domingo, 14 de diciembre de 2014
CAPITULO 6
«Dos jodidos días.» Paula se arrellanó en los cojines de su sillón y cambió de canal con el mando. Odiaba estar sentada de brazos cruzados en el mejor de los casos, y aquello distaba mucho de eso. Con todo, los medios de comunicación no iban a dejar de lado la historia. Y mientras no cesaran, ella no podía dedicarse a otra cosa.
Por ahora se habían quedado sin información nueva, y por eso había estado escuchando la misma historia con alguna que otra alteración… la vida de Pedro Alfonso, los amores de Pedro Alfonso, la filantropía de, los negocios de, bla, bla, bla. Y estaban los hechos con los que contaban y que no cesaban de repetir en cada telediario que se emitía. Había habido una explosión, un guardia, ahora identificado como Dom Prentiss, había sido asesinado, y varios objetos valiosos destruidos. Y la policía estaba buscando a una mujer blanca, con una altura aproximada entre el metro sesenta y cinco y un metro setenta y tres, un peso aproximado entre cincuenta y cuatro y sesenta y ocho kilos, conjuntamente con la investigación.
—Sesenta y ocho kilos, y un cuerno —farfulló, cambiando de nuevo el canal.
Peso equivocado o no, sabía lo que aquello significaba; buscaban a un sospechoso, a una persona a la que culpaban. A ella.
Todos sus instintos le decían que huyera para poder mirar lo que había sucedido desde una distancia segura. El problema era que, si pensaban que había tratado de matar a Alfonso, no había distancia segura. Y tampoco un modo seguro de llegar a ella. Aeropuertos, estaciones de autobuses… estarían vigilándolo todo.
Bueno, podían seguir vigilando, aunque no le hacía sentir mejor oír en las noticias de la mañana que la policía «esperaba llevar a cabo una detención en cualquier
momento». No lo creía, pero tampoco estaba dispuesta a ignorar la amenaza.
Y así, estaba sentada en el sillón, bebiendo un refresco y comiendo palomitas hechas en el microondas, viendo el final de las noticias de media mañana… e intentando averiguar lo que había ocurrido. Como ladrona, era una superdotada.
Eso había dicho su padre, Sanchez y algunos de los discretos clientes para los que había trabajado. Disfrutaba de la independencia que sus habilidades le proporcionaban.
Disfrutaba del reto que suponía su profesión, disfrutaba con la sensación de esa posesión pasajera que algunos de los objetos más raros del mundo le proporcionaban. Y disfrutaba del dinero que recibía como pago, a pesar del cuidado que debía tener al gastarlo. Jubilación, le había repetido su padre una y otra vez mientras le enseñaba las habilidades de su oficio. Trabaja con la mira puesta a veinte
años en el futuro, no puesta en el mañana.
Ése era el objetivo por el que vivía en una casa pequeña y ordenada a las afueras de Pompano Beach, y era por lo que trabajaba por una miseria como asesora de arte autónoma para algún que otro museo. Y por eso, simplemente, no mataba. La genio que mataba en su búsqueda de objetos inanimados no llegaba a jubilarse en algún lugar del Mediterráneo y empleaban guapos empleados de hogar.
Todo lo cual dejaba clara una cosa. Si quería jubilarse, tendría que averiguar quién había colocado aquella bomba. O bien había representado el papel de primo, o había tenido la peor suerte de la historia. De cualquier modo, quería la revancha. Y tenía que ser capaz de demostrar que ella no lo había hecho. Solventar este embrollo sólo para satisfacer su propia curiosidad no evitaría que fuera a la cárcel.
El telediario cerró con la misma historia, y al fin pudo encontrar algo que merecía la pena. Con Godzilla de 1985, rugiendo y dando pisotones a diestro y siniestro en Tokio, de fondo en la WNBT, cambió el sillón por su ordenador, entró en su correo y revisó sus mensajes. Dado que no estaba interesada ni en un alargamiento de pene ni en un viaje gratis a Florida, los borró, abrió un navegador y tecleó el nombre de Pedro Alfonso.
