martes, 23 de diciembre de 2014

CAPITULO 25




Sábado, 6:15 p.m.


Puede que la paciencia fuera una virtud, pero no era algo que Pedro apreciara o en lo que tuviera experiencia. Quería respuestas. Paula había subido el volumen de la radio del coche y Haydn resonaba suavemente en los altavoces
mientras se dirigían en dirección norte. No había puesto ninguna objeción cuando había echado la capota del coche, algo que Pedro atribuyó más a su estado de distracción que a que se hubiera hartado de la charada de los turistas.


Sus dedos tamborileaban contra la manilla de la puerta.


—Si empiezo a contarte todo lo que estimo que necesitas saber —dijo en el relativo silencio—, no es sólo mi libertad y seguridad la que estará en tus manos,Pedro.


«Pedro» Le había dado acceso, un poco.


—Estás aquí para ayudarme a resolver esto.


—Bueno, en realidad estoy aquí para que tú me ayudes a… Pero intento cumplir con mi parte del trato.


—¿Qué es lo que quieres, mi palabra de que no revelaré nada de lo que me cuentes? No puedo hacer eso, Paula. En primer lugar, no me gusta la idea de que todo lo que he ganado y coleccionado esté a disposición de quien lo quiera. En según…


—No —le interrumpió, sentándose erguida—. No voy contigo en este coche debido a un robo. Estoy aquí por una bomba. —Sus labios se movían nerviosamente al tiempo que sopesaba sus próximas palabras—. Haré un trato contigo. Utiliza cualquier información que quieras que tenga que ver con Etienne DeVore. El resto de lo que le cuente o consigas dilucidar, úsalo para proteger tus cosas, pero no puedes contarle nada de todo ello a la policía.


—Nada de tratos.


—Pues para el coche y déjame bajar.


—No.


Paula accionó el botón que bajaba la ventanilla.


—De acuerdo. Saltaré.


—No seas ridícula. —Alfonso subió de nuevo la ventanilla y bloqueó el control.


Mirándole furibunda, se desabrochó el cinturón de seguridad y volvió a alargar el brazo para abrir la puerta.


—No puedo proponerte un trato mejor. Si no te gusta, pues nos separamos.Ahora mismo.


A Pau le ofendía la idea de matar a alguien para obtener un objeto; Pedro lo había notado casi desde el primer momento en que se conocieron. Suponía que aquello sería garantía suficiente por ahora. El hecho de que quisiera sexo con ella
también contaba en su decisión, naturalmente, así como el que le resultara tan difícil creer que sus flirteos eran puramente mercenarios… no más que los suyos propios.


—Abróchate el maldito cinturón.


—¿Eso es un sí?


—Sí. Sujeto a más discusión.


Paula asintió, abrochándoselo de nuevo.


—Esto es complicado.


«No tenía idea de cuánto.»


—Me gustan las complicaciones. Ahora bien, ¿vamos a cenar a Rooney's o llamo a Hans para que nos prepare algo de comida italiana?


—Sueles hacer eso —comentó.


—¿Hacer, qué?


—Dar opciones a una persona para que sienta que toma decisiones, pero en realidad eres tú quien lo controla todo.


Pedro sonrió.


—¿Irlandés o italiano?


—¿Rooney's no se aparta un poco del estilo de James «Tengo Diamantes Hasta En El culo» Bond?


—No soy James Bond, ¡ay!, y deja de dar rodeos.


—Que sea un irlandés.


Y aquello también tenía sentido. Un lugar público en el que las discusiones personales no pudieran volverse demasiado personales. Así que más valía empezar antes de llegar al pub.
—Hablando de irlandés, háblame del tal O'Hannon que contrato a Walter Barstone para que a su vez te contratara a ti.


—Es escoria.


—Eso ya lo has dicho. ¿Qué más? Y sé todo lo franca que puedas.


Ella le lanzó una volátil sonrisa.


—Listillo. Tiene su base en Londres. De hecho, nunca sale de ella porque tiene miedo a volar, al agua y a los espacios cerrados. —Paula subió la pierna y se sentó sobre ella para mirarle de medio lado—. No me gusta trabajar con él porque siempre exprime y escatima en el precio a su proveedor.


