Apoyando una vez más la barbilla en el brazo, Pau entornó los ojos para protegerse de la cálida brisa que se colaba bruscamente dentro del coche. Adoraba Florida. Europa era acreedora del premio a las villas pintorescas alojadas en antiguos pinares y robledales, pero la dicotomía de aquí le fascinaba. Pasaron como una exhalación por delante de largas y verdes extensiones pantanosas, interrumpidas por
diminutas casas apartadas de la autopista en caminos de tierra con coches oxidados decorando el césped delantero. Más arboledas dispersas de robles de doscientos años
de antigüedad y sauces llorones se extendían a lo largo de las orillas de los riachuelos, gigantescas figuras combadas por la acción de los huracanes se mostraban empequeñecidas por torres de vidrio y acero en las áreas comerciales.
Y Palm Beach, aun sin el encanto de las residencias más acaudaladas del país comprimidas en unos pocos kilómetros de paraíso, le fascinaba, si cabía, todavía más.
Belleza y antigüedad aisladas y corrupción moderna… el lugar perfecto para un ladrón de guante blanco. Echó de nuevo un fugaz vistazo a Alfonso. En su trabajo, se suponía que a Pau no debían gustarle las sorpresas. Otra sorpresa más.
Por otra parte, la sorpresa tenía sus inconvenientes. Pau ladeó la cabeza un poco para ver el reflejo del retrovisor.
—Cambia de carril —le dijo.
—¿Para qué?
Mantuvo la postura relajada, recordándose que Alfonso era un hombre de negocios y no un ladrón.
—Porque quiero ver si el coche de detrás también cambia de carril.
Él mantuvo la mirada en la carretera.
—¿El sedán beis?
—¿Te has fijado? —preguntó, tan sorprendida que se enderezó.
Alfonso asintió.
—Lleva detrás de nosotros desde antes de que tomáramos la autopista, pero ésta es una vía principal, cielo.
—De acuerdo, eres observador, pero tienes que practicar con la paranoia. Cambia de carril. Dirígete a la salida.
—¿Te sucede esto a menudo?
Ella le lanzó una sonrisa.
—Sólo desde la pasada semana, más o menos. Por lo general, se supone que nadie sabe quién soy.
—Demasiado tarde para eso. —Deslizó la mirada al retrovisor. Medio minuto después, el sedán cambió de carril para unirse a ellos.
—Todavía puede tratarse de una coincidencia —murmuró, pero mantuvo la atención en el espejo mientras se desplazaba al carril exterior. El sedán les siguió—. O no.
—¿Ves?, la paranoia puede salvarte la vida. Acelera.
—¿No quieres saber quién es?
—¡Pues no! La curiosidad mató al gato, Alfonso, y yo soy un gato.
—Yo soy un lobo —repuso él, y pisó el freno.
Con sistema de frenos antibloqueo de alta tecnología o sin él, los neumáticos del SLK echaban humo cuando se detuvieron en seco. El tráfico era bastante ligero, pero Pau no pudo evitar ahogar un grito cuando un camión articulado les corteó, el conductor les sacó el dedo como saludo y tocó la bocina.
—¡Joder!
El sedán, que no tenía frenos antibloqueo, corcoveó violentamente, mientras éstos no dejaban de chirriar, y pasó a escasos centímetros de ellos hasta el barro que había más allá del estrecho carril de servicio. El conductor logró controlarlo antes de que se fuera a la mojada hierba. El tipo sabía conducir, y aquello respondía a unas cuantas preguntas. Se detuvo bruscamente a un lado de la carretera y a unos cien metros delante de ellos.
—Voilá —dijo Alfonso, acelerando de nuevo y deteniéndose delante del sedán.
—De acuerdo, a menos que estén armados.
Alfonso se dispuso a desabrocharse el cinturón al tiempo que de la guantera sacaba lo que parecía una pistola modelo Glock del calibre 30.
—Me gusta estar preparado.
—Nada de pistolas —espetó Pau, desabrochándose su propio cinturón y saliendo apresuradamente del coche—. Además, sólo conseguirías que te arrestasen. —La puerta de copiloto del sedán se abrió con un chirrido—. Buenas tardes, detective Castillo —exclamó, acercándose mientras éste salía. «Muéstrate amable», se dijo.
—¿Qué demonios ha sido todo eso? —gruñó el detective.
—Es culpa mía —respondió Pau, al darse cuenta de que Alfonso iba detrás de ella—. Noté que nos estaban siguiendo y le sugerí al señor Alfonso que se detuviera
—reprimió una sonrisa de reproche—. Me temo que le entró el pánico.
—Y una mierda —interrumpió Alfonso—. ¿Por qué me siguen?
—No te están siguiendo a ti; me están siguiendo a mí —contestó Pau—. Pero ya le dije que soy una buena chica, detective. Aunque debo decir que podría haber puesto sobre aviso a cualquiera que estuviera siguiendo al señor Alfonso. —Señaló al sedán sin tener que ocultar su desprecio—. Nadie alquila un Buik del 91 a los turistas, y ningún ladrón o matón que se precie conduciría un viejo coche color beis.
Conduce usted mejor que los periodistas, de modo que tenían que ser policías.
—Ah. Entonces, ¿por qué ha intentado matarnos?
Alfonso se puso delante de ella.
—No fue ella. Me entró pánico, ¿recuerda? ¿Se le ofrece algo, detective?
—No. Nada en particular. Pero recuerde, señor Alfonso, si a usted le matan, a mí me despiden. No debería andar por ahí.
