domingo, 21 de diciembre de 2014

CAPITULO 21




Sábado, 1:18 p.m.


—No vamos a llevarnos tu limusina. —Paula se cruzó de brazos.


Intentando no sonreír, Pedro se mantuvo en las escaleras de la puerta principal junto a ella y decidió no preguntar por qué tenía tantos prejuicios en contra de su limusina.


—No dije que fuéramos a hacerlo, cielo.


—Le dijiste a Ruben que trajera el coche.


Un Mercedes Benz SLK amarillo dobló la esquina de la casa y se detuvo delante de ellos.


—Sí, pero no dije cuál.


—¿James Bond no conducía un BMW o algo así? —preguntó ella, dirigiéndose al lado del pasajero mientras Ruben ocupaba el asiento del conductor—. Amarillo plátano. ¡Pero qué discreto!


—No soy James Bond. Calla y sube.


Le gustaba el coche; Pedro pudo notarlo en la sonrisa burlona de Pau cuando tomó asiento. Paula pasó la mano por el salpicadero, lo cual era otra buena señal.


Parecía aprender por mediación de la sensación táctil. 


Resultaría interesante ver si aquello era igual en el dormitorio. Se removió en el asiento, sintiéndose de pronto
incómodo. «Ducha fría. Piensa en una ducha fría.»


Finalmente, ella se abrochó el cinturón y le sonrió.


—¿Podemos bajar la capota del plátano?


Pedro, solícito, pulsó un botón del salpicadero. La puerta del maletero se abrió y el techo se levantó, se plegó hacia atrás y se introdujo en el maletero en un único y fluido movimiento.


—¿Mejor?


—Genial —fue cuánto ella dijo, mientras recorrían el camino de entrada.


La policía seguía apostada fuera de la casa, pero comenzaban a parecer más aburridos que esperanzados de atrapar al que colocó la bomba. Naturalmente que ya habían encontrado al sujeto que fue arrastrado a la playa, tanto si lo habían comprendido como si no. Pedro miró a Paula, que tenía un brazo reclinado sobre el marco de la ventanilla y la barbilla apoyada en él.


—La policía ha identificado a DeVore y le considera sospechoso —dijo él—, pero, dado que yo describí a una mujer dentro de mi casa, no han abandonado la búsqueda.


—Posiblemente se imaginen que tenía un socio. Seguirle el rastro no les va a llevar hasta mí, pero no estoy en absoluto libre de sospecha. —Le lanzó una mirada—. Aún.


—¿Había usado explosivos antes?


—No conozco todos los trabajos que ha realizado, pero no me sorprendería. No habría llamado para advertirme que me mantuviera al margen si hubiéramos estado compitiendo por un simple objeto. —Se encogió de hombros—. Él ya había dado golpes con anterioridad, pero siempre decía que no suponían un desafío demasiado grande. La gente va de un lado a otro y se vuelven vulnerables. Los objetos son inanimados y eres tú quien tiene que ir a por ellos.


—¿Alguna vez DeVore y tú fuisteis… cómplices?


Pau se recostó y encendió el estéreo con brusquedad.


—¡Ah, ésta sí que es buena! —Frunció el ceño mientras Mozart se colaba dentro del coche—. Cómplices. Supongo que te refieres a si lo fuimos en la cama igual que en el trabajo. En el trabajo, no.


Pedro asintió, aferrándose al volante; el estómago se le contrajo por un ataque de celos tan inesperado como ridículo.


—Entonces, lo siento.


—Deja de disculparte. No fue culpa tuya. La gente entra y sale de mi vida sin parar. Estoy acostumbrada a ello.


—Estamos en plan cínico, ¿verdad?


—Intento ceñirme a aquello en lo que soy buena. Además, no deberías quejarte.Tú estás dentro en este momento.


«¿Por cuánto tiempo?», se preguntó Pedro.


—Era un comentario. No una queja.


Paula le lanzó una sonrisa errática.


—Bien. Sea como sea, sólo espero que Sanchez sepa quién contrató a Etienne. Si no, estaremos atascados casi en el mismo punto en que lo está la policía. —Su cabello caoba le azotaba la cara, y Pau sacó una goma de su bolso Gucci para recogerse la ondulada masa en una elegante coleta.


—Creía que estábamos intentando no desentonar —comentó—. ¿A qué viene el bolso caro?


—Era lo único que llevaba conmigo. Además, me ayudará a parecer una turista.Espero que hayas traído un gorra cursi de béisbol o algo similar.


—Lo siento, no rebusqué en la sección cursi de mi guardarropa esta mañana.


Pau contempló con atención su perfil por un instante, mientras él fingía seguir concentrado en la carretera. Gracias a Dios que el tráfico era ligero.


—Limítate a llevar las gafas de sol puestas. No llevas traje, así que eso debería ser de ayuda. Te conseguiremos un sombrero tipo Gilligan o algo parecido.


—No, de eso nada.


Paula guardó silencio durante un momento, aunque ojeó el estéreo con una expresión de decepción tan intensa que casi resultaba cómica.


—Le has dicho a tu perro guardián Gonzales adónde íbamos, ¿verdad?


—Confío en él, Paula. Y…


—Yo no. Nunca confío en alguien que sabe lo mucho que vales.


—Todo el mundo sabe cuánto valgo.


—Claro, pero no todo el mundo dispone de la clase de acceso que él tiene. — Tamborileó con los dedos sobre el marco de la ventanilla—. Tu muerte le reportaría un enorme beneficio adicional.


Pedro frunció el ceño, y enseguida desechó la idea de su cabeza. Tomas Gonzales era su amigo más íntimo. La idea era absurda. Y guardaba cierta cautela en lo referente a quién dejaba entrar en su vida en estos momentos… con una excepción evidente.


—Confío en él —repitió Pedro—. Olvídalo.


—De acuerdo. Si te hace sentir mejor, si fuera tú, yo tampoco habría ido a ninguna parte conmigo a menos que se lo contará a alguien en quien confiase. Lo que sucede es que no habría elegido a Gonzales.


El cumplido, aun con su doble sentido, le complació.


—Puedes cambiar el CD si quieres —dijo él—, pero…


Ella se abalanzó sobre el estéreo. Mozart dejó de sonar abruptamente para ser reemplazado por Beethoven, después Haydn. Recostándose, se cruzó de brazos.


—¿Es que sólo tienes muertos en la bandeja del CD?


—A ti te gustan las antigüedades. Pensaba que apreciarías la música clásica.


—Sí… pero no en un coche descapotable a lo James Bond.


—No soy el maldito Ja…


Apagó el CD con un movimiento rápido y comenzó a sintonizar cadenas de radio hasta que algo con una fuerte percusión, guitarras eléctricas y alaridos apenas afinados hizo que se iluminara el ecualizador. Pau subió el volumen y se acomodó de nuevo mientras él reía.


—¿Qué demonios es eso?


—¿A quién le importa? Tiene ritmo.




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