—¿Cómo es eso?


—Te dice que tiene un comprador para un objeto por cincuenta o cien pavos por debajo del precio de mercado, pero que es un trabajo fácil, bla, bla, bla. Así que aceptas y luego descubres que su comprador está dispuesto a pagar cincuenta o cien más sobre el precio de mercado.


—Lo cual se embolsaría él, sin porcentaje para el proveedor.


—Exacto, eso es.


Pedro agarró el volante con algo más de fuerza, y mantuvo la vista clavada en la cada vez más oscura autopista.


—¿Si tuviera en marcha un buen negocio, pero que probablemente generase mucha publicidad, le echaría la culpa a alguien… sobre todo si se trata de alguien con quien no ha trabajado mucho o que quizá habla sin tapujos y le llama escoria?


Alfonso le lanzó un rápido vistazo cuando ella no respondió. 


La boca de Pau formaba una adusta línea cuando le miró fijamente, sus ojos verdes iban adquiriendo un tono avellana a la luz del atardecer.


—Crees que la bomba estaba destinada a mí.


—¿Haría O'Hannon algo así, Paula? —insistió.


—¡Dios! —Se pasó la mano por el cabello, y se quitó de un tirón la goma de modo que sus suaves y desaliñados rizos caoba cayeron a modo de cascada sobre sus hombros—. Podría. Eso explicaría algunas cosas. Maldita sea. ¡Joder, maldita sea!


Pedro se apartó a un lado de la autopista, maldiciendo entre dientes, antes de que ella pudiera empezar a dar golpes a diestro y siniestro. Pau saltó del coche todavía en marcha, paseándose furiosamente arriba y abajo con las manos rígidas formando dos puños a ambos costados. Pedro se unió a ella pero apoyó el trasero contra el coche y dejó que echara chispas.


La idea de que pudiera haber sido ella el blanco se le había ocurrido la tarde en que se había colado por su claraboya. En aquel entonces no contaba con motivo alguno, tan sólo con un presentimiento. Desde entonces había descubierto el aviso de un ladrón de excepcional destreza ahora muerto, un trabajo encomendado a través de alguien en quien Paula no confiaba y una losa de piedra desaparecida… pero no mucho más. Y la policía todavía menos.


—¿Por qué iba a tenderte una trampa? —preguntó.


—Por dinero. Es lo único que le motiva y lo único que le importa.


La observó pasar por su lado y hacerlo de nuevo en dirección contraria.


—Dime tu opinión sobre esta teoría —dijo mientras echaba un vistazo a su reloj.


No tardaría en oscurecer, si ella era el objetivo, no quería exponerla en el arcén de una carretera como aquélla—. O'Hannon envió a DeVore a robar la tablilla y a ti como oportuno chivo expiatorio. ¡Mierda!, a ti te mata la bomba que tú misma activaste distraídamente al intentar salir a salvo de la finca. Y después, como es escoria, O'Hannon se carga a DeVore para no tener que compartir los beneficios.


—Podría valer, salvo por dos cosas: la primera es que O'Hannon es un cobarde, y no creo que tuviera agallas para matar ni a una mos…


La voz de Pau se fue apagando a medida que un BMW negro se aproximaba por la carretera, cambiaba al carril de salida más próximo y reducía la marcha al llegar hasta ellos. Pedro dio un paso hacia la puerta del pasajero para estar más cerca de la pistola que había vuelto a guardar en la guantera momentos antes tras la protesta de Paula. Pero el coche no se detuvo en medio del tráfico restante, y
aceleró al pasar por su lado. Genial. Cuidado con los buenos samaritanos: policías y asesinos.


Paula también mantuvo la mirada fija en el BMW.


—Y dos, si me hubiera matado, la policía esperaría que tuviera la tablilla conmigo. La losa ha desaparecido, así que tiene que haber alguien más implicado. Hubiera tenido que contratar a alguien, y todo esto habría menguado sus beneficios.


—Tal vez O'Hannon esperaba que diéramos por supuesto que la tablilla había sido destruida en la explosión, junto contigo.


