sala de interrogatorios. Cuando se marchaban, Paula no pudo resistirse a lanzarle una pulla.
Se giró de cara al furioso detective.
—Sigues debiéndome una CocaCola Light, Garcia.
El pasillo estaba repleto de polis, ninguno de los cuales parecia contento de verla marchar. Que así fuera. No iba a intentar hacerse amiga de ninguno de ellos. Y ahora que se marchaban, deseaba de veras salir de allí.
El hombre del Armani se detuvo delante de ellos, entregándole una bolsa de papel que contenía su bolso y su teléfono.
—Asegúrate de que tu limusina está aquí, Pedro —dijo, colocándose las gafas—. No queremos tener que esperar ahí afuera.
Asintiendo, Pedro sacó su teléfono del bolsillo.
—Paula, te presento a Abel Ripton —le indicó mientras marcaba—. Abel, ésta es mi Paula.
Cuando Ripton tendió su mano, Paula se la estrechó. Un apretón cálido y firme, sin sudor, sin vacilación, sin entablar un juego de poder súper masculino. ¡Estupendo! Otro abogado bueno. Hasta que conoció a Tomas Gonzales, no había creído que tal animal existiera.
—Dadas las circunstancias —dijo, sonriendo—, me alegro mucho de conocerle.
El asintió.
—Aún no hemos terminado de desentrañar todo esto, pero sacarla de aquí era la principal prioridad de Pedro. Pedro cerró la tapa del móvil.
—Nos está esperando. Salgamos de este maldito lugar.
—Amén —dijo Paula muy emocionada, aceptando su mano cuando se la ofreció para que se aferrara a ella.
Con el ceño fruncido le giró la muñeca, volviéndole la palma hacia arriba.
—Te han tomado las huellas —dijo, sus ojos azul Caribe se alzaron hacia los de Paula.
Sabía tan bien como ella lo que eso podría significar.
—Sí —susurró, poniéndose a temblar cuando finalmente empezó a reaccionar.
—¿Podemos hacer que anulen sus huellas? —preguntó Pedro, encabezando el trayecto a instancias de Ripton.
Mierda.Pedro estaba aceptando los consejos de otro. Le había ocasionado todos estos problemas por el hecho de ser una Chaves, y tanto si merecía estar en la cárcel como si no, Pedro estaba renunciando a su precioso control por su
culpa. Maldita sea, todo se estaba yendo al garete, y necesita algunas malditas respuestas.
—Presentaré un recurso en cuanto llegue al despacho.
Cuando Paula entró en la comisaría de policía, lo había hecho por detrás, por donde sólo los delincuentes y los polis tenían acceso. Ahora se marchaban por la puerta principal; y cuando Pedro abrió la puerta con el hombro, Paula comprendíó por qué habían deseado que Ruben les aguardara allí.
—¡Dios mío! —farfulló, acercándose a él—. ¿De verdad estan aquí por mí?
—Hemos salido en las noticias matinales —le respondió en un susurro, adoptando su expresión inescrutable.
Debía de haber un centenar de cadenas de televisión y reporteros de las noticias; cámaras; técnicos de sonido; paparazzi y groupies se apelotonaban en la acera delante de la comisaría. Cuando salieron Pedro y ella, todos se precipitaron hacia delante.
—Señor Alfonso, ¿puede darnos detalles acerca de lo que han robado en su casa?
—¿Ha sido acusada del robo, señorita Chaves?
—¿Cuántos...?
—¿Cuáles son...?
Paula divisó a Ruben y la limusina aparcada en la calle y se dirigió en esa dirección. Si Pedro no iba a responder a ninguna pregunta, tampoco lo haría ella. Fuera lo que fuese lo que le hubiera tenido que contar a Ripton acerca de su pasado, el abogado tampoco abría la boca. De sus labios no salió siquiera un «no hay comentarios». ¡Ja! Que los reporteros sacaran eso en las noticias.
El silencio dentro de la limusina era casi ensordecedor.
Paula alargó la manó al refrigerador de debajo del asiento y sacó una CocaCola Light.
—Según parece no puedes meter a estos en el trullo —dijo, abriendo la lata y tomando un largo trago.
—¿Y bien? ¿Dónde estuviste anoche? —preguntó Pedrotranquilamente, observándola.
«Mierda.»
—De visita turística —respondió.
—Ni se te ocurra mentirme, Pau. Cuando desperté...
—¿Puede confirmarlo alguien? —interrumpió Ripton desde el asiento opuesto al de ellos—. ¿Un testigo o una coartada?
Con gran esfuerzo desvió la mirada de Pedro. El problema número uno era solucionar los problemas con la policía.
—No. Nadie que pueda ser de ayuda.
—Dime que no te pusiste a pasear sin más por Manhattan a las dos de la madrugada, Pau.
—Vale, cogí un taxi. Un par de taxis. Paseé el tiempo suficiente entre uno y otro para que no sirva de gran cosa como coartada —le lanzó una mirada—. No creerás que tenga algo que ver con esto, ¿no?
—Por supuesto que no. Pero mi compañía aseguradora no va a soltar doce millones de dólares sin llevar a cabo una investigación. Al parecer soy tan sospechoso como tú.
—No —dijo con la voz entrecortada, horrorizada—. ¡Es una estupidez! Posees veinte billones de dólares. ¿Por qué ibas a...?
—Los rumores pueden ser tan destructivos como una condena —la interrumpió—. Quiero saber quién lo hizo —se volvió hacia Ripton—. Teniendo en cuenta el modo en que han metido la pata con Paula, ¿crees que podrías echarle el guante a una copia de los informes de pruebas?
Ripton se subió las gafas de nuevo.
—Creo que deberías abstenerte de interferir en una investigación policial. Ahora mismo no eres demasiado popular entre la policía.
—Quiero que Paula le eche un vistazo a lo que tengan. Es una experta en seguridad, y sabe más sobre allanamientos de morada que la mayoría de profesionales. Podría reparar en algo que a ellos se les haya pasado por alto.
Eso era porque Pau había sido una de esos profesionales.
—Si es posible, me gustaría echar un vistazo —le apoyó—. Yo no lo hice, pero tal vez pueda ayudar a descubrir quién lo hizo. —Salvo que ya tenía una buena idea de quién era el culpable.
Si resultaba ser Martin, Pedro jamás volvería a confiar de nuevo en ella. Nunca creería que no había estado al tanto de que su padre estaba vivo. Y jamás creería que no le había ayudado de algún modo, de manera consciente o no, a llevar a cabo el robo. Tampoco se equivocaría. Sí, estaba de mierda hasta el cuello, pasara lo que pasase a continuación.
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