—Iré con cuidado. —Alfonso tomó a Pau del brazo—. ¿Nos vamos, Paula?
Llegaremos tarde.
—Claro. Y no se preocupe, Castillo. Mi trabajo es mantenerlo a salvo —le dirigió una amplia sonrisa—. Por muy irritante que esto sea.
El bigote del hombre se movió nerviosamente.
—Casi le creo, Chaves.
—Pues tendré que emplearme a fondo.
Ambos se metieron en el SLK y Alfonso puso el motor en marcha.
—¿Crees que se dará por vencido? —preguntó con la atención puesta en el espejo retrovisor.
—Probablemente, pero en caso de que algún otro tenga la misma idea que Castillo, ¿cuánto corre esta cosa?
Pedro regresó a la autopista marcha atrás, subió el volumen de la insufrible cadena de rock que había puesto ella, y pisó el acelerador.
—Averigüémoslo.
***
Castillo observó el brillante coche amarillo dirigirse al sur y convertirse en una especie de cohete.
—¡Mierda!
Cuando regresó al asiento del pasajero, el agente James Kennedy a su lado encendió el motor del Buik.
—¿Los seguimos?
—No.
—Podría llamar a una patrulla de carretera y hacer que los detuvieran por exceso de velocidad.
—No.
—¿Pues qué hacemos?
—Regresar a la comisaría y sacar las declaraciones de daños de los objetos de Alfonso. Que sea un hombre rico no significa que yo no pueda llevar esta maldita investigación.
—¿Cree que está en el ajo?
El detective miró la expresión entusiasta del rostro de su chófer.
—Creo que ella sí lo está y que él está con ella por su propia voluntad. Esto es mucho más que un robo y una bomba. Pero creerlo no me sirve de nada, y quedarme
aquí sentado es perder el tiempo.
Kennedy dio media vuelta carretera abajo hacia la rampa de acceso dirección norte.
—¡Ja! Le dije a su abogado que debería haberme contratado para ocuparme de su seguridad. Debe de estar escondiendo algo o no habría contratado a esa muñequita.
Castillo sacó una tira de chicle del bolsillo y abrió el envoltorio.
—Teniendo en cuenta a quién sacamos del agua esta mañana, puede que esa muñequita sea la mejor ladrona del mundo. Muestra algún respeto.
Cuando la policía giró en dirección norte por la autopista 95, un BMW negro con los cristales tintados salió de la gasolinera al otro lado de la carretera y se dirigió al sur a todo gas.
***
El aparcamiento del Butterfly World estaba bastante concurrido los jueves por la tarde, pero por lo que a Pau respectaba, aquello era algo bueno. Pasar desapercibida yendo con Alfonso era suficientemente complicado de por sí sin tener que preocuparse, además, por una atracción turística desierta.
—Por allí estará bien —dijo, señalando con el dedo.
Alfonso se dirigió hacia el punto indicado.
—¿Cualquier lugar es una trampa en potencia? —preguntó, desabrochándose el cinturón de seguridad y bajando del coche—. Supongo que por eso estamos a un metro de la salida y a cuatrocientos metros de la entrada.
—Hoy cualquier lugar lo es —respondió, colgándose el bolso en el hombro y cerrando la puerta del coche amarillo—. Tuvimos suerte de que se tratara de la policía.
—Pero eso ya lo sabías antes de detenernos, ¿verdad?
El tono de su voz la acusaba de algo poco honesto, pero ella se negó a dejar que aquello le hiciera mella. Pau se encogió de hombros.
—Como he dicho, ninguno de tus amigos… o enemigos tendría un viejo coche beis, y la gente que yo conozco tienen más autoestima. Lo cual nos deja dos opciones: la policía o la prensa. Y me alegra que no fueran estos últimos.
Una sonrisa apareció en su sensual boca.
—Me parece, querida, que eres más tímida con las cámaras que yo.
Pau asintió.
—De ahí que nos mezclemos.
—Mezclarse. Claro. —Le ofreció la mano y ella vaciló—. Somos alegres turistas, ¿recuerdas? —Bromeó, flexionando los dedos para indicarle que se acercara más—Tal vez seamos recién casados en nuestra luna de miel.
—Le das demasiadas vueltas a esto, Alfonso —dijo, tomando su mano y fingiendo que su propia imaginación no estaba desbocada.
Sus cálidos dedos aferraron los de Pau.
—Pedro.
Ella asintió, porque no estaba preparada para decirlo aún.
—Vamos. A las cuatro ya no dejan entrar a nadie y a las cinco te echan a patadas.
—Para que nadie pueda seguirnos.
—Ésa es la idea.
—Me parece, querida, que eres más tímida con las cámaras que yo.
Pau asintió.
—De ahí que nos mezclemos.
—Mezclarse. Claro. —Le ofreció la mano y ella vaciló—. Somos alegres turistas, ¿recuerdas? —Bromeó, flexionando los dedos para indicarle que se acercara más—Tal vez seamos recién casados en nuestra luna de miel.
—Le das demasiadas vueltas a esto, Alfonso —dijo, tomando su mano y fingiendo que su propia imaginación no estaba desbocada.
Sus cálidos dedos aferraron los de Pau.
—Pedro.
Ella asintió, porque no estaba preparada para decirlo aún.
—Vamos. A las cuatro ya no dejan entrar a nadie y a las cinco te echan a patadas.
—Para que nadie pueda seguirnos.
—Ésa es la idea.
Excelentes los 2 caps. Me tiene atrapada esta historia.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Me encanta!
ResponderEliminarBuenísimo,seguI subiendo!!!
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