martes, 30 de diciembre de 2014

CAPITULO 41





Domingo, 5:48 p.m.


Paula podía escuchar el suave runruneo de su padre removiéndose en su tumba. Ni por lo más remoto hubiera podido Martin Chaves imaginarse a su hija preparándose para una cita con Pedro Alfonso… en casa de un abogado, nada menos. No vería provecho alguno en ello y, peor aún, se alegraría de recalcar que, con toda probabilidad, la aventura tendría un resultado negativo para ella.


Paula tenía sus propias reservas, pero se referían más bien a la profundidad de su implicación con ese hombre. Una cosa era el sexo; y con lo increíblemente placentero que había sido, también había hecho que Pedro se pusiera taxativamente de su lado. Sería una idiota de no haberse aprovechado de eso y no sentirse halagada por ello. Pero salir con él era una cuestión muy diferente. No se trataba simplemente de velar por sus propios intereses; era involucrarse, conocer a sus amigos, hacerse pasar por… ¿Qué?… ¿Su novia? ¿Su amante?


Mientras el corazón comenzaba a palpitarle con fuerza,Pau rebuscó en su armario de ropa prestada.


—¿Qué narices se supone que debo ponerme?


Desde la sala de estar pudo oír a Pedro riéndose.


—Ponte lo que quieras. Pero Godzilla está atacando al monstruo mecánico. Creía que habías dicho que Godzilla siempre era malo.


Eligió un vestido de verano y fue hasta la puerta del dormitorio.


—No, dije que era mejor cuando era malo. ¿Qué te parece esto? —Sostuvo en alto el corto vestido rojo y amarillo.


Él estiró el cuello para echar un vistazo por encima del respaldo del sillón.


—Es bonito. Pero…


Ella frunció el ceño.


—Pero ¿qué?


—Se verán los arañazos y cortes de la espalda.


«Mierda.» Con el antiséptico que le había dado el doctor Klemm habían dejado de doler los cortes, y se olvidaba de ellos.


—¿Qué vas a llevar tú?


—Lo que llevo puesto.


—Pero tú estás guapo.


—Gracias. Me derramaré algo en la camisa si lo prefieres.


Estaba bromeando de nuevo con ella, tal como había hecho desde el momento en que se dio cuenta de que la idea de cenar con Tomas y Cata la ponía nerviosa. Pero había consentido en ir, en gran medida porque él había dado a entender que era una cobarde si se negaba, pero sobre todo porque después de que Pedro acudiera esa mañana en su rescate con las granadas, sentía que le debía algo.


—¿Encuentras algo? —preguntó Pedro, asomándose al armario.


—Vuelve ahí y dime qué te parece —dijo—. Te enseñaré lo que encuentre.


—Algo en color verde sería estupendo. En honor a Godzilla.


—Vuelva al sillón, colega.


Pedro levantó las manos en broma a modo de rendición.


—De acuerdo, está bien.


A pesar de todo se estaba riendo por lo bajo, lo cual daba miedo de por sí. Era imposible que estuviera ya tan conectada a él, que verle feliz le hiciera sentir feliz a ella.


Esa nueva vida eran tan extraña… tan tentadora. Retomó la tarea, y sacó otro vestido veraniego de su percha y cerró la puerta del armario para poder probárselo sin comentarios por parte de Pedro. Tenía que dejar de distraerse con los indulgentes placeres de esa vida. En su trabajo, la indulgencia equivalía a encarcelación… o a la muerte. 


Trabajo. Estaba trabajando, tratando de descubrir lo que sucedía.


Y aunque pudiera albergar alguna leve duda o dos sobre la implicación de Gonzales, no tenía ninguna con respecto a la de Dante Partino. Cuando la policía se llevó al asesor, hicieron lo mismo con unas cajas de expedientes de su despacho. Para ser un hombre tan remilgado, su lugar de trabajo estaba desordenado, aunque ella no tenía nada que objetar a eso.


Por el contrario, tenía intención de hacer una visita a una hora más tardía aquella misma noche para ver qué podría quedar. Si eso fallaba, averiguar dónde vivía Partino sería pan comido. Dado que Pedro la había retirado del seguimiento de las otras dos tablillas, necesitaba ocuparse en algo. Sentarse de brazos cruzados la volvía loca, y no pensaba olvidar que alguien parecía desear verla muerta. 


Todo lo contrario a Alfonso, que simplemente la deseaba.


—De acuerdo, ¿qué te parece éste? —preguntó, conteniendo con firmeza los nervios. Encajaría esa noche, porque eso era lo que hacía. De no ser por la irritante habilidad de Alfonso para descifrar con exactitud lo que pensaba o sentía, contaría aquella velada como un trabajo fácil. De acuerdo, bastante fácil.


—Has elegido el verde —dijo, poniéndose de nuevo en pie.


—Tiene manga corta y la espalda cubierta —explicó pacientemente—. Si crees que me parezco al monstruo que se zampó Tokio, me cambiaré otra vez.


—No te pareces a Godzilla —respondió, su cálida sonrisa iluminó su delgado y hermoso rostro—. Estás estupenda.