—Tal vez. No se me ocurre por qué querría a Etienne muerto, si es que lo contrato en un principio. Los tipos que asesinan a sus proveedores no duran mucho en este negocio. —Pau se calmó mientras reflexionaba en voz alta, sus manos se relajaron lentamente y sus furiosas zancadas se tornaron en un paseo—. Necesito pensar en ello —farfulló, deteniéndose delante de él.


—Pensemos delante de un plato de pastel de carne con patatas y verduras — dijo, sujetando la puerta del pasajero para que ella entrara—. Vamos.


El tráfico de la autopista era bastante denso, dado que estaban en las inmediaciones de Palm Beach. Pero nadie más redujo la velocidad para echarles una ojeada y ambos se reincorporaron a la carretera sin mayor problema. A Pedro le preocupaba más Paula Chaves que el tráfico. Por indeseable que considerara su trabajo, si alguien estaba intentado acabar con ella por ese motivo —o por cualquier
otro—, tenía toda la intención de hacer algo para evitarlo. Ni siquiera estaba seguro de cuándo había tomado tal decisión, o de cuándo se había convertido en su
guardaespaldas, sólo sabía que lo había hecho.


Quince minutos más tarde tomaron la calle Clematis y giraron hacia el aparcamiento de Rooney's. El pub parecía abarrotado, como de costumbre, y la música irlandesa flotaba hasta la calle. A pesar de la falta de privacidad, le gustaba aquel sitio; no era fácil encontrar un lugar en Florida que fuera genuinamente británico.


—Ah, señor Alfonso —le saludó la camarera con una amplia sonrisa—. ¿Mesa para dos esta noche?


—Gracias, Annie. Al fondo, si es posible.


—Por supuesto que es posible.


Le indicó a Paula que siguiera a Annie hacia el fondo del pub. Cuando estaba en la ciudad siempre le tenían una mesa reservada apartada de la concurrida barra, únicamente como deferencia a su predilección por la tranquilidad y la privacidad. Paula tomó asiento de cara a la puerta principal, lo que no le sorprendió, y él dispuso su propia silla a un lado de la mesa para que estuvieran en
ángulo recto y poder así ver la entrada a la sala de billares por encima del hombro de Pau. James Bond o no, comenzaba a sentirse como un maldito agente secreto.


Pidió una pinta de Guinness para cada uno y acto seguido se acercó disimuladamente a Paula cuando se fue la camarera.


—Esto es algo poco corriente para ti, ¿no? —murmuró—. La bomba, no el pub.


—Es que no puedo creer que Etienne… —tragó saliva—. Pero no creo que supiera que yo estaba allí. De lo contrario no habría estado tan cabreado cuando le llamé.


—No me creo que O'Hannon estuviera dispuesto a utilizar, sin más, tu muerte a conveniencia.


—Eso es una suposición. Supongo que se trata de algo más que de conveniencia.


—Pues dime qué podría ser.


Paula cesó en su escrutinio del lugar para mirarle. En sus labios se dibujaba una leve sonrisa.


—Pareces enfadado.


—Estoy enfadado. —Tomó la mano que ella tenía sobre la mesa y cerró los dedos en torno a su palma.


Ella se sobresaltó un poco, pero no retiró la mano.


—Esto lo cambia todo, ¿sabes? —dijo—. Si no estás en peligro, no tienes motivo para ayudarme a salir de ésta. —Paula tomó aire—. De hecho, sería una estupidez por tu parte seguir involucrado en esto.


—Todavía sigue sin aparecer mi tablilla troyana —dijo en voz baja—. Y una vez que has dormido bajo mi techo, estás también bajo mi protección.


—Otra vez te comportas como un señor feudal, ¿no? ¿El conde de Palm Beach?


Sus labios se curvaron.


—Como tú dices, nadie merece morir por un objeto. Y voy a asegurarme de queno te suceda a ti.


—Eso es muy arrogante, su señoría. —Aun así, sus dedos se tensaron entre los de él—. Y te lo agradezco.


—Me has salvado la vida, Paula. Justo es devolverte el favor.






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