La página inicial desbordaba de imágenes, un archivo de artículos en diversas páginas web de periódicos y revistas, desde Architectural Digest
—Salimos mucho, ¿verdad, Alfonso? —murmuró, desplazándose por la primera página y pinchando en la segunda.
La mayoría de los artículos empleaban fotos similares, como si Alfonso hubiera posado para una foto y dejado que las publicaciones examinaran los resultados. A pesar de que su oscuro cabello ondulado, que llevaba ligeramente largo, apenas le rozaba el cuello de la camisa, parecía todo un multimillonario, y no sólo por el traje negro de Armani, la corbata negra y la camisa gris oscura. Eran los ojos, principalmente, de un color gris oscuro y relampagueantes. Hablaban de poder y confianza, miraban directamente a la cámara y anunciaban que aquél era un hombre al que había que tomar en serio.
—No está mal —comentó. De acuerdo, puede que eso fuera quedarse corto.
Puede que fuera guapísimo. Y que tuviera un aspecto apetitoso vestido tan sólo con unos pantalones de chándal, incluso cubierto de hollín y sangre.
Irritada consigo misma por distraerse, pinchó en la tercera página. Ahora que las referencias se estaban haciendo un poco más vagas, aminoró la velocidad.
Adquisición de antigüedades, una página dedicada a entusiastas de los yates, y toda una página web, www.divorcegladiators.com, administrada no por el señor
Alfonso, sino por Patricia, la ex señora Alfonso. «¡Ay!» Paula sabía que tenía cosas más pertinentes que descubrir sobre el hombre que la había metido en medio de una investigación criminal, pero pinchó de todos modos en la página web.
Una fotografía de Patricia Alfonso-Wallis apareció en la pantalla. La ex señora Alfonso, una rubia menuda con un escultural físico, que pagaba mil dólares por cada visita al salón de belleza, respondía a preguntas mediante correo electrónico y daba consejo sobre cómo evitar quedarse sin blanca en el divorcio, con la esperanza de que otros sacaran provecho donde ella no lo había conseguido. Teniendo en cuenta que dos años atrás Alfonso la había sorprendido con el culo al aire con sir Ricardo Wallis en su villa de Jamaica,Pau pensaba para sus adentros que Patricia se
había librado con mucha facilidad. No todos los maridos cornudos permitirían que sus ex esposas y nuevas esposas tuvieran los fondos suficientes para mantener, por lo menos, una bonita casa en Londres Sonó el teléfono. Pau se sobresaltó, echando a correr hacia la cocina para atenderlo
—Hola.
—Paula Chaves —respondió una voz masculina y con fuerte acento francés —. Así que aquí es donde has estado escondiéndote.
El corazón le dio un vuelco, luego comenzó a latir de nuevo. «Como si no tuviera ya suficientes problemas.»
—Etienne DeVore. No me escondo, ¿y cómo demonios has conseguido mi número?
Él resopló burlón.
—Conozco mi trabajo,cherie.Y no te metas. Es peligroso.
Una sirena llegó a sus oídos a unos bloques de distancia, luego dejó de escucharse. Se le erizó el vello de la nuca y Pau apartó la cortina de encaje para echar un vistazo a la calle a través de la pequeña ventana de la cocina. Nada, aunque lo oportuno de la llamada telefónica se había vuelto súbitamente muy interesante.
—¡Eres tú quien estuvo en casa de Alfonso! ¡Casi me matas!
—No esperaba que aceptaras un trabajo como ése. Demasiado complicado, ya sabes.
—Bueno, que te jodan,mon ami —Frunció el ceño cuando se le ocurrió otra idea —. ¿Cómo sabías que fui yo quien estuvo allí?
Etienne bufó de nuevo.
—No me insultes. Cualquier otro estaría muerto. Incluso siendo tú, estuvo muy cerca,non? Además, intento hacerte un favor.
—Un fav…
Captó otra sirena que cesó de repente, en lugar de convertirse en el típico rugido grave y resonante al detenerse el coche.
—Mierda. Tengo que irme. Etienne, si me denuncias a la policía, eres hombre muerto.