Pau soltó el aire.


—Bien. Ahora me queda peinarme y maquillarme.


—No necesitas nada de eso.


—Buena respuesta, pero no te pido que me halagues. Quiero estar… decente. Como la gente normal. En cualquier caso, supongo que la señora Gonzales es normal. Sé que Harvard no lo es.


—Has visto el lado malo de Tomas, porque piensa que la gente suele intentar aprovecharse de mí. En realidad es bastante normal… aunque mi experiencia en ese campo es bastante limitada.


—La mía también. —La gran batalla contra los Godzillas se estaba poniendo al rojo vivo, así que se sentó junto a Pedro en el sillón. El maquillaje podía esperar hasta que Tokio fuera salvada—. ¿Puedo hacer una suposición? —preguntó un momento después, mirándole de reojo.


Él seguía mirándola fijamente.


—Por supuesto.


—Nadie se aprovecha de ti, ¿verdad? Nunca.


—No.


—Pero tu amigo Ricardo Wallis lo hizo.


Pedro apretó la mandíbula.


—Siempre hay una excepción que confirma la regla, supongo.


—¿Sólo una? —respondió.


—Estás hablando de Dante, ¿no?


Pau se refería a Gonzales, pero asintió de igual modo.


—Confiabas en él.


—Sí, pero no es lo mismo. Le conocía desde hacía tiempo, pero no estaba en la misma categoría que Ricardo. Y debido a Ricardo, hoy en día elijo a mis amigos con cuidado, Pau. Me han defraudado una vez. No volverá a suceder.


Ella le miró a los ojos.


—¿Y en qué categoría estoy yo?


Sus ojos grises acariciaron los de Pau.


—Tú conformas toda una nueva categoría, me temo. —Deslizó lentamente la mano por su muslo—. Una muy interesante.


El calor se originó en el punto de contacto y ascendió por su pierna.


—De acuerdo, otra pregunta.


—Estás haciendo que me pierda la película, yanqui.


Ella hizo caso omiso de su protesta; resultaba patente que Pedro no sentía un aprecio genuino por las películas con histriónicos monstruos.


—Llevas media hora sentado conmigo en este sillón y estás siendo todo un caballero.


—Ah. ¿Te refieres a por qué no estamos desnudos y haciendo el amor apasionadamente?


«¡Ay, madre!»


—Sí, algo así.


—Porque dentro de una hora tenemos que estar en otro sitio y no quiero apresurarme en este preciso momento.


—Esta tarde lo hiciste.


—Fue antes de que supiera lo de O'Hannon. Ahora estoy… preocupado por tu permanente seguridad, y esta noche pretendo tomarme mi tiempo contigo más tarde y saborear cada centímetro de tu muy atractivo cuerpo.


Ella se estremeció. Dios, hacía que se sintiera tan… débil.


—No durará, lo sabes —dijo, intentando poner cierta distancia mental entre ambos.


Un ceño frunció su frente.


—¿El qué no durará?


—Esto. —Señaló entre los dos—. Tú y yo. Afróntalo, somos una novedad el uno para el otro. Pero casi hemos solucionado todo esto. Una vez que sepamos quién tiene la tablilla en su poder, se acabó la historia. Yo no tengo motivos para quedarme y sin duda tú tienes mejores cosas que hacer que follar conmigo.


El se puso en pie con un movimiento conciso y sobrio teñido de ira.


—Qué bien. Voy a por una cerveza. Reúnete conmigo abajo a las seis y media.


—¡De acuerdo!


A medio camino hacia la puerta se detuvo y dio media vuelta, acercándose a grandes zancadas a ella y colocando las manos sobre sus rodillas a fin de que sus caras quedaran separadas por escasos centímetros.


—Muchos pensaban que me tenían calado —dijo con voz grave y ojos relampagueantes—, y muchos han lamentado haber hecho tal conjetura.


Pedro, es simplemente un hecho. Yo no…


—En varias ocasiones me has dado lo que supongo es tu opinión. Agradecería que esperaras hasta que yo te ofrezca la mía antes de grabarla en piedra en nombre mío.


Con eso, se marchó; la puerta se cerró suavemente al salir a pesar de, y probablemente debido a, el hecho de que ella hubiera preferido que lo hiciera de golpe. ¡Maldita sea! Nadie era tan difícil de calar. Se le daba muy bien valorar el
carácter de las personas en unos segundos. A menudo su vida dependía de su destreza en ese campo. Alfonso parecía sinceramente preocupado por ella y sentirse
verdaderamente insultado por que ella no considerara aquello como una posible relación a largo plazo.


«Resuelve esto y sal pitando.» Ésa era la solución. Estaba allí bajo sus propias condiciones, y por sus propias razones. 


Cuando se marchara sería porque ella realmente así lo quería, no porque él decidiera que era hora de que se largara.


Cuando volcó de nuevo la atención en la monstruosa televisión, Megagodzilla iba perdiendo a los puntos. ¡Ja! Al menos algunas cosas de este mundo iban como debían.





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