—Jamás llamo a la policía. Esto es una mierda. Vete, Paula. Me encargaré de todo
—Claro, está bien. —Colgó el teléfono mientras en su cabeza revoloteaban las posibilidades sobre quién podría haberse ido de la lengua y por qué. Fue corriendo a su dormitorio, agarró la mochila que siempre guardaba debajo de la cama, y se apresuró de nuevo a su sala de estar. El ordenador seguía allí, preguntándole si deseaba subscribirse o no, por el módico precio de 12'95 $ al año, al boletín de noticias dedicado a seguir la vida privada y los negocios de Pedro Alfonso.
Arrancó el enchufe de la pared, quitó la carcasa de la CPU y sacó cada tarjeta y cable que no estaban soldados. Los metió en la mochila, destrozó a patadas el resto de la unidad y, a continuación, se tomó otro minuto para comprobar las ventanas alrededor del perímetro de la casa.
Parecía despejado, y se escabulló por la puerta trasera. Saltó la valla de su vecino y, a continuación, subió al tejado de la señora Esposito, mientras se estremecía de dolor provocado por el movimiento que tiraba de la herida de su muslo. Finalmente, echó a correr
Había dejado el Honda aparcado a dos bloques de distancia en el mercado Food for Less, y llegó a él justo cuando un helicóptero de la policía, seguido por uno de las noticias, sobrevolaban su cabeza en dirección a su casa. Su ex casa.
Puso en marcha el coche, y condujo otros dos kilómetros y medio antes de introducirse en un terreno abarrotado de hamburgueserías, pizzerías y restaurantes de comida cubana. La cabina telefónica funcionaba, aunque no respondía de su higiene. Introdujo una moneda de cuarto de dólar, y marcó el número de Sanchez.
—¿Sí?
—¿Jorge? —dijo con un marcado acento—. ¿Está Jorge allí?
Ella le escuchó inhalar.
—Mire, señora, ya le he dicho que aquí no vive ningún Jorge. No está aquí.¿Comprende?
—Comprendo. —Cuando colgó el teléfono le temblaban las manos, y se las agarró. Habían dado con Sanchez, o, al menos, le estaban vigilando. De cerca. Lo que significaba que probablemente tratarían de rastrear la llamada.
Maldiciendo, volvió velozmente al coche y se dirigió hacia el norte. ¿Cómo demonios había encontrado tan rápidamente su rastro la policía? Sabía que no había dejado huellas, y que, incluso si Alfonso hubiera logrado dar una buena descripción de ella, no tenían nada con qué compararla. Creía a Etienne cuando le decía que no la había entregado… ése no era su estilo. Sin embargo, la llegada de la policía tampoco le había sorprendido. Alguien se había ido de la lengua, y les habían implicado tanto a ella como a Sanchez. Entornó los ojos. Nadie le tomaba el pelo. Nadie que no acabara lamentándolo después.
Esto estaba fuera de control. A la gente rica le robaban cosas a todas horas.
Motivo por el cual habían inventado los seguros. No obstante, lo que la gente rica no tenía era gente que tratara de hacer volar por los aires su casa, y puede que incluso a
ellos. Maldito Etienne. Recordaba el rostro de Alfonso cuando impactó con él, la expresión asustada que había reemplazado la leve diversión en sus ojos grises. Tenía que saber que ella no habría tratado de matarle. Todo lo contrario. Le había salvado la vida.
El corazón de Paula dio un vuelco. Por lo que sabía, él era el único testigo que la involucraba en todo aquello. Etienne podría haber dicho que se encargaría de todo, pero, según su experiencia, eso significaba únicamente las cosas que le
concernían a él. Si éste seguía con su rutina habitual, desaparecería durante algunas semanas y aparecería para contar sus ganancias. Lo que estaba bien, salvo que la
dejaba a ella con un montón de problemas. Y por eso necesitaba a Alfonso. Tenía que convencerle de que era inocente… o relativamente inocente, en cualquier caso.
Alguien tenía que cargar con la culpa por ese fiasco, y Pau no tenía la menor intención de ser ella quien lo hiciera.
Parecía que, después de todo, tendría que escalar el muro para entrar.
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Muy buenos los 2 caps!!!!!!!!!! Ayyyyyyyyyyy se vendrá el reencuentro????
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! quiero los siguientes!
ResponderEliminarMuy huesos,seguí subiendo!